Leonie Roca
Presidente AFIN
Cuando se trata de infraestructura tenemos que mirar dónde queremos estar en 5, 10 y 20 años. La sostenibilidad en este rubro no consiste solo pensar en carreteras que soporten los vehículos eléctricos o auto conducidos o en la resiliencia de estos proyectos frente a un clima cada vez más complejo de predecir. Supone mirar también los entornos sociales, regulatorios y económicos de una región o zona específica, de una industria completa o de las poblaciones impactadas. Mirar las tendencias de desarrollos regionales, de migración de la población y el crecimiento de las ciudades. No es sencillo, pero teniendo en cuenta los recursos limitados para invertir en cerrar nuestras brechas de infraestructura, tenemos la responsabilidad de hacerlo bien.
Pongamos sobre la mesa algunos casos.
El Callao, por ejemplo, es un territorio en el que confluyen el puerto, el aeropuerto, al que llegará el metro, al que hoy llega de manera desarticulada con el puerto el tren. Es, además, alimentado por la carga que llega de la carretera central, que no tiene continuidad en el tramo de Chosica y que luego se encuentra con una Ramiro Prialé que debe ser construida porque la actual está colapsada. Eso sin mencionar la conexión faltante con la Costa Verde y la línea Amarilla y la necesaria y retrasada ejecución de un anillo periférico que evite que ciertos tránsitos ingresen a vías urbanas que debieran tener otros usos.
Imaginemos que todos estos temas de conectividad en transporte se resuelven. Evidentemente, no se debe dejar de mirar el impacto en nuevos asentamientos urbanos, con las necesidades aparejadas de conectividad, electricidad, servicios de agua y saneamiento, educación y salud.
La evidencia de ello la tenemos a la vista. Miremos nada más cómo crecen asentamientos humanos en condiciones poco dignas de vida alrededor de las nuevas carreteras, de los puertos cuando empiezan a modernizarse y generar movimiento económico, de industrias que se asientan donde antes no había nada.
Invertir en infraestructura considerando solo las brechas que ya tenemos, sin planificar lo que viene en el futuro y atendiendo solo las “infraestructuras económicas” sin planificar las de soporte y las sociales, es invertir mal.
Por ello, el esfuerzo que se viene desplegando en tener un plan de infraestructura y una institucionalidad que permita ir generando herramientas de análisis de la inversión pública que empiece a darle un enfoque de integralidad territorial y de sostenibilidad, es loable. Es un trabajo que hay que aplaudir y apoyar pero que debe ir mucho más allá de la publicación de una primera lista de obras priorizadas. Como país, debemos ser capaces de apostar a que este es un primer entregable de un trabajo que requerirá ir construyendo sistemas de planeamiento, presupuesto y ejecución mucho más finos y con criterios de análisis de proyectos que tengan una mirada integral, con un enfoque multisectorial y territorial.
Hoy, el 80% de peruanos viven en ciudades que no tienen planificación alguna. Los corredores económicos contribuirán al crecimiento de estas ciudades o crearán nuevas. Es la oportunidad de hacerlo bien, generando condiciones de crecimiento económico que impulsen mayor desarrollo humano y social.