Por Stakeholders

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La situación actual del Estado del Bienestar (EB) es objeto de las más diversas aproximaciones. Pero casi todas ellas llevan adherida la palabra "crisis"

 
La situación actual del Estado del Bienestar (EB) es objeto de las más diversas aproximaciones. Pero casi todas ellas llevan adherida la palabra "crisis". En una especie de reflejo pavloviano, cualquier referencia a la expresión Estado del Bienestar dispara reacciones de este cariz, en cualquiera de sus variables: viabilidad, supervivencia, amenazas, limitaciones…
Quisiera poner de relieve algunos rasgos que modelan esta situación y que me parecen bastante relevantes. Rasgos que parten de una hipótesis que es al mismo tiempo un diagnóstico: si nos preguntamos sólo por la viabilidad económico-financiera del EB no resolveremos bien ni su viabilidad económico-financiera.  Lo que no significa despreciar los retos de carácter económico que vierten graves interrogantes sobre el futuro del EB, en absoluto. Pero sí que quiere decir que hay que atender a otros elementos, y que hay que abordarlos si queremos tener recursos (y no sólo económicos) para afrontar la nueva situación. El EB no es un problema, pero tenemos problemas con el EB. Sin embargo, si no los resolvemos, sí que el EB acabará siendo un problema.

Los rasgos que quiero destacar afectan en lo que calificaría como las condiciones de posibilidad del EB. Condiciones de posibilidad presentes en su nacimiento y en su época dorada. Condiciones de posibilidad que no hay que dar por supuestas y que, caso que hoy no se dieran, sería necesario afrontar explícitamente. Dos condiciones de posibilidad políticas. El EB se desarrolla y se consolida sostenido e impulsado por un discurso político con un fuerte contenido ideológico y denso en valores. No hay que remontarse a la clásica pareja Bismarck – Beveridge, y basta con pensar en lo que, hasta poco más allá de la primera mitad del siglo XX se denominó el pacto social-cristiano.

Es decir, la socialdemocracia y la democracia cristiana. Este pacto, en el terreno ideológico y de los valores, presuponía poner a lo que se ha denominado "la preocupación social" como un eje de referencia de la organización de la sociedad y de las políticas públicas. Éstas podían ser más o menos importantes, pero se justificaban en tanto que expresión de esta preocupación social, que se convertía en una sensibilidad política compartida, un eje de los proyectos políticos, y un valor de referencia. Con principios axiológicos quizás no coincidentes (justicia, igualdad de clase, bien común, dignidad de la persona…), y con acentos y prioridades políticas concretos quizás diversos, pero la preocupación social era un supuesto presente, aceptado y asumido, cuando menos como marco de referencia. ¿Sin la pregunta por una sociedad justa o por el compromiso con el bien común, qué queda del EB? ¿Vivimos hoy en una sociedad donde la preocupación social es un referente vivo y una prioridad creíble por parte de las instituciones, los partidos y los diversos actores sociales? En la medida en que no hay EB sin voluntad y decisión política (el EB, políticamente hablando, nunca puede ser pura gestión administrativa de servicios), hace falta preguntarse si se puede justificar, sostener y defender un EB sin un discurso político convencidamente y creíblemente denso en preocupación social.

El marco político en el que se definió el EB fue el estado-nación. Hasta el punto que históricamente las tipologías del EB se han establecido geográficamente (sueco, alemán …; o nórdico, centro-europeo…). Era en el seno del estado-nación donde se establecían los acuerdos políticos, entre otras razones porque era donde se llevaban a cabo mayoritariamente los intercambios económicos. Podríamos decir que el EB tiene su apogeo en una época en la cual, a grandes rasgos, la geografía económica, la geografía política y la geografía social coincidían.  Y el bienestar estaba vinculado al reparto de los beneficios del crecimiento económico entre todos los que habían contribuido a que éste se produjera. Hoy el proceso de globalización, sea lo que sea lo que eso signifique, si algo ha hecho ha sido que las tres geografías no coincidan… y a menudo seguimos pensando, gobernando y problematizando el EB como si eso no hubiera ocurrido.

El EB requiere, culturalmente, un nosotros. Requiere saber quiénes somos nosotros (con este saber inmediato, preconsciente que tienen las obviedades). Y al mismo tiempo el EB contribuye a crear y construir un nosotros. El nosotros que se identifica con el EB y lo sostiene. La pregunta es si el EB puede subsistir y se puede sostener sin conciencia de nosotros. Un nosotros, sin duda, que puede ser de muchos tipos, y que no hace falta que esté petrificado en el pasado, sino que puede ser entendido como proyecto.  Pero un nosotros, al fin y al cabo. Porque es desde un nosotros que se definen cuáles son los problemas del EB.

En otras palabras, creo que pensar los problemas económico-financieros del EB sin o al margen de la referencia a un nosotros que comparte un presente y un horizonte es convertirlos en insolubles. Y éste es un debate político, cultural y social de primera magnitud, que no se resuelve con la referencia (quizás conceptualmente ajustada, pero vitalmente y emocionalmente reseca) a la constitución. Hoy en nuestra sociedad se superponen nosotros muy diversos; es decir, mucha gente dice "nosotros", pero el sujeto empírico al que se refiere esta palabra puede ser muy diverso. Más bien es un nosotros cada vez más fragmentado, corporativista, localista, parcelizado. Un nosotros al que nos adherimos únicamente en la medida en que nos resulta útil para poder imponer las propias reivindicaciones a las de otros.  ¿Y si no sabemos a quién nos referimos cuándo decimos nosotros, cómo podemos hablar de cohesión social? Mi opinión personal es que sin nosotros compartido no hay solución posible a los retos del EB ni, probablemente, para el EB como tal. Ahora bien, éste nosotros no es ni puede ser el producto de un censo, sino que tiene que ser el producto de una visión política. ¿En resumidas cuentas, cómo podemos saber si el EB es viable si no sabemos para quién ha de ser viable y por qué lo ha de ser? Hoy la crisis del EB no es sólo una crisis económico-financiera, sino que también refleja y al mismo tiempo refuerza una crisis de identidad y de proyecto.

Dos condiciones de posibilidad culturales

Ha triunfado la expresión EB. Nada que decir. Pero no es superfluo recordar que en muy diversos ámbitos la expresión que se utilizaba para designar a la misma realidad era Estado Social de Derecho, y no EB. La opción triunfadora no es inocente, y no ha triunfado por casualidad. Y conviene no olvidar que el significado de "bienestar" se va transformando al ritmo de los cambios sociales y culturales, como una especie de diana móvil. Y así como Mandeville, en un comentario de su Fábula de las abejas, observaba perspicazmente que, cuando rezaban el Padrenuestro, al pedir el pan de cada día el obispo pensaba en cosas que el sacristán ni siquiera imaginaba, también podemos decir que hoy cuando pensamos en bienestar nos vienen a la cabeza cosas que los que vivieron el momento fundacional del EB ni siquiera imaginaban. Y es aquí donde conviene no olvidar algo muy importante: el EB se vincula a derechos. Y no es lo mismo pensarlos en términos sociales (lo que reclamo me corresponde como le corresponde a cualquier miembro de la sociedad) que pensarlo en términos bienestaristas (que favorecen el pensar primariamente sólo en el bienestar… que al final fácilmente se plantea en términos individuales: a mí que me han de dar para asegurarme mi bienestar). Si las exigencias y demandas en el EB no son más, en último término, que la suma de lo que cada uno cree que le corresponde de acuerdo con sus criterios o expectativas de bienestar, entonces la acción política y la percepción de la política se reducen a ser tan sólo el ámbito mediador de la suma de exigencias, demandas e intereses, sin que exista ningún relato ni proyecto compartidos que los enmarquen, los templen y permitan priorizarlos.

Nos encontramos, pues, situados al final de una secuencia cultural en la que se parte de la afirmación de los derechos sociales, continúa con su traducción en clave de bienestar, se lee y se interpreta progresivamente en términos de mi bienestar, y desemboca en una actitud hacia el EB donde lo único que importa es qué me dan y, consiguientemente, qué puedo obtener. Este proceso se encabalga sobre otro proceso que se ha calificado de individualización. Eso no tiene nada que ver con los sermones moralizantes sobre el individualismo, sino que se refiere a la combinación de la reducción de los vínculos sociales y de pertenencia con el aumento de los riesgos, reales o percibidos. En el ecosistema social y cultural actual, los individuos se sienten más frágiles y vulnerables, con lo que los valores de seguridad y protección devienen cada vez más dominantes, a la vez que se consideran cada vez más amenazados. Y, sobre todo, se convierten valores vacíos porque el contenido lo dan las circunstancias, variables por naturaleza. Véase, por ejemplo, como cada vez más los avatares de salud, educativos, emocionales o laborales se viven con un fuerte acento de culpabilidad personal: alguna cosa debo haber hecho (mal) para que me pase esto. Quizás ésta es una de las razones de fondo que explican la proliferación de los libros de autoayuda: cada vez estamos más convencidos de que no podemos esperar ayuda más que de nosotros mismos.

Ahora bien, si todos los problemas sociales se individualizan, si sólo los podemos vivir y plantear en tanto que individuos y no en tanto que ciudadanos, la prioridad pasa a ser que por encima de todo me protejan a mí, y no a todos; y sólo utilizaré la retórica de lo colectivo en la medida en que yo me pueda insertar en este colectivo. En este sentido, los procesos de modernización y mejora en la gestión pública (imprescindibles y aún con mucho camino por recorrer) han incorporado progresivamente la retórica managerial, que nos lleva a hablar de clientes y usuarios de los servicios públicos. Nada que objetar, al contrario… excepto cuando lo contaminan todo y nos hacen olvidar en todos (proveedores y receptores de servicios) que el cliente/usuario lo es en tanto que ciudadano. Porque las administraciones públicas no son supermercados de servicios públicos. Y nos podríamos encontrar con la paradoja que la expansión del EB fuera pareja con la merma de la conciencia de ciudadanía y del reconocimiento de la condición humana.

La individualización tiene una cara, como acabo de señalar, que es una actitud defensiva ante un sentimiento de fragilidad y vulnerabilidad. Pero al mismo tiempo tiene otra, que consiste en ver cada vez más el espacio público como un ámbito de satisfacción de mis deseos y no como el lugar donde ejercer mis derechos (y deberes). Todos y cada uno de nosotros nos convertimos en una especie de Jano contemporáneo: vivimos encogidos por la desazón y las amenazas con que encaramos un futuro incierto; y al mismo tiempo, vivimos ansiosos de mariposear en busca siempre de más gratificaciones. Esta polaridad no es una contradicción, sino la normalidad del espíritu de nuestro tiempo. Véase, si no, como podemos recibir simultáneamente el llamamiento a incrementar el consumo y a buscar nuestra gratificación (nuestro bienestar) personal en tanto que consumidores y, al mismo tiempo, el llamamiento a ser más esforzados, innovadores y competitivos en tanto que trabajadores. A modo de ejemplo: para salir (?) de la última crisis se ha apelado a que, por favor, no dejemos de consumir (se llegó a decir que consumir era un acto patriótico); y al mismo tiempo a que seamos más productivos, trabajando mejor, tal vez más, y a ser posible por el mismo sueldo e incluso reduciéndolo. Todo a la vez y bien empaquetado, cuadre o no cuadre.

Hay que empezar a plantear si un país es algo más que un contenedor de individuos que piden cada vez más y más (contenedor, en el sentido de espacio que contiene) y si un estado es algo más que un contenedor de demandas (contenedor, en el sentido de frenarlas, o de frenar su incremento insaciable). Lo que es seguro es que el EB no puede ser un contenedor en los dos sentidos al mismo tiempo. Y eso es precisamente lo que le estamos pidiendo. Se habla mucho últimamente de la necesidad de recordar que no podemos hablar de derechos sin hablar de deberes. Se habla menos de la necesidad de no confundir deseos con derechos. Hoy se multiplica la reclamación de que se tiene derecho a las cosas más insospechadas. Nuestro cáncer cultural quedó perfectamente expresado en aquella campaña publicitaria de una caja de ahorros que se resumía en la fòrmula "lo veo; lo quiero; lo tengo". No nos ha de extrañar que este delirio de absolutizar el deseo y asimilar su satisfacción a un derecho haya llevado a un partido -que, cuando menos en este punto, más que un partido de izquierdas parecía un partido de adolescentes-, a hablar del derecho a la felicidad. Al menos en otros parajes la cosa se sitúa más prudentemente como el derecho a la búsqueda de la felicidad. Y tú mismo.

En resumidas cuentas, ¿cómo puede ser viable el EB en una sociedad compuesta de personas que sólo se perciben a sí mismas como individuos, al mismo tiempo incontinentes en sus demandas y atemorizados por su íntima incertidumbre ante el futuro? ¿Alguien puede esperar que acepten y hagan suyas decisiones cuya razón de ser es algo tan estimulante vitalmente como la necesidad de reducir el déficit público? ¿Alguien puede pensar que renunciarán fácilmente al delirio de confundir el Estado del Bienestar con el Estado que me ha de proveer de bienestar si todo el discurso público se reduce a una confrontación entre la contabilidad doméstica y la contabilidad de la administración pública?

Mi comentario anterior sobre el déficit público no quería ser una frivolidad, Poca broma, con el déficit público. Pero quería volver a mi convicción inicial de que si sólo nos plateamos la viabilidad económico-financiera del EB, no resolveremos ni siquiera la viabilidad económico-financiera. El EB fue una respuesta política alimentada por una visión política. Hay que tener el coraje de devolverlo en la arena política. Pero no a la arena de la esgrima mediática, sino a un debate político que involucre a diversos actores, y no quede reducido a los políticos, que son, sin embargo, los que lo tienen que liderar. Tanto si consideramos que el EB es la respuesta como si consideremos que no, lo que tenemos que volver a explicitar y compartir es la pregunta. El EB es una conquista de civilización, y una civilización es una respuesta explícita a la pregunta sobre cómo queremos vivir y cómo queremos convivir, y por qué. Por eso se deben involucrar los diversos actores sociales, porque tras el debate sobre el EB hay un reto de civilización y de valores públicos compartidos. Y, al mismo tiempo, el reto de decir la verdad sobre lo que es posible y lo que no es posible; y sobre lo que podemos esperar legítimamente.

Hay que tener el coraje político de decir que la crisis del EB no es sólo un problema de la administración, un reto de gestión. Claro está que también lo es, evidentemente. Están involucradas cuestiones como los límites a la competitividad (¿el EB ha pasado de ser un factor de competitividad "nacional" a ser un factor que la limita?); cuestiones como la pregunta sobre a quien le corresponde la provisión de servicios (¿garantizar un servicio público requiere que lo ofrezca la administración?); o sobre quién tiene que pagar qué y cómo (¿qué quiere decir "universalizar" y qué es lo que se ha universalizar?). Pero en el debate sobre el EB está implícito un debate sobre un cierto modelo de persona y un cierto modelo de sociedad, y hace falta el coraje político de hacerlos explícitos. En el debate del EB está implícita la construcción de un nosotros; y el desarrollo de la capacidad de pasar del yo al nosotros, y viceversa. En el origen del EB está la elaboración de estas cuestiones con los materiales económicos, políticos, culturales y axiológicos del siglo XX. La viabilidad del EB sólo será posible si incluye la elaboración de estas cuestiones con los materiales económicos, políticos, culturales y axiológicos del siglo XXI, que no coinciden con los que engendraron el EB. A todo eso antes se le llamaba visión, proyecto y liderazgo políticos. Y me temo que ahora también.







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