Por Stakeholders

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Por Baltazar Caravedo

Presidente de SASE

El término “valor” hace referencia a una guía o norma que orienta las acciones o prácticas de las personas y organizaciones. Esta guía no es una pauta escrita que dará resultados gracias a su memorización. La mayor parte de las veces las personas ni siquiera se dan cuenta de que lo poseen.

El valor es una idea-sentimiento; ello impregna las emociones y, en general, los juicios. Por eso mismo, los valores se actúan. Se expresan en la rutina diaria, en la manera que se relacionan con otros, en sus sentimientos cuando presencian un suceso, en la forma en que enfrentan situaciones nuevas, en el manejo de sus logros o de sus fracasos, etc.

Por lo señalado, esta guía puede ser entendida en una doble acepción: de un lado, como una pauta de lo que se desea pueda plasmarse, vale decir, una aspiración y dirección hacia la cual encaminarse; y de otro lado, como el contenido implícito de una acción humana que se revela en sus resultados.

¿Es posible tomar conciencia de los valores que practicamos pero no advertimos? Sí y más aún, podemos cambiarlos. Pero orientarlos o reorientaralos en un sentido determinado implica darnos cuenta de los mensajes que damos al actuar. Los valores cambian constantemente a lo largo de la historia, de nuestras historias particulares, sin percatarnos. Los asumimos sin tomar conciencia.

Poco a poco se instalan en nosotros, organizan nuestros sentimientos y conducen nuestras vidas. No es esta la forma en que queremos abordar nuestro proceso; no queremos ser una hoja que se la lleva el viento. ¿Quiénes son responsables de nuestra práctica interna?

Tenemos la tendencia a identificar responsabilidades en otros pero a no percibir las nuestras. También lo hacemos inconscientemente. Cuando colocamos el origen de las dinámicas en un centro de poder o en el vértice de la pirámide de una organización, desconocemos nuestra responsabilidad; recortamos o castramos nuestra condición de autores del proceso que llevamos adelante. Los responsables de nuestras prácticas somos todos nosotros, no sólo algunos.

Sin esta disposición y entendimiento es imposible transformarnos. La toma de conciencia de los valores que practicamos no es un asunto fácil. Todo valor tiene su contravalor o valor negativo. Cuando el ser humano actúa puede transitar con relativa fluidez de un polo al otro. Por ejemplo, podemos ser justos en algunas relaciones e injustos en otras. De otro lado, los valores tienen jerarquía.

Algunos ocupan una escala “superior” y otros una escala “inferior”. Por ejemplo, en algunas ocasiones decimos mentiras piadosas; en otras, mentiras descomunales. Nuestro propósito: una aspiración de coherencia. En otras palabras, la búsqueda de dignidad humana, de igualdad de oportunidades, de libertad, liderazgo, sentido de responsabilidad por el futuro, respeto por el medio ambiente, honestidad, integridad, transparencia, tolerancia, deseo de conocimiento y aprendizaje, compromiso, pasión, compasión, entusiasmo, humildad y modestia. Estos son nuestros valores deseados.

¿Por qué es tan importante que nosotros seamos coherentes? Porque si nuestro propósito es contribuir a la transformación social a través de los vínculos que establecemos o creamos, nosotros mismos somos portadores de valores que influyen en una esfera muy amplia de individuos, de socios y de líderes. Hay un sentimiento de empatía muy fuerte hacia nosotros porque representamos, en estos momentos, la oportunidad de una nueva ética para muchísimas voces de la sociedad.

¿Cómo están relacionados nuestros valores? En una organización que promueve la transformación social el valor Dignidad Humana es fundamental porque implica el reconocimiento del otro, el respeto a su individualidad y por ello a la diversidad. Las personas que se sienten denigradas no sólo no pueden obtener una plena satisfacción personal, sino que no lograrían transmitir los valores deseados.

Si en el mundo en el que vive y labora la persona no hay un sentido de dignidad humana tampoco habrá un sentido igualdad de oportunidades. Desplegarse en un mundo tal coaccionaría la capacidad del ser sujeto y su creatividad. De modo que la base a partir de la cual se construye una cadena de valores es la cadena primordial (primera cadena) que sería la dignidad humana-respeto a la individualidad y diversidad-igualdad de oportunidades-libertad creativa.

La segunda cadena de valor o cadena intermedia es la integridad. Sin coherencia no hay compromiso. Pero tampoco es factible el compromiso cuando no hay transparencia, claridad. Muy difícilmente alguien se compromete con lo misterioso y turbio. Por otro lado, la claridad es fundamento de la honestidad y hace posible la tolerancia. La segunda cadena de valor estaría conformada por integridad-transparencia-compromiso-tolerancia.

En un medio en el que me puedo desplegar como un sujeto digno y creativo, puedo actuar con integridad y compromiso, con transparencia y tolerancia; puedo apasionarme por lo que hago, contagiar mi pasión, ayudar a otros en su mejor empeño, crear un clima de humildad y modestia que cohesiona. La tercera cadena (cadena final) estaría constituida por pasión-compasión-inquietud por el conocimiento-aprendizaje-humildad-modestia. De la articulación de estas tres cadenas depende el grado de coherencia de nuestras prácticas.







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