Por: Marta Marañón Medina
Directora General Adjunta y de Relaciones Institucionales de la Fundación Ayuda en Acción
La sociedad civil necesita organizaciones consolidadas, solventes, eficaces y eficientes para poder tener un mayor impacto social y conseguir generar cambios en la vida de las personas. El fortalecimiento de las organizaciones sin ánimo de lucro es vital para que puedan cumplir adecuadamente con los fines a los que se deben. Considero relevante que ese fortalecimiento se contemple desde tres ángulos que están interrelacionados: el económico, el profesional y el institucional.
En primer lugar, la sostenibilidad económica es fundamental para que las organizaciones puedan jugar eficazmente el papel que les corresponde en la sociedad. Las más sostenibles son aquellas que tienen asegurada una financiación regular en el tiempo y que, además, han conseguido diversificar sus fuentes de financiación para no depender en exceso de ninguna de ellas.
Las organizaciones sociales y de cooperación internacional obtienen sus ingresos de organismos públicos, del sector privado o/y de la ciudadanía. La financiación pública, cortoplacista en esencia, puede ser muy variable según cambie el contexto político y económico. La crisis que azotó Europa durante el 2008 – 2013 afectó drásticamente a los presupuestos públicos de cooperación y golpeó a las organizaciones que más dependían de fondos públicos.
El sector empresarial suele canalizar sus aportaciones mediante proyectos de carácter anual aunque, si se forjan alianzas estratégicas, es posible que muchas de estas colaboraciones se fragüen en el tiempo una vez que se haya tejido confianza. Este sector tiene un potencial enorme para poder ayudar a que las organizaciones sociales sean más autónomas a través de estrategias de Responsabilidad Social Corporativa. Conseguir aportaciones recurrentes de la ciudadanía puede otorgar mucha independencia a las entidades sociales y permitir que éstas puedan llevar a cabo sus fines o desarrollar sus proyectos.
La globalización ha roto el paradigma de la relación norte – sur. De esta forma, por ejemplo, en países de rentas medias, como lo son muchos de América Latina, la región más desigual del mundo, la sociedad se puede y debe movilizar para ayudar tanto dentro como fuera de sus fronteras. Hay ya élite social y económica, hay clases medias consolidadas y sector empresarial en claro desarrollo. Lo lógico es que las organizaciones internacionales sean capaces de levantar fondos localmente sin tener que depender únicamente de las aportaciones de los países más desarrollados económicamente. La cooperación sur-sur tiene aún mucho espacio de crecimiento. El objetivo de desarrollo sostenible (ODS) número 17 invita, además, a establecer alianzas multiactor entre sociedad civil, gobiernos y sector privado.
En segundo lugar, las organizaciones han de estar profesionalizadas, incluso aquellas que trabajan sobre una base de voluntariado. Ser capaces de atraer talento humano es uno de los retos que tienen las entidades sociales, donde los salarios suelen ser más bajos que en otros mercados laborales. Tener líderes con visión de futuro, con la capacidad de innovar y adaptarse a los cambios es cada vez más necesario en un mundo digitalizado. Y tener personas que sepan trabajar en equipo, de manera flexible y transversal con habilidades interpersonales será también crucial en ámbitos cada vez más especializados.
En tercer lugar, desde un punto de vista institucional, las organizaciones sociales han de gestionar muchos riesgos a los que están expuestas: financieros, legales, reputacionales, estratégicos y operacionales. Será necesario ir más allá del cumplimiento de la ley, apostar por la transparencia y la rendición de cuentas, monitorear los resultados y medir el impacto alcanzado, así como desarrollar códigos de conducta que aseguren el respeto a principios y valores éticos, garantizando los derechos humanos.