Así lucen las grietas en la ciudad de Diamante, en la provincia Entre Ríos de Argentina. Las intensas lluvias, derivadas del cambio climático, han empeorado las grietas geológicas y, debido a ello, los pobladores han tenido que ser desplazados a lugares más seguros.

Por Stakeholders

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La mayor recurrencia de lluvias intensas en lapsos cortos de tiempo es una manifestación de que la crisis climática está impactando a la región latinoamericana. Estos nuevos patrones de lluvias empeoran condiciones geológicas preexistentes que, como en el caso de la Ciudad de México y la comunidad de Diamante (en la provincia de Entre Ríos, en Argentina), obliga a desplazamientos de población debido a enormes grietas en el suelo.

Una metrópolis construida sobre un lago ancestral, una cuenca hidrológica drenada hasta sus raíces más profundas, una actividad sísmica recurrente asociada a la extracción de agua de los acuíferos y una comunidad afectada por las consecuencias de esa tríada de condiciones, representan, actualmente, los desafíos socioambientales más graves para la Ciudad de México.

En Diamante, una ciudad construida sobre la costa del río Paraná, la aparición de grietas sobre las barrancas obligaron a reubicar a varias familias de un barrio de pescadores. Según los investigadores de la Universidad de Entre Ríos y la Universidad del Litoral, la deforestación de las barrancas y las lluvias cada vez más fuertes e intensas generadas por el cambio climático -que “cargan” los suelos y los hacen más pesados- empeoraron el fenómeno.

En este sentido, las acciones del ser humano han vulnerado la integridad medioambiental de ambos lugares, dejándolos desprotegidos ante los efectos del cambio climático. Ambos sitios han perdido sus funciones originales como reguladores hídricos, lo cual ha dejado la “vía libre” a las intensas lluvias para empeorar las condiciones geológicas ya existentes. Con ello, se aceleran procesos de deslizamiento, los cuales provocan que estas zonas sean inhabitables y forzan, así, la reubicación de familias enteras en zonas más seguras de la misma ciudad.

En otras palabras, el cambio climático está dejando al descubierto vulnerabilidades causadas por las malas prácticas ambientales.

Diamante: grietas geológicas cada vez más profundas por la acción del hombre

Ernesto Brunetto y Javier Sofiantini son geólogos y forman parte del Centro de Investigaciones Científicas y Transferencia de Tecnología a la Producción, que depende del Conicet, el organismo estatal de promoción de la ciencia en Argentina.  

Su lugar de trabajo está ubicado en la ciudad de Diamante, en la provincia de Entre Ríos, una región húmeda y calurosa con fuerte desarrollo de la industria agropecuaria. El edificio al que acuden cada mañana está a pocos metros de las barrancas que “se mueven” por un efecto combinado de herencia geológica, ley de gravedad y acción humana. Las lluvias cada vez más frecuentes e intensas, los cambios en el caudal del río Paraná detectados en los últimos 30 años y una inadecuada gestión de los recursos hídricos en el territorio, empeoraron una ecuación que, naturalmente, ya era preocupante.

“El deslizamiento de las barrancas y la formación de grietas es un fenómeno natural que ocurre en ríos que tienen pendientes muy pronunciadas”, explicaron, para agregar que en el caso de Diamante esta amenaza geológica es más visible y preocupante porque se trata de una zona urbanizada.

Es la presencia y el peso del agua acumulada lo que explica, en mayor parte, porqué el terreno se agrieta y se desliza hacia el cauce del río arrastrando todo lo que encuentra a su paso. La mayor recurrencia de lluvias en esta zona de Argentina ha empeorado el fenómeno, que en los últimos 40 años ha adquirido mayor velocidad y frecuencia, según puntualizaron los científicos.

Si bien no hay estadísticas oficiales precisas, varias familias son afectadas por la aparición de grietas en el terreno, casi todas en una precaria situación social y muchas vinculadas al río desde lo laboral al ser pescadores. Esto explica las razones por las cuales muchas familias no han querido ser reubicadas: no tienen adónde ir, temen perder lo poco que poseen o no quieren alejarse de la orilla del río, la que les permite trabajar cada día.

La visión de las grietas impresiona a primera vista: hay algunas calles de acceso bloqueadas, pero todo de manera muy informal. La plaza del Cristo Pescador, un lugar tradicional de esparcimiento y devoción de los pobladores locales, ofrece una vista cercana de las fallas que, con el correr de las semanas, se han ido llenado de agua y basura, se estiran y deslizan hacia la orilla del río como si la tierra fuera de chicle.

La mano visible de la acción humana

Si bien las grietas son de origen geológico, la aceleración de su proceso de deslizamiento y la magnitud alcanzada tienen que ver con el efecto de las acciones humanas que afectan al clima, entre las cuáles se encuentra el cambio climático, y que se manifiestan -por ejemplo- en un nuevo patrón de lluvias que impacta a la región del noreste de Argentina.

“Esta es una de las regiones más vulnerables al impacto del cambio climático. Los eventos hidroclimáticos tienden hacia condiciones más cálidas y húmedas, ya que aumentó la magnitud y la frecuencia de extremos de temperatura y de precipitaciones intensas”.

Así lo expresa la investigadora Gabriela Müller, meteoróloga y especialista en cambio climático, quien dirige el Centro de Estudios de Variabilidad y Cambio Climático de la Universidad Nacional del Litoral de Argentina. “En esta región del país, los incrementos de la precipitación y de los caudales aumentaron la frecuencia de crecidas e inundaciones que afectaron la productividad agrícola y ganadera e impactaron en los asentamientos urbanos y rurales”, comenta la experta.

Además, Müller añadió que en el nordeste argentino se produjo un importante cambio a partir de mediados del siglo XX, el cual se manifiesta principalmente en los impactos de los fenómenos extremos y el potencial de desastres “que se acrecientan en las regiones con alta exposición y vulnerabilidad, pudiendo exacerbarse aún más ante un contexto complejo de variabilidad y cambio climático como el que estamos experimentando”.

Por su parte, Brunetto explica que, según han constatado en sus investigaciones, existe “una intensificación de los procesos controlados por el clima”, que abarcan tanto desprendimientos en las barrancas como inundaciones en las áreas de terreno más bajas. “Una de nuestras preocupaciones es anticiparnos a esa situación”, señala.

Cambiar de barrio, cambiar de mundo

La familia compuesta por Jesús Ramón Román, Marta Beatriz Pereira y su hija Daniela, de 17 años, fue una de las pocas que consiguió un nuevo hogar tras haber tenido que abandonar la zona de la barranca por riesgo inminente de derrumbe después de haber estado allí por 62 años. “Se empezó a mover la calle y hubo movimientos de barrancas y nos sacaron. Luego, una asistente social nos mandó para acá”, dice y señala una casa prolija a la que le estaban cortando el césped. “Hubo familias que eligieron quedarse, pero nosotros nos vinimos porque el suelo se estaba cortando cada vez más”.

Liliana Ríos tiene 66 años, vivió toda su vida en la zona de barrancas y ya sufrió las consecuencias de un derrumbe cuando tenía 15 años. En ese momento tuvo que moverse a su actual vivienda, que ahora está amenazada por el mismo fenómeno que le cambió la vida durante su adolescencia. En los últimos años, el límite que separa su casa del borde de la barranca se achicó más de 100 metros “porque se mueve la tierra”. Sin embargo, dice que no se va volver a mudar, que así le queda cerca el trabajo al marido, que es pescador, y que “no cree que vaya a pasarle nada”.

Actividad sísmica: la punta del iceberg en Ciudad de México

En 2017, México se vio afectado por dos grandes sismos: el primero fue de 8.2 grados, ocurrió el 7 de septiembre, los daños fueron devastadores en el centro y sur del país; el segundo, de magnitud 7.1, llegó 12 días después. La tarde de ese 19 de septiembre el movimiento de la tierra se hizo presente una vez más en una macabra coincidencia para los habitantes de la Ciudad de México, pues en esa misma fecha del año 1985 otro temblor de magnitud 8.1 dejó a la metrópolis como una zona de guerra.

 “Cada sismo nos enseña nuevas cosas. Vivimos en una zona sujeta a muchos fenómenos. Inundaciones, hundimientos, sismicidad e incluso actividad volcánica. El territorio es vulnerable, pero el riesgo depende de la sociedad”, explica Sergio Salinas, maestro en Ciencias de la Tierra por el Colegio de Geografía de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

Después de ambos sismos del 2017, se observó un patrón de fallas y grietas que afectaron principalmente a las regiones del centro y sur de la ciudad. De acuerdo con un mapa elaborado por expertos del Centro de Geociencias (CGeo) de la UNAM, 15 de las 16 alcaldías de la Ciudad de México están atravesadas por fallas geológicas, aunque cinco delegaciones son las más afectadas: Tláhuac e Iztapalapa están entre ellas.

De damnificados a desplazados

“Tuve que sacar a mi familia y mandarla a vivir a otro lado, aquí estaban en peligro, sólo me quedé con mi esposa, estamos aguantando a ver qué pasa. Estamos en espera”, menciona Francisco Piña, habitante del andador Revolución, en la colonia La Planta en Iztapalapa, mientras muestra los arreglos que le hizo a su casa para evitar las inundaciones y compensar el hundimiento de más de un metro. Antes de los sismos vivían a nivel de calle, ahora tienen que bajar seis escalones para llegar a la puerta. “Mi casa ya parece una cueva”, comenta su esposa María Teresa Ramírez de 61 años.

A casi dos años de los sismos, la reconstrucción de la ciudad sigue en una fase temprana donde los damnificados se han convertido en desplazados. Hermilio Baltazar y su familia, habitantes de La Planta, llevan viviendo afuera de su casa, en un campamento bajo el techo de una carpa, desde hace casi dos años. La barda del frente de su casa se cayó, ahora hay sólo una reja de alambre. Para entrar a su domicilio hay que cruzar unas tablas sobrepuestas encima de un surco de piedras demolidas: es el paso de la falla.  Él y su familia aún entran por lo necesario. “Adentro, te mareas. Los niños no entran solos. Está mal, la tierra está mal”, manifiesta.  

Viste una playera negra con la palabra México en el centro y los protagonistas de la leyenda de los volcanes, una tradición oral del Valle de México. Él, junto al campamento que mantiene con su familia, simbolizan una resistencia ante el olvido de la tragedia; cada semana asisten a reuniones para saber dónde serán reubicados. Aún no hay una decisión final.

En la Ciudad de México y área metropolitana habitan más de 20 millones de personas, lo que la convierte en uno de los polos urbanos más poblados del mundo. 

Los cambios en el uso de suelo

Desde hace 500 años, su vocación natural se ha transformado. La Ciudad de México fue construida sobre un ecosistema lacustre semejante a una represa natural rodeada por sierras de origen volcánico, creadas en distintos episodios que le fueron dando forma al Valle de México.

De acuerdo con Irma Trejo, del instituto de Geografía de la UNAM, el cambio de uso del suelo y la quema de combustibles fósiles son dos de las principales causas de la emisión de gases de efecto invernadero, que han debilitado la capa de ozono e inducido al cambio climático.

Hoy en día caminar por la Ciudad de México es, en muchos sentidos, surreal. Aún hay varios nombres de calles y estaciones del metro asociadas a la vocación lacustre; es decir, a los ríos que descendían de las montañas o a los canales de agua por donde se trasladaban personas y alimentos. No hace mucho las calles del centro no eran de concreto, sino de agua. 

Además de puestos de comida en cada esquina, lo segundo más común son los baches, socavones y todo tipo de hundimientos que se abren en plena calle de un día para otro. La ciudad se hunde entre 20 y 40 centímetros anualmente. Debajo de ella hay un suelo arcilloso que fue base del lago. Aún más abajo, un cinturón de fallas geológicas carga el peso de un cambio de uso de suelo que lleva ejecutándose desde hace 500 años.

La extracción de agua del subsuelo en el Valle de México es una hipótesis que explica la causa del agrietamiento. En las inmediaciones de la colonia Villa Centroamericana de la alcaldía  Tláhuac, a 2,5 kilómetros de La Planta, existen dos pozos de agua: su ubicación cercana en dirección de las grietas “puede ser una de las tantas causas del agrietamiento”, concluye el geógrafo de la UNAM, Sergio Salinas.

De acuerdo con la Secretaría de Medio Ambiente de la Ciudad de México, la acumulación de basura, la poca captación pluvial y el “incremento de lluvias a causa del cambio climático”, agravan el problema de las inundaciones en la metrópolis. En la alcaldía Iztapalapa el riesgo de inundaciones es el más elevado de la ciudad, aún más si se considera que el sistema de desagüe ha perdido su capacidad de desalojar el agua de lluvia, presentando un “desgaste acelerado, además de recibir mayores caudales debido al crecimiento demográfico y las lluvias intensas de los últimos años”.

Esos factores hacen aún más vulnerable al suelo frente a los sismos como los vividos en 2017.

Desplazamiento ambiental: cifras en aumento

Ciudad de México y Diamante no son los únicos sufriendo desplazamientos debido al cambio climático.

Olas de calor, enfermedades emergentes, inundaciones, sequías y pérdida de biodiversidad son consecuencias del cambio climático antropogénico que encuentran resonancia en la expansión de industrias, actividades extractivas, represas, mineras y procesos de urbanización.

La suma de estos factores, más la imprevisibilidad de fenómenos hidrometeorológicos extremos, ha ocasionado que en el mundo existan más personas desplazadas por estos motivos que por conflictos armados.

De acuerdo con el Observatorio de Desplazamiento Interno del Consejo Noruego para Refugiados (IDMC), durante el 2016, los conflictos armados ocasionaron que 9 millones de personas en el mundo huyeran de sus hogares, mientras que los desastres ambientales generaron más de 24 millones de personas desplazadas.

De acuerdo con Emdat, la Base de Datos sobre Eventos de Emergencia, entre 1979 y 2008 los terremotos afectaron a 134 millones de personas en el mundo y las inundaciones a 2.800 millones. 

Junto a Asia meridional y África subsahariana, América Latina es una de las tres regiones en el mundo que, para 2050, espera la migración de 140 millones de personas dentro de sus propios países, a causa de los efectos del cambio climático.

El mismo IDMC establece que en México entre 2008 y 2014, aproximadamente 3 millones de personas fueron desplazadas por fenómenos naturales de ocurrencia repentina, como huracanes, inundaciones y terremotos. 

Soluciones posibles: entre la ingeniería y el rediseño del territorio

Los científicos que trabajan en Diamante están abocados a la búsqueda de soluciones para evitar que una zona poblada esté bajo amenaza de derrumbe. Según explicaron, lo primero es “entender claramente cuál es el mecanismo y no subestimar el fenómeno”.

A partir de allí, entienden que hay que avanzar en dos frentes: el primero tiene que ver con medidas estructurales, o sea, obras de ingeniería que puedan mitigar el problema “quitándole contenido de agua a los materiales”. “Ahí estamos de acuerdo todas las profesiones que estamos involucradas en esto. Hay que tratar de sacar el agua mediante obras de ingeniería”, contaron los dos geólogos.

Pero, si al mismo tiempo no se encaran medidas no estructurales, las obras no solucionarán el problema por sí solas. Esto significa, tal como argumentaron los expertos, una nueva organización del territorio y de los servicios para mejorar los sistemas de drenaje: “no puede haber fugas ni incorporación de agua adicional, hay que suprimir el aporte de agua antrópico que hoy casi equivale al aporte climático natural”, concluyeron.

Para mitigar el impacto de las lluvias, el gobierno actual de la Ciudad de México está impulsando un programa de captación de agua pluvial en distintas partes de la metrópolis. Para enfrentar el agrietamiento de sus comunidades, distintos grupos que presentaron daños después de los sismos se han organizado para hacer brigadas de mapeos colectivos y medir las grietas, mientras que paralelamente exigen se realice un estudio sobre la mecánica del suelo en el que viven.  

Ciudad de México y Diamante, en Argentina, ilustran cómo las transformaciones de los ecosistemas en América Latina son tan complejas que requieren de estrategias de resiliencia institucional y de una sociedad informada, organizada y crítica sobre las implicaciones de vivir en el suelo que se habita: desde su historia ambiental hasta el tipo de construcciones y actividades urbanas. Solo así se podrá revertir, si es que aún se puede, el daño causado por la huella humana.

  • La producción de esta historia fue patrocinada por LatinClima y Fundación Avina en el marco del Programa de Diálogos Virtuales sobre Cambio Climático para Periodistas. Ambas periodistas fueron participantes del programa y, además, dirigen sus propios medios de comunicación . Ana Herrera es directora de Ecohistorias (http://ecohistorias.com.mx) mientras que Jorgelina Hiba es la directora de dosAmbientes (http://dosambientes.net).

 







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