Por Stakeholders

Lectura de:

Camilo Amado Asenjo
Gerente del área de administración de la ONG Observatorio del Medio Ambiente Peruano (OMAP) y miembro del grupo de investigación del Instituto Riva-Agüero de la PUCP, Hermes

En las últimas semanas, el Coronavirus (SARS-CoV2) ha generado un cambio radical en el modo cómo los seres humanos nos desenvolvemos en nuestro medioambiente. La mayoría de industrias, y las actividades económicas en general, se encuentran paralizadas parcial o totalmente; y, para evitar que la propagación excesiva del virus colapse los sistemas de salud pública, la población está recluida en sus casas.

Diferentes países han adoptado estas medidas. En la República Popular China desde el 23 de enero, Wuhan estuvo en cuarentena; en Italia, el gobierno desde el 9 de marzo ordenó la cuarentena de su población no esencial; en Estados Unidos, los gobernadores de diferentes Estados comenzaron a sugerir que la población se mantenga en casa desde el 15 de marzo.

En el Perú, el 16 de marzo el Decreto Supremo 044-2020 de la PCM declaró el inicio del Estado de Emergencia Nacional; con ello, se ordenó limitar el ejercicio del libre tránsito de toda la población, teniendo como únicas excepciones posibles a esta regla las personas que busquen o presten acceso a servicios y bienes esenciales.

 

Algunos efectos del COVID-19 en el ecosistema

Un primer resultado de estas medidas, y que es muy positivo para el ecosistema, fue la repentina aparición de fauna silvestre en áreas en las que ya no era posible encontrarlas antes: delfines en los canales de Venecia, jabalíes en las avenidas de Madrid e, incluso solo hace unos días, chinchillas en la ciudadela de Machu Picchu.

Sin embargo, ésta no fue la única consecuencia medioambiental inmediata. Un segundo resultado indirecto de la cuarentena fue la disminución de los niveles de contaminación aérea. En las últimas semanas, de acuerdo a estudios de la revista Science of the Total Environment (2020), el satélite Copernicus Sentinel-5P ha registrado una reducción del dióxido de carbono en el aire de las principales ciudades europeas que han restringido el libre tránsito de su población.

En el caso peruano, según el MINAM las medidas de aislamiento han causado una mejoría en la calidad del aire limeño. Esto se debe a que, desde el inicio de la cuarentena, ha habido una disminución del promedio semanal de PM 2.5, según las mediciones de la Estación de Calidad de Aire del distrito de San Juan de Lurigancho.

El ambientalismo en las catástrofes globales

Para la filósofa Jane Bennett, en su libro Vibrant Matter (2010), este tipo de catástrofes globales puede generar un incremento del ambientalismo cultural: puede haber un aumento en la preocupación por el bienestar del ecosistema, y una búsqueda de métodos que disminuyan la contaminación global y creen nuevas formas de desarrollo sostenible.

En diferentes medios de comunicación del mundo, se ha comenzado a escribir artículos sobre cómo esta catástrofe es resultado de nuestro mal trato del ecosistema terrestre. Un ejemplo de esto es la CNN que últimamente publica notas que argumentan que esta es una nueva oportunidad para construir un mundo mejor y aprender de los errores del pasado para buscar una agenda de desarrollo verde.

Para Bennett, sin embargo, un problema de estos medioambientalismos, que nacen de las catástrofes, es que son reactivos; es decir, nacen como reacción de la preocupación inicial que generan los problemas globales, y suelen fallar en proponer e implementar medidas a largo plazo que cambien permanentemente las políticas que guían nuestra relación con nuestro ecosistema.

Sobre la necesidad de una nueva ética   

Para que los cambios positivos que hemos venido experimentando en el medioambiente, debido a la cuarentena, sean permanentes no es necesario que se den cambios parciales e instantáneos en el modo cómo actuamos; lo que realmente es necesario que se dé es un cambio permanente y a largo plazo en la forma cómo pensamos nuestra relación con la Tierra.

De acuerdo con la filósofa Rosi Braidotti, en su libro Lo Posthumano (2015), para lograr un cambio permanente en la relación con nuestro ecosistema debemos repensar las categorías con las que evaluamos esa relación; es decir, es necesario que re-evaluemos la cosmovisión ética que usamos para pensar nuestras acciones y sus consecuencias ecológicas.

En ese sentido, pienso que si realmente deseamos hacer cambios a largo plazo, con el objetivo de lograr un desarrollo sostenible, es indispensable comenzar a pensar la relación entre la humanidad y la Tierra desde la ética posthumana de Braidotti; en otras palabras, debemos proponer una relación transversal y de complementariedad con nuestro ecosistema, donde se reemplace la división Hombre-Ambiente por un continuum entre la Tierra y la cultura humana.







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