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La democracia nació como un asunto de calzoncillos. Nuestra primera Carta Magna, la Constitución de 1826, lo señalaba en su capítulo II, artículo 14: “Para ser ciudadano es necesario: 1.- Ser peruano. 2.- Ser casado, o mayor de veinticinco años. 3.- Saber leer y escribir. 4.- Tener algún empleo o industria; o profesar alguna ciencia o arte, sin sujeción a otro en clase de sirviente doméstico.”

 

Las tres siguientes constituciones (1828, 1834 y 1839) solo fijarían el rumbo en automático. Incluso un siglo después, la de 1920, continuaba considerando “ciudadanos en ejercicio” a los mayores de 21 años o los casados.

 

Recién con la Carta Magna de 1933, promulgada por Luis Sánchez Cerro, en su capítulo IV, artículo 86, la historia empezaría su lenta modificación. Decía: “Gozan del derecho de sufragio los ciudadanos que sepan leer y escribir; y, en elecciones municipales, las mujeres peruanas mayores de edad, las casadas o que lo hayan llegado a su mayoría.”

 

Sin embargo, lo que parecía una conquista femenina, venía con trampa: el artículo 84, señalaba que “Son ciudadanos los peruanos varones mayores de edad, los casados mayores de 18 años y los emancipados.”

 

Ciudadanía activa

 

Otro argumento se pega más al devenir histórico: cuando José Luis Bustamante y Rivero asumió la presidencia en 1945 se dieron libretas electorales a las mujeres para las elecciones, se creó el registro electoral municipal, pero no se convocó al proceso electoral porque llegó el golpe de Estado de Manuel A. Odría. Se truncó todo el proceso hasta 1955.

 

Un año antes, en 1954, las nueve integrantes de la Asociación de Abogadas Trujillanas enviaron una carta al presidente Manuel Arturo Odría solicitando que presente al Congreso la reforma de los artículos 84 y 86 de la mencionada Constitución, “para que se nos conceda el derecho de ciudadanía activa, esto es con todas sus proyecciones civiles y políticas, poniendo nuestra legislación a tono con las modernas orientaciones del pensamiento jurídico y armonizada a las nuevas necesidades de la vida social”.

 

El 7 de setiembre de 1955, el solícito Odría promulgaba la norma. Y nueve meses más tarde, el 17 de junio de 1956, por vez primera las peruanas sufragaban.

 

Mas Odría no fue el adalid del voto femenino, nos recuerda el historiador Miguel Arturo Seminario, director del Museo Electoral y de la Democracia del Jurado Nacional de Elecciones (JNE). La ciudadanía femenina, subraya, “no fue una concesión desde arriba, sino que en el triángulo sin base, tuvo una base social que se cohesionó con el mecanismo de conciencia de grupalización y presionó al gobierno a través de las marchas, de publicaciones en diarios, revistas y conferencias radiales”.

 

Esta hipótesis tiene asidero porque el voto femenino le fue adverso a los propios intereses del odriísmo: ni Manuel Arturo ni su esposa ganaron en los procesos electorales posteriores. “Ni siquiera su partido logró tener una representación significativa en las contiendas electorales [en 1956, el partido auspiciado por el odriísmo obtuvo el 17% de los votos frente al 45% de Manuel Prado y el 36% de Fernando Belaunde]. Las mujeres son muy inteligentes y votaban por lo que consideraban era lo más oportuno”.

 

En este resumen a zancos de la historia de la conquista electoral femenina en el Perú, hay varios nombres importantes.

 

Hay postulados sobre la mujer que hace el clérigo e intelectual tacneño Francisco de Paula Gonzales Vigil. Y en 1867, otro hombre importante para el pensamiento peruano, el diputado por Áncash Celso Bambarén Ramírez, docente sanmarquino, postula que la mujer debe tener ciudadanía. En el XX se suman nuevas voces, como la de José Antonio Encinas.

 

Las propias mujeres, como la educadora y periodista María Jesús Alvarado, quien en 1911, desde la Sociedad Geográfica de Lima, pide un reconocimiento a la mujer en medio de una reunión solo de hombres. Zoila Aurora Cáceres fundará el movimiento feminista. No se sabe si la hija del mariscal ayacuchano llegó a sufragar en las elecciones de 1956, pero sí tuvo un activismo desde fines del siglo XIX. Hay otros nombres como Ángela Ramos, Dora Mayer y más que ejercieron este activismo, el cual permitiría la formación de la conciencia cívica ciudadana entre mujeres.

 

Fue un movimiento a nivel nacional que tenía comités en todo el país. El desafío era que todas sean incorporadas a la ciudadanía: blancas, negras, serranas, católicas, no católicas. Ni las ricas podían ejercer el derecho a votar.

 

Labor clave

 

Seminario apunta que en este proceso fueron vitales también las esposas de los notables de cada ciudad o pueblo del país, solo así se van desprendiendo del machismo.

 

Otros nombres vitales para comprender esa historia son la activista María Julia Luna –fundadora de la Asociación de Abogadas Trujillanas–, María Colina de Gotuzzo, una de las primeras ocho diputadas y primera mujer miembro de la Mesa Directiva del Parlamento. La cajamarquina Irene Silva de Santolalla se convirtió en la primera senadora elegida en el Perú. A todas les gritaban “¡machonas, no se metan en cosas de hombres!”, cuando reclamaban por sus derechos civiles.

 

En las elecciones de 1956 votaron casi medio millón de mujeres, y ese proceso electoral fue considerado el “más concurrido realizado en el país”. En el discurso de la prensa se sentía el tufillo paternalista y se llama a las mujeres, “damitas”. En diminutivo. El día de las elecciones, muchas debieron aguardar por horas para ejercer su derecho y nada las desanimó. Los periódicos resaltaron el cuidado que pusieron ellas frente a sus mesas de votación.

 

 

 

 

José Antonio Vadillo Vila

https://elperuano.pe/noticia/118617-el-voto-una-conquista-femenina







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