A pesar de que se trató de una cumbre llena de diferencias, hay algo en lo que parece haber cierta unanimidad, palabras más, palabras menos… |
A pesar de que se trató de una cumbre llena de diferencias, hay algo en lo que parece haber cierta unanimidad, palabras más, palabras menos: que fue un fracaso. El acuerdo vinculante que los anfitriones daneses promovieron de una manera bastante torpe no se materializó, y ahora la única esperanza es que el “acuerdo” político que se firmó se convierta en un pacto más firme cuando las delegaciones de gobiernos y observadores se trasladen a México para el COP16 en diciembre de este año.
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Como ha ocurrido en otras cumbres COP, cada delegación llegó al lugar de los debates mirando a su alrededor para ver que proponen los demás, en lugar de llevar ofrecimientos propios. Y esta historia se repitió en Copenhague.
América Latina no llegó a Dinamarca con una posición unificada, y los campos ideológicos que han dividido al continente en la última década, se reflejaron en COP15. Por un lado, Brasil llegó a Copenhague dispuesto a jugar un papel informal de líder regional. El presidenteLula da Silva está decidido a convertir a su país en protagonista respetado y activo en la arena política internacional. Pero esta posición tiene sus bemoles. Por un lado, Brasilia quiere unirse a la liga de los equipos grandes, a la par de Estados Unidos y la Unión Europea, acompañando a China e India en su papel de economías emergentes y protagonistas de la globalización. Pero estos deseos de grandeza implican asumir las responsabilidades que los clubes grandes tienen. En el tema del cambio climático, una de dichas responsabilidades es reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero a la par de los países industrializados. Brasil se niega a someterse a un acuerdo obligatorio y vinculante y favorece la opción voluntaria, algo que empezó a poner en práctica a pocas semanas del fracaso de Copenhague. Brasil también es partidario de los mercados de carbono. Y es aquí donde las discrepancias con el bloque “bolivariano” emergen. Bolivarianos Bolivia y Venezuela llegaron a la cumbre con un discurso de contenido eminentemente ideológico. Evo Morales propuso en una de sus conferencias de prensa un cambio de sistema, una transición del capitalismo al socialismo. Aunque resulta difícil pensar que los daneses habrían aceptado la transición ideológica propuesta como tema de debate, lo cierto es que Morales llegó a la fría Copenhague dispuesto a “indigenizar” la cumbre con delegaciones de organizaciones de base que llenaron las pantallas con vestimentas coloridas y elogios a la pachamama. Bolivia también mostró su oposición a los mercados de carbono, argumentando que se trata de un ardid para que los países industrializados y sus empresas contaminantes evadan su responsabilidad en sus reducciones de CO2, algo con lo que muchos críticos del sistema estarán de acuerdo. La única propuesta concreta de Morales en el tema del cambio climático fue la creación de un tribunal internacional para sancionar a aquellos países que no cumplen sus obligaciones de reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero. Por su parte, el presidente Hugo Chávez usó el tiempo que le correspondía para dirigirse al plenario haciendo uso de cifras y estadísticas sobre pobreza y enfermedades en el mundo. La posición de Venezuela es muy ambigua. Por un lado criticó a Dinamarca por circular un borrador entre un grupo reducido de países asistentes, pero por el otro, no llevó ninguna propuesta que permita el reemplazo de los combustibles fósiles como fuente de energía. Después de todo, Venezuela vive de la producción de ese combustible fósil por excelencia: el petróleo. Chávez tampoco se refirió a la propuesta para reducir la deforestación, a pesar de que Venezuela tiene un alto índice de tala de árboles en la región. Los exabruptos del presidente venezolano, que hasta amenazó con abandonar la cumbre si los anfitriones no corregían su propia conducta, parecen ocultar una falta absoluta de propuestas concretas. Ecuador atrevido Y es aquí donde aparece Ecuador. Muchos de quienes asistimos a la cumbre llegamos a la conclusión de que Quito fue el gran ganador de esta contienda. Hagamos antes un poco de historia. Hace un par de años, el presidente Rafael Correa le lanzó el guante a la comunidad internacional para que acepte el desafío en el tema de la lucha contra el calentamiento global.
Ecuador tiene reservas de petróleo en el Parque Nacional Yasuní que llegan a los mil millones de barriles. Estas reservas pueden sacar de la pobreza a ese país que depende de sus ventas de crudo para sus ingresos por exportaciones. Pero muchos países en occidente, insisten de manera farragosa que los pobres también tienen que asumir su responsabilidad en reducir sus propias emisiones, a pesar de que la contribución de Ecuador en el contexto global es de apenas 0.35%. Bueno, dijo Correa, si ustedes no quieren que saquemos ese petróleo para proteger el planeta, dennos el dinero que vamos a perder al no extraer el petróleo. Muchos se burlaron de la propuesta. Pero en Copenhague, una delegación ecuatoriana, con buenas razones para sentirse orgullosa, anunció que el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) no solo va a administrar el proyecto, sino que el gobierno alemán va a invertir en el mismo. El gobierno recibirá el equivalente del 50% de las potenciales pérdidas económicas que implica no explotar las reservas. A cambio, el gobierno se compromete a dejar bajo la tierra, y para siempre, ese crudo. El dinero será invertido en proyectos de protección ambiental, reforestación y desarrollo social, además de proteger la privacidad comunitaria de las poblaciones indígenas que se rehúsan a tener contactos con la sociedad formal. Y si futuros gobiernos deciden pasar por alto este compromiso, perderán dinero, mucho dinero. Si, por ejemplo, el sucesor de Correa decide explorar y extraer el petróleo, dejaría de recibir el dinero por la pérdida de ingresos. Y como se calcula que, desde el momento de la primera exploración sísmica hasta la extracción del primer barril, tendrían que pasar al menos cinco años, el Estado dejaría de percibir un quinquenio completo de dinero, un lujo que nadie se puede dar. Ecuador dejó así en claro que se puede tener un gobierno radical y, al mismo tiempo, proponer medidas pragmáticas que ayuden a solucionar un problema que afecta a todos. La cumbre de Copenhague fue, en efecto, un fracaso, y América Latina no salió bien parada. El gobierno británico acusó a Venezuela y Bolivia de haber contribuido a dicho fracaso, un cargo exagerado y hasta cierto punto hipócrita. Ni Chávez ni Morales tienen suficiente poder como para hacer fracasar una cumbre mundial. La responsabilidad recae en Estados Unidos y China, los dos grandes emisores de CO2, que, por negligencia o mala fe, depende del cristal con que se mire, no se comprometieron a reducir de manera obligatoria sus propias emisiones. En todo caso, México puede ofrecer una buena oportunidad para recuperar un mínimo nivel de consenso regional en un tema que mata y enferma, no importa quién esté en el poder. |