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La mayor expedición científica en mucho tiempo para estudiar a las ballenas azules que viven en la Antártica tiene a bordo a un chileno. Se trata del biólogo marino Carlos Olavarría, quien, con 18 años de experiencia en el campo de los mamíferos marinos y la ecología molecular, se sumó a esta expedición junto a otros 17 expertos internacionales arriba del barco Amaltal Explorer.

La misión se llama «Ballena Azul Antártica», y es un programa emblemático de la comunidad internacional de Southern Ocean Research Partnership (SORP), un consorcio que reúne a diez naciones -entre ellas, Chile, EE.UU. y Australia-, a través de la Comisión Ballenera Internacional (CBI), para promover la investigación no letal en el océano Austral y contrarrestar la mortal caza japonesa.

Ya llevan 22 días navegando en el océano Glacial Antártico desde que zarparon en Nueva Zelanda, y pretenden culminar a mediados de marzo cuando recorran la totalidad de la zona oeste del Mar Ross, una bahía profunda entre el océano Glacial Antártico y la Antártida.

Las ambiciones de la expedición son altas. Estudiar los desplazamientos de la ballena azul y realizar el primer censo de su población después de 13 años son algunos objetivos principales. Los últimos datos sobre el número de ejemplares de esta especie que vive en el hemisferio sur señalan que hay entre 400 y 1.400. Estas estimaciones son del año 2000. De ahí la importancia de realizar un censo para evaluar la situación actual.

En conversación con «El Mercurio», Carlos Olavarría cuenta, desde las cercanías a las islas Balleny, en el océano Antártico, su experiencia junto al resto de los científicos y el mayor logro de la expedición: seguir y encontrar por primera vez ballenas azules a través de sus vocalizaciones usando métodos acústicos. «Es un logro importante, porque a través de éste es posible ubicar a ballenas a muchas millas de distancia sin siquiera verlas. Antes sólo se hacía de manera visual y se perdía demasiado tiempo».

Hasta ayer Olavarría también había logrado recolectar -a través de dardos, indoloros para el animal- catorce muestras de piel para estudios genéticos.

Por otro lado, en la investigación se han fotografiado cerca de 30 ballenas azules, y se puso la primera marca satelital en una de ellas para poder rastrear sus movimientos.

«Esta investigación utiliza métodos no letales, que demuestra la factibilidad de realizar investigación sin necesidad de capturar ejemplares», señala.

Olavarría piensa que un aspecto central para la conservación de la ballena azul es identificar áreas donde se encuentren grandes concentraciones, como en el Mar de Ross. «Pero en Chile también hay áreas importantes en el sur, en el Golfo de Corcovado y en aguas alrededor de la isla de Chiloé. Esas áreas necesitan recibir protección formal, como áreas marinas protegidas, que permitan tener marco legal para su conservación», opina.

Fuente / El Mercurio







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