Si le preguntáramos a una persona en la calle qué entiende por capital, seguramente nos hablaría de dinero, maquinarias o infraestructura, de cosas creadas por el hombre que sirven para generar más dinero. Nos hablaría de economía y de negocios, y casi con total seguridad, jamás nombraría un bosque, un río, un ecosistema o una montaña.
Y es que las grandes teorías económicas de la historia, capitalismo y marxismo, por ejemplo, no se ocuparon de los bienes y servicios de la naturaleza más que para encasillarlos en el rubro “tierra”. Era una época en que la conciencia de la conservación y el uso sostenible no existían, las nubes negras del cambio climático no estaban en el horizonte, y el hombre –dueño del planeta– tenía carta blanca para extraer los recursos naturales sin control alguno. Pero eso se acabó. Hoy sabemos que la economía basada en el dinero es solo una parte un sistema más grande que abarca a la Madre Tierra y los recursos naturales y servicios que nos brinda. Y dependemos de la buena salud de estos para poder echar andar todo lo demás.
En este esquema, el término capital natural hace referencia al stock de recursos naturales –agua, suelos, diversidad biológica y genética, aire, entre otros– y de servicios ecosistémicos que nos brinda la naturaleza. Por ejemplo, un bosque saludable provee de agua limpia, recursos alimenticios, suelos estables que combaten la erosión, aire puro, madera. Todos estos bienes se traducen en servicios que no solo proveen bienestar a la gente, también permite la marcha de industrias de todo tipo. Si no, imaginen la actividad agrícola –la más grande del mundo– sin agua, insectos polinizadores o con suelos desertificados.
El término “capital natural” fue acuñado en 1972 por E.F. Schumacher, en su libro Lo pequeño es hermoso: economía como si la gente importara. En su primer ensayo, el economista ambiental hace referencia a la insostenibilidad de la economía del planeta, estableciendo que los recursos naturales deben ser tratados como capital y no como renta o ingreso, puesto que la capacidad de la Tierra para producirlos es limitada y muchas veces no renovable.
En tiempos más recientes, los investigadores Paul Hawken, Amory lovins y Hunter Lovins desarrollaron el concepto del “Capitalismo Natural”, en el cual señalan que la siguiente revolución industrial dependerá de cuatro estrategias centrales: la conservación de los recursos a través de procesos de manufactura más efectivos, el reúso de materiales tal como son encontrados en sistemas naturales, un cambio en valores de cantidad a calidad, y una mayor inversión en capital natural y en la restauración de los recursos naturales.
En ese sentido es importante valorar a los ecosistemas y los servicios que estos brindan, e incluirlos en la economía. Un esfuerzo llevado a cabo por un grupo de investigadores liderados por Robert Constanza, de la Universidad de Maryland, colocó un valor monetario a 17 de los principales servicios ecosistémicos generados por la naturaleza. El monto promedio fue de US$ 33 trillones al año. Un monto de gran importancia si tenemos en cuenta que el PBI mundial anual en el año del estudio fue de US$ 18 trillones.
La salud de los ecosistemas es esencial para la sostenibilidad de la economía mundial. Ejemplos de lo contrario abundan. Allí tenemos los mares agotados por la sobrepesca que están causando serios problemas a las poblaciones que dependen de ellos para sobrevivir. O los bosques y ríos contaminados por el mercurio de la minería ilegal que no solo acaban con los árboles y sus habitantes, causan también graves desequilibrios en la provisión de recursos básicos para las poblaciones locales, sin mencionar el descalabro social que ocasionan.
Diversos esfuerzos a nivel mundial ya han sido lanzados para reconocer la importancia del capital natural. En 2012, la cumbre Rio+20 emitió una “Declaración sobre Capital Natural”, mientras que un grupo de 40 CEOs firmó una iniciativa para “integrar las consideraciones de capital natural en los productos de préstamos, acciones, renta fija y seguros, así como en los marcos de contabilidad, divulgación y presentación de informes”.
La creación de Natural Capital Coalition –un grupo internacional de instituciones dedicado a armonizar los enfoques de capital natural– ha sido otro gran paso para el desarrollo de este concepto y sus implicancias en la economía mundial. En 2016, lanzó el Protocolo de Capital Natural, una herramienta que brinda un marco de trabajo estandarizado para identificar, medir y valorar el capital natural, como una forma de ayudar a la toma de decisiones y la creación de políticas.
Un concepto en auge que se hermana con el capital natural es la economía circular, que implica minimizar la producción de bienes a escala mundial y reciclar o reutilizar las partes de cada objeto que se fabrique y consuma. Asimismo, la regeneración de los ecosistemas es otra acción que permite mantener el capital natural. Apostar por mantener servicios ecosistémicos, así como implementar sistemas de producción sostenible como la agroforestería y el ecoturismo, acciones de deforestación evitada, entre otras, son acciones que impactan de forma directa en la protección de nuestro capital natural.
No olvidemos que la casa donde vive, los alimentos que consume, y los aviones en que viaje, son elaborados a partir de recursos y servicios que brinda la naturaleza, y que estos se agotan o se degradan, con efectos negativos para la salud de planeta, la economía y nuestro bienestar. La próxima vez que piense en capital, piense en la Madre Tierra.