El caso Anis Samanez evidencia la tensión entre la moda sostenible y el respeto por los derechos culturales. La apropiación del arte shipibo-konibo, declarado Patrimonio Cultural de la Nación, reabre el debate sobre ética, equidad y justicia cultural.

Foto: El Popular

Por Stakeholders

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La reciente controversia en torno a Anis Samanez durante el evento Orígenes 2024 no solo reavivó el debate sobre la apropiación cultural, sino que puso en evidencia tensiones profundas entre la moda sostenible y el respeto por los derechos culturales de comunidades indígenas, como los shipibo-konibo.

La apropiación cultural es un fenómeno inevitable en sociedades globalizadas y multiculturales. Sin embargo, cuando esta se realiza desde una posición de poder, despojando a comunidades vulnerables de sus tradiciones y símbolos sin su consentimiento o retribución justa, deja de ser un intercambio cultural para convertirse en una práctica explotadora.

Según la jurista Susan Scafidies, en su libro de 2005 ¿De quién es la cultura? Apropiación y autenticidad en las leyes norteamericanas, la apropiación cultural es cuando uno recurre a la propiedad intelectual, a los saberes tradicionales, a las expresiones o a los artefactos culturales de otro para satisfacer así su propio gusto, para expresar su propia individualidad o, simplemente, para sacar provecho.

La indignación frente a las demandas económicas de la comunidad shipibo-konibo, quienes valoran sus textiles como patrimonio cultural y fuente de sustento, denota una desconexión preocupante. Pretender que conocimientos ancestrales sean compartidos de manera gratuita bajo el pretexto de «igualdad cultural» ignora la desigualdad estructural que afecta a estas comunidades y el valor intrínseco de su arte.

El kené: más que un diseño, una identidad

El kené, reconocido como Patrimonio Cultural de la Nación en 2008, no es solo un diseño estético. Es una manifestación espiritual y cultural que resume la cosmovisión del pueblo shipibo-konibo. Comercializarlo sin respetar su contexto espiritual y sin garantizar beneficios económicos para sus creadores no solo banaliza su significado, sino que perpetúa la marginación histórica de estas comunidades.

El debate sobre apropiación cultural no puede ser reducido a un tema de «malos entendidos». Las acciones de diseñadores como Samanez deben ser examinadas desde un marco ético, donde las comunidades sean socios igualitarios, no recursos explotables. La moda sostenible tiene el potencial de ser un puente para la equidad, pero solo si se construye sobre la base del respeto mutuo y la justicia cultural.







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