Arturo Caballero
CEO A2G
Si bien el término “cisne negro” nos puede remontar a algún posible cuento de fantasía escrito por los hermanos Grimm, este término también se utiliza en las finanzas. Fue creado en el 2007 por Nassim Nicholas Taleb, profesor de finanzas, escritor y ex comerciante de Wall Street, justo antes de la debacle financiera del 2008. En los círculos financieros, este término nos remite a imágenes de una catástrofe económica provocada por un evento poco común, que la gente debería haber visto venir, si tan solo hubieran estado más atentos y con los ojos más abiertos.
La teoría del “cisne negro” entonces, describe eventos extremadamente raros que tienen un impacto enorme, normalmente negativo en la economía global. Un claro ejemplo de un “cisne negro” que se recordará en las generaciones modernas, es la actual crisis producida por el coronavirus y sus efectos financieros y sociales a nivel mundial.
En la actual coyuntura, en los principales círculos financieros y de inversionistas a nivel global, se viene advirtiendo, cada vez con más fuerza, de la existencia de un “cisne verde”. Este término, acuñado en un documento del Bank for International Settlements (BIS) de Europa este año, advierte sobre la próxima crisis financiera global, generada por el cambio climático y los “extremadamente perturbadores eventos” que se podrían desencadenar en el sector financiero.
“El cambio climático es un cisne de un color diferente: uno verde” y los cisnes verdes son riesgos que hemos creado los propios seres humanos y que nos afectarán a nosotros mismos y a nuestras próximas generaciones, al producir emisiones que calientan la tierra y contaminar nuestro aire, agua, suelo y océanos, destruyendo nuestros ecosistemas y desestabilizando nuestro clima.
Este “cisne verde” es, a diferencia del “cisne negro”, crucialmente diferente porque el cambio climático tiene un impacto predecible y comprobado. Esto significa que tenemos cierto nivel de oportunidad para prevenirlos y afrontarlos, pero esta ventana de oportunidad se está cerrando rápidamente mientras no cambiemos la forma en que está diseñado el sistema.
Generar un sistema más resiliente y adaptable a los nuevos riesgos que nos traen los efectos del cambio climático, es una necesidad para poder estar preparados. No solo deben tomarse en cuenta los riesgos físicos derivados de las proyecciones del cambio climático (como aumentos de temperaturas, inundaciones, huaicos, lluvias, sequías o huracanes cada vez más severos y más constantes), sino también deberán tomarse en cuenta en este nuevo diseño, los riesgos llamados “de transición” a una nueva economía: los riesgos relacionados a la obsolescencia de ciertas tecnologías actuales (como inversiones en producción de carbón y petróleo por ejemplo); los riesgos relacionados a nuevas regulaciones sobre cambio climático (como la incorporación de riesgos frente al cambio climático y acciones de mitigación y adaptación en los instrumentos de certificación ambiental); los riesgos referidos a la inclusión del “carbon pricing” por parte de los emisores; y los riesgos referidos a los impuestos a las emisiones de CO2.
El reto: debemos migrar hacia un sistema financiero más sostenible. Buscar generar un impacto positivo en las inversiones. Incorporar los riesgos ante el cambio climático dentro de las variables ambiental, social y de gobierno corporativo para tomar decisiones y promover que las empresas informen sobre sus riesgos físicos y de transición a una nueva economía baja en carbono y resiliente al cambio climático. Debemos buscar un sistema diseñado para servir al planeta, a las personas y la prosperidad de todos.