
En lo profundo de la Amazonía peruana, donde la deforestación y la minería ilegal de oro han dejado huellas imborrables, la naturaleza ha encontrado una forma de hablar. Un equipo internacional de científicos, encabezado por la profesora Jacqueline Gerson de la Universidad de Cornell, ha descubierto que los anillos de crecimiento del Ficus insipida –conocido en distintas regiones como amate, chibecha, higuerón u ojé– pueden registrar, año tras año, la presencia de mercurio en el ambiente.
En Madre de Dios, epicentro de una de las actividades mineras informales más intensas del planeta, se estima que entre 100.000 y 200.000 trabajadores se dedican a la extracción artesanal de oro. En este entorno, el mercurio es utilizado para separar el mineral, dejando tras de sí un legado de contaminación que afecta tanto la salud humana como los ecosistemas. Este metal pesado, liberado a la atmósfera y transportado por el viento, se deposita en la vegetación, en el agua y, de manera insidiosa, en los anillos de los árboles.
La selva como cronista ambiental
El estudio, publicado en la revista Frontiers in Environmental Science, analizó núcleos extraídos de varios ejemplares de Ficus insipida, comparándolos con otras especies tropicales como la castaña de Brasil y los tornillos. Los resultados fueron sorprendentes: mientras solo el Ficus insipida formaba anillos concéntricos que actúan como una verdadera cápsula del tiempo, estos anillos mostraban concentraciones de mercurio notablemente más altas en las áreas cercanas a la actividad minera, especialmente durante la estación seca.
La capacidad de estos árboles para absorber y almacenar mercurio se debe a un proceso en el que el metal, oxidado en las hojas, es transportado por el floema hasta integrarse en la estructura leñosa del tronco. Aunque los mecanismos exactos aún no se comprenden del todo, la evidencia sugiere que cada anillo no solo marca un año de vida, sino también un registro de la contaminación ambiental.
Una herramienta natural para la vigilancia ambiental
Para los científicos, estos “espías silenciosos” ofrecen una red de monitoreo natural, de bajo costo y de largo plazo. En una región donde la minería ilegal se desarrolla en la sombra y es difícil de rastrear, los árboles se convierten en aliados estratégicos para detectar y cuantificar la presencia de mercurio. Los investigadores compararon muestras de localidades muy próximas a zonas de minería clandestina, como Boca Colorado y Laberinto, con áreas protegidas como Los Amigos, y hallaron patrones claros de incremento en la contaminación en los sitios mineros.
“Utilizar el Ficus insipida para monitorear el mercurio es una forma de darle voz a la selva”, explica Gerson. “Estos árboles, silenciosos y longevos, nos están contando la historia de un impacto ambiental que se extiende a lo largo de décadas”. Para David M. Lapola, del Laboratorio de Ciencias del Sistema Terrestre de la Universidad Estatal de Campinas, este enfoque abre la puerta a futuras iniciativas de monitoreo regional utilizando otras especies, aunque reconoce que cada árbol puede tener su propia manera de metabolizar el mercurio.
El futuro del monitoreo ambiental en la Amazonía
Con la minería ilegal y sus devastadoras consecuencias sobre la salud y la biodiversidad, la posibilidad de contar con un sistema natural de alerta es un avance prometedor. Los autores del estudio sugieren que el empleo de estos árboles como sensores biológicos podría complementarse con tecnologías de análisis remoto y monitoreo satelital, creando una red de vigilancia integral en una de las regiones más críticas del planeta.
Así, en una Amazonía que lucha contra la degradación, los Ficus insipida se erigen como guardianes silenciosos, capaces de transformar datos ambientales en información crucial para combatir la contaminación y proteger la gran selva. Una herramienta natural que, con el tiempo, podría ser clave para impulsar políticas ambientales más efectivas y detener la expansión de la minería ilegal de oro.