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La lucha de Leslie: un camino de esperanza en su batalla contra el cáncer

En marzo del 2020, mientras el Perú enfrentaba una crisis sanitaria sin precedentes, Leslie recibía la noticia más devastadora de su vida: el diagnóstico de cáncer. En medio de la pandemia y enfrentando desafíos emocionales, financieros y físicos, encontró en la fe y el apoyo familiar el impulso necesario para seguir adelante.

Por Denisse Torrico

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La mañana del 14 de marzo del 2020, la vida de Leslie Nolasco, de entonces 28 años, cambió para siempre. En un pequeño consultorio de la Liga contra el Cáncer, recibió los resultados de una biopsia a la que no había dado mayor importancia. Ella tenía cáncer. Mientras el presidente Martín Vizcarra anunciaba al país el inicio de una cuarentena estricta, Leslie se enfrentaba a una cuarentena emocional mucho más dura.

Con la mochila lista para un viaje a Huancayo, donde pensaba reencontrarse con su familia, la joven vio cómo sus planes y sueños se derrumbaban. “Pedí que me enviarían los resultados por correo, pero insistieron en que fuera personalmente. Me dijeron que era importante, pero nunca imaginé lo que vendría después”, recuerda con la voz entrecortada.

El diagnóstico era claro: necesitaba una mastectomía radical en el seno izquierdo, y cuanto antes. Aunque la noticia fue un golpe devastador, Leslie, sin dudarlo, accedió a la cirugía. “Nunca había escuchado mucho sobre el cáncer, pensé que era sinónimo de muerte. No lo asimilaba bien”, confiesa.

El impacto no solo fue emocional, sino también económico. El costo del tratamiento era abrumador: Le pedían 10 mil soles. “Salí de la Liga contra el Cáncer sin saber qué hacer. Llamé a mi mamá, quien se desmayó tras conocer la noticia”, cuenta Leslie

A través de sus lágrimas, encontró una luz en su fe. En el albergue Frida Heller, en Lima, Leslie encontró un refugio no solo físico, sino también emocional. “Los psicólogos y el personal me ayudaron a la religiosidad. Empecé a leer la Biblia más que nunca. Fue un proceso de creer, de encontrar paz en medio del caos”, dice.

El camino no fue fácil. Las largas esperas en el Instituto Nacional de Enfermedades Neoplásicas (INEN), el agotamiento de los recursos personales y el aislamiento social debido a la pandemia hicieron de su lucha una odisea. Sin embargo, su espíritu se mantuvo firme. “La gente no quería vender ni un plato de comida por miedo al virus. Todo era frío, distante. Sentía que el mundo se me cerraba”, narra.

Tras varias sesiones de quimioterapia, llegó una nueva noticia: el cáncer había hecho metástasis en el hígado. “Pensé que ya estaba en mi último ciclo de quimio, pero no. El oncólogo me dijo que tendría que hacer más, que mi cáncer no era curable. Ese día lloré como nunca”, recuerda Leslie, reviviendo el dolor de esa revelación.

Pero si algo ha aprendido Leslie en estos cuatro años, es a no rendirse. En cada paso que da, reconoce la generosidad de quienes la ayudaron. Organizaciones como Lazo Rosado fueron fundamentales en recaudar fondos para su tratamiento cuando más lo necesitaba. 

El costo emocional ha sido tan grande como el físico. Una de las decisiones más difíciles que enfrentó fue la de extirparse los ovarios para prevenir una nueva metástasis. “Mi familia me decía que pensara en tener hijos, pero yo sabía que era la única opción. Ver a otras compañeras sufrir recaídas me hizo darme cuenta de que tomé la mejor decisión”, reflexiona.

Hoy, Leslie continúa su lucha. Aunque ya no recibe quimioterapia, sigue alerta. Cada tres meses viaja a Lima para realizarse controles. “Nunca me dan de alta por completo, pero eso no me detiene. Sigo luchando, porque sé que cada día es una nueva oportunidad para vivir”, concluye Leslie. Su historia es una crónica de resiliencia, de fe y de amor. 

Más allá del diagnóstico: Cómo el cáncer transforma la vida de las familias

En el momento en que Miranda recibió el diagnóstico de cáncer de hígado fue un golpe devastador para su familia. A pesar de la inquietante noticia —una enfermedad en etapa terminal con metástasis en pulmones, huesos y otros órganos—, al principio era difícil de aceptar. «Para nosotros, fue como si estuviéramos en un estado de negación», recuerda su hermana. «Era una realidad que no queríamos enfrentar, pero a medida que el tiempo avanzaba y la enfermedad progresaba, la verdad se hacía cada vez más innegable.»

El impacto del diagnóstico transformó la vida familiar de manera profunda. Miranda, que vivía en Estados Unidos con su esposo e hijos, decidió regresar a Perú para recibir tratamiento y el apoyo emocional de su familia. Optó por el tratamiento del muérdago en el Centro Médico Antroposófico, una elección que marcó una importante reconfiguración en la dinámica familiar. «La necesidad de estar cerca de los suyos se volvió crucial», explica su hermana. «Todo cambió: las citas médicas, el apoyo físico y emocional, y los desafíos económicos se convirtieron en aspectos centrales de nuestra vida diaria.»

En cuanto al apoyo emocional, este se reveló como una necesidad fundamental. La hermana de Miranda destaca la importancia del apoyo psicológico para los familiares, que a menudo pasan por procesos de duelo y estrés similares al del paciente. «El impacto en la familia es significativo y, en nuestro caso, mi padre fue el primero en necesitar ayuda psicológica. Lamentablemente, no pudimos proporcionársela en ese momento, pero ahora, tras la partida de Miranda, ha comenzado a asistir a terapia», comenta.

La experiencia de Miranda también pone de relieve deficiencias en la gestión de salud en Perú. La hermana describe con desdén las condiciones en las que Miranda recibió atención en el INEN. «Ver a pacientes durmiendo en el suelo, amontonados y expuestos al frío mientras esperan una cita es una situación inaceptable. La enfermedad del cáncer ya es suficientemente dura sin tener que enfrentar un trato tan indigno.»

Además, el tratamiento del muérdago, aunque prometedor, es inaccesible para muchos debido a su alto costo y la falta de apoyo del Estado. «Es lamentable que el costo de medicamentos, como el muérdago, sea tan alto, especialmente cuando el Estado podría intervenir en áreas como la reducción de impuestos para facilitar su acceso», afirma. «Los pacientes con cáncer merecen recibir una atención de calidad, algo que debería ser lo mínimo en cualquier sistema de salud.»

La historia de Miranda es un recordatorio doloroso de las luchas que enfrentan muchas familias y subraya la urgente necesidad de mejorar la atención y el apoyo en el tratamiento del cáncer en Perú.

Por un sistema de salud justo: La batalla de los pacientes oncológicos

En Perú, el cáncer continúa siendo una de las principales causas de morbilidad y mortalidad, con una incidencia creciente que afecta a miles de personas cada año. Según el último informe global, el país ha visto un aumento en los casos de cáncer, con los tipos más mortales y prevalentes, como el cáncer de mama, estómago y próstata.

Un factor clave en este aumento ha sido la pandemia de Covid-19, que provocó una reducción drástica en las visitas al médico y en los controles preventivos. «Muchos pacientes dejaron de chequearse durante la pandemia, lo que llevó a diagnósticos más avanzados y complicados cuando finalmente buscaron ayuda», explica Indira Oropeza, fundadora de la ONG L con Leucemia.

El retraso en el diagnóstico es alarmante. Una encuesta reciente realizada por Semáforo Oncológico revela que el 31% de los pacientes espera entre tres y cinco meses solo para confirmar su diagnóstico, mientras que el 22% enfrenta el mismo tiempo de espera para iniciar el tratamiento. Este retraso es crítico, ya que cada día cuenta en el tratamiento del cáncer, y una detección tardía puede significar una menor probabilidad de supervivencia y un tratamiento más doloroso y costoso.

El costo del tratamiento es otro desafío importante. Un paciente puede gastar hasta 30,000 soles mensuales en su tratamiento, una suma que muchos no pueden cubrir. Además, el desabastecimiento de medicamentos sigue siendo un problema persistente, afectando tanto a los medicamentos especializados como a los más básicos, como el paracetamol.

A pesar de la Ley Nacional de Cáncer promulgada en el 2021, aún queda mucho por hacer. La implementación completa de la ley está pendiente, con muchas disposiciones cruciales aún no en vigor. «Necesitamos una mejor gestión de los recursos y una implementación completa de la ley para asegurar que todos los pacientes reciban la atención integral que necesitan», afirma Oropeza.

La Ley Nacional de Cáncer busca garantizar un tratamiento integral para los pacientes, pero su implementación ha sido lenta y con obstáculos. La falta de una red lógica nacional, que permita centralizar la atención en regiones fuera de Lima, y los problemas con la adquisición de medicamentos han retrasado los avances. Además, la reciente propuesta de modificación de la ley por parte de las aseguradoras privadas ha generado preocupación. Esta modificación podría afectar negativamente a los pacientes, limitando el acceso a tratamientos necesarios.

«No podemos resolver estos problemas por separado. Es crucial que trabajemos juntos, autoridades y pacientes, para lograr cambios significativos», concluye la representante de L con Leucemia.

En medio de estos desafíos, la esperanza persiste. La lucha continua por una atención oportuna y accesible para todos los pacientes oncológicos en el Perú.




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