Diana De la Torre-Ugarte Díaz
Gerente de Asuntos Corporativos de cbc Perú
Una de mis tías manejó sin brevete por años. Y, si algún policía la paraba, su estrategia era -en sus palabras- “poner carita de yo-no-fui”. Esta misma tía se ríe, hasta hoy, de que nunca en su vida cargó una maleta para meterla en la parte de arriba de la cabina de los aviones. Simplemente se paraba al lado, miraba alrededor, y algún hidalgo caballero aparecía a levantar la “pesada” maleta que ella, oh pobre, no podía.
Muy sabiamente, mi tía hizo uso del “impuesto de estereotipo” (o stereotype tax, en inglés), que explica la situación en que una persona hace que los estereotipos negativos, que otros tienen de él o ella, funcionen a su favor. Mi tía hizo uso del estereotipo de “las mujeres no saben manejar” y “las mujeres son débiles”, respectivamente, para evitar tareas que simplemente, no le daba la gana de hacer.
Los estereotipos sirven. Nos ayudan a navegar por el mundo e interpretarlo rápidamente. ¿Tiene cuatro patas y ladra? Es un perro. ¿Planeando un viaje al norte del país en febrero? probablemente sea buena idea llevar ropa de verano, bloqueador y sombrero.
Pero, estos estereotipos que nos ayudan a sobrevivir, tienen un lado muy negativo. Nos pueden llevar a asumir cosas potencialmente dañinas sobre otras personas. Y los estereotipos sobre las mujeres, lamentablemente, no son la excepción. Más aún en el mundo de los negocios, donde la representación femenina es aún muy baja.
Las mujeres muchas veces estamos encerradas en laberintos sin salida. Paradojas tan enraizadas en nuestra cultura que hay pocas -o ninguna- forma de escapar. Los estereotipos de las mujeres -como que debemos ser amables, amigables y sonrientes- se oponen a los estereotipos relacionados a la figura del líder: personas que se hacen cargo, asertivas y demuestran su poder tomando decisiones duras.
En una oficina, una mujer que se ciñe a los estereotipos femeninos es “linda pero débil”; una mujer que elige alejarse de ellos es “competente pero desagradable”.
Entonces, ¿qué hacemos? ¿Estamos realmente atrapadas? Creo que no. Son cada vez más las personas que creen en la importancia de la equidad de género no desde la perspectiva de “tengamos la misma cantidad de hombres que mujeres en la mesa”, sino desde una muy distinta: veamos al individuo antes que el estereotipo, y construyamos sobre lo que cada persona puede aportar y no desde lo que creemos, sin conocerlo, que es.
Propongo estos “remedios caseros” para empezar a erradicar los estereotipos hacia las mujeres -y en general a grupos con menor representación- en los espacios de trabajo:
Iniciemos las reuniones pidiendo a las personas que se presenten y hablen de su formación, sus logros principales y sus intereses profesionales y personales.
En sesiones de brainstorming -tan populares en la nueva normalidad-, propongamos votar por ideas y no por personas. Herramientas como el mural, por ejemplo, permiten que los participantes de una discusión coloquen sus ideas de forma anónima.
También al inicio de las reuniones, establezcamos las reglas del espacio. Podemos tener un moderador asignado que haga notar a una persona si interrumpe a otra, o podemos pedir que todos abran sus cámaras para -al menos intentar- que todos los participantes reciban la misma cantidad de atención.
Cambiar los estereotipos con los que muchos hemos crecido no es fácil. Pero debemos empezar a hacerlo para lograr espacios verdaderamente inclusivos, en donde nadie sea encasillado a partir de un estereotipo y mucho menos, por unos tan pasados de moda como los que se aplican a las mujeres.