José Ostolaza
Miembro de comité de CADE Digital 2021
El sistema educativo debe ser la base sobre la cual construyamos oportunidades de progreso para todos. Para nadie es un secreto que nuestro sistema educativo no ha logrado llevar educación de calidad a los niños y jóvenes de menores recursos. La diferencia de resultados en las pruebas PISA entre colegios públicos y privados es un ejemplo de cómo el sistema actual no contribuye a reducir la brecha social. Es urgente que el Ministerio de Educación (Minedu) piense en cambiar y diseñar un nuevo modelo educativo, que sea realmente inclusivo y asegure un servicio de calidad para todos por igual.
La urgencia del cambio se sustenta en que la economía del futuro estará basada en los negocios digitales. La era industrial está terminando y la era digital se está consolidando. Hoy las compañías de mayor valor en el mundo son tecnológicas y globales; lo que significa que las mejores oportunidades laborales en los próximos años demandarán que nuestra fuerza laboral tenga habilidades digitales que les permitan acceder a trabajos de calidad y bien remunerados. Lamentablemente, según el ranking WEF de competitividad, la fuerza laboral del Perú ocupa el puesto 123 de 141 economías en habilidades digitales.
Si queremos ser competitivos y generar oportunidades de progreso para los peruanos, es necesario que demos un salto agresivo en el desarrollo de habilidades digitales. Ese salto pasa por diseñar un nuevo sistema educativo que priorice el desarrollo de competencias digitales y aproveche las ventajas que nos ofrece la tecnología.
En términos de contenido, el sistema actual fue diseñado para otra época y no responde a los desafíos que enfrentarán los jóvenes en el futuro. De las 31 competencias definidas en el currículo nacional del Minedu, solo una se refiere a las Tecnologías de la Información y Comunicación (TIC) y lo hace en nivel muy básico. El gran objetivo de hoy debería ser que, en solo unos años, todos seamos competentes en el uso y manejo de tecnologías emergentes como la impresión 3D, la inteligencia artificial, la robótica o blockchain.
Eso implica un cambio profundo en la malla curricular; debemos educar pensando en los trabajos del futuro. Esto también implica cambiar el perfil de los profesores y ayudarlos a crecer como facilitadores metodológicos. El rol del profesor requiere, por tanto, un rediseño. El modelo del profesor que solo dicta clase y entrega contenido también es obsoleto; lo que necesitamos es equipar a los docentes con recursos para evolucionar hacia un rol más moderno.
Un reto igual o más grande es el referido al sistema mediante el cual desplegamos el currículo. Este sistema está basado en la presencialidad y precisamente es ese componente el que agrava las brechas sociales y limita las posibilidades de acceder a educación de calidad a los grupos más vulnerables. Si miramos la educación privada en ámbito urbano, tal vez no veamos el problema. Sin embargo, si ampliamos esa mirada hacia los colegios públicos, comenzaremos a ver deficiencias de calidad. Si miramos aún más allá, nos daremos cuenta de que la realidad de la educación pública en zonas rurales es muy complicada. Por más empeño que pongan alumnos y profesores en los colegios multigrado y de un solo docente, no tienen manera de asegurar el desarrollo del programa educativo.
Solo basta mirar las cifras de las pruebas desempeño que publica el Minedu para darse cuenta de la gravedad del problema. Por ejemplo, el 85% de los estudiantes con peor desempeño en compresión lectora son de niveles socio económicos bajo y muy bajo; en el extremo opuesto, el 75% de los estudiantes con mejor desempeño en el mismo indicador pertenecen al nivel socio económico medio y alto. La misma situación se repite en indicadores sobre desempeño en matemática y ciencia.
El modelo basado en la presencialidad agrava las diferencias de acceso a oportunidades de progreso entre los que tienen más recursos y los que menos tienen. Ese sistema solo amplía el círculo vicioso que nos está llevando a tener una sociedad disfuncional, que no tiene una mirada optimista del futuro. Insistir en este modelo no nos permite unirnos como país.
Considero un error la presión por volver a clases presenciales como las conocíamos; considero un error añorar volver a un modelo que viene fracasando en generar bienestar y oportunidades para los más pobres. Tal vez volver a la modelo anterior tenga sentido para una élite, pero claramente no es la mejor apuesta a largo plazo para los más vulnerables.
Considero también una equivocación al pensar en que la solución viene por construir más colegios. Invertir en infraestructura convencional no asegura ni la calidad ni la velocidad de respuesta que requiere la urgencia del problema; las tecnologías digitales han demostrado ser mucho más potentes y ágiles para escalar soluciones y permiten llegar en menos tiempo a mayor cantidad de gente. Recomiendo por eso enfocar toda la energía en diseñar un modelo construido sobre herramientas tecnológicas, que sea realmente inclusivo y no discrimine la calidad educativa.
Por ello, la mejor decisión que podemos tomar hoy como país es enfocar toda nuestra energía en diseñar un modelo construido sobre herramientas tecnológicas, que sea realmente inclusivo y no discrimine a través de la calidad educativa. No tiene que ser un modelo 100% virtual, pero si un modelo híbrido que repotencie el rol del maestro, apalancado en herramientas y contenido digital. Ese es el camino a explorar y existen muchos casos de éxito en el mundo de los cuales aprender.
Esto, obviamente, no será fácil. La reforma del sistema educativo no pasa por un proceso de innovación incremental o de mejora; la reforma del sistema educativo requiere de un proceso de innovación disruptiva que ponga el estudiante al centro y se enfoque en crear para él oportunidades de crecimiento.
Seguramente se activarán alarmas y mecanismos de defensa del status quo. El sector educativo está lleno de expertos en el modelo anterior, que apuntarán a defender algo que no funciona. La resistencia al cambio es natural, pero en este caso lo único que logra con este empecinamiento es quitarle oportunidades de progreso a los más necesitados. Es momento de ser valientes y resolutivos. Es hora de trascender hacia un modelo mucho más inclusivo y digital. Despleguemos los recursos que sean necesarios para crear un sistema de educación de calidad.
Este será uno de los grandes retos del próximo gobierno; quien salga elegido tendrá que apostar decididamente y en consenso por el desarrollo de las habilidades digitales de nuestra fuerza laboral como la mejor estrategia de competitividad del país en un futuro digital, global e hiperconectado. Las tecnologías digitales emergentes son la mejor apuesta para romper la asimetría de oportunidades que enfrentan los peruanos hoy.