Por Stakeholders

Lectura de:

Jorge Melo Vega Castro
Presidente de Responde

Somos un país con una escasa vocación solidaria, sobre todo, por parte de los segmentos medios y altos de la población que tienen capacidad de hacerlo. Así me lo han hecho saber expertos del sistema de Naciones Unidas y también de organizaciones de la sociedad civil. No estamos acostumbrados a realizar aportes económicos permanentes destinados a causas que consideramos justas o con las que podemos sentirnos identificados. 

Es cierto que no existen estudios de opinión que contrasten esta sentencia, pero sólo basta preguntarnos a nosotros mismos o consultar a nuestros amigos y familiares próximos, respecto al tipo de donación económica que realizan todos los meses para apoyar a alguna caridad. La respuesta, si es honesta, será que no lo hacen y que tienen otras formas de ayuda. 

Estas respuestas invitan a una reflexión crítica sobre las razones que estimulan a esa falta de solidaridad. Una primera es que estamos rodeados de pobreza y en cierta forma nos hemos blindado ante toda esa evidencia que se nos enrostra diariamente; usando el término en boga, hemos terminado “normalizando” nuestros sentimientos respecto a las carencias del otro y nos afecta poco. 

Los pobres extremos son atendidos por Cáritas, Care, Acción contra el Hambre, Ayuda en Acción; en salud en la Liga Peruana de Lucha contra el Cáncer, Médicos sin frontera; o discapacidad en Hogar Clínica San Juan de Dios. Asimismo, en programas de ayuda a la niñez, como la propia UNICEF, Save the Children, World Vision y en fin, una larga lista de instituciones que gestionan esas causas, en realidad se financian con el aporte solidario de ciudadanos como nosotros, pero de otros países. 

Otro factor importante es el de la falta de confianza y ese factor sí está medido. Somos el último o penúltimo país en la región -de acuerdo con la medición- que confía en el otro. No sabemos si nuestra donación llegará realmente a quien la necesita, así que optamos por no pasar como bobos. Sin embargo, ese sentimiento está más en nuestro imaginario que en la realidad. Ya que organizaciones como las mencionadas, tienen una política de transparencia respecto al uso de los fondos e incluso son muy proactivas en hacer de conocimiento del donante, cómo es que su aporte está ayudando a la causa que han elegido. 

Nos parece muy importante destacar este aspecto, ya que sí existen organizaciones de la sociedad civil que no hacen un uso correcto de los fondos y los donantes probablemente no lo saben; pero hay otras asociaciones que son muy estrictas con sus políticas de cumplimiento, auditoría y, sobre todo, eficiencia en el uso y el impacto de esa inversión social. 

La dinámica digital y los bancos nos permiten hoy impulsar modelos para que todo ciudadano, no pobre, pueda realizar alguna donación mensual dirigida hacia alguna causa, que ayude sustantivamente a otra persona. Es importante que este modelo se pueda impulsar desde el gremio de la banca, para que sin distinciones adquiera mayor alcance. 

Eso permitiría elevar la rendición de cuentas de las ONG que se comprometan con altos estándares a participar de esta iniciativa de fundraising y claro está, con el concurso de los bancos se ofrecería mayor confianza si lideran esta cadena solidaria. Por ahora persisten las acciones individuales y tenemos mendigos digitales que te muestran su código QR para que le “Yapees” una limosna.







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