Por Stakeholders

Lectura de:

Baltazar Caravedo Molinari
Miembro del Directorio de CTC Consultores

La presencia de la humanidad en el universo y en nuestro planeta se ha desenvuelto y se desenvuelve en diversas dimensiones. La idea de nuestro sentido en la Tierra se ha modificado a lo largo de diferentes momentos históricos. Las revoluciones de nuestras formas sociales y vínculos que hemos establecido en la historia se han dado desde distintos niveles, planos, aspectos o movimientos: modificaciones en nuestro volumen poblacional, ampliación de nuestro conocimiento al que nos permitió acceder el lenguaje y la tecnología, prácticas y hábitos religiosos, culturales, científicas para ejercer dominio y subordinación de la naturaleza y de otros seres vivos y humanos a cuyos grupos no pertenecíamos.

En esa dinámica hemos destruido continuamente lo que habíamos descubierto para construir “lo nuevo”, que nos abría un panorama y una perspectiva, para luego, nuevamente destruirlos y volver a crear. Lo que no sabemos y no podemos es controlar totalmente la parte de realidad que llegamos a conocer.

A pesar de nuestra débil comprensión respecto de lo que ocurre generamos reglas de comportamiento social, desarrollamos nuevos conocimientos en todos los campos disciplinarios que siempre nos resultan insuficientes, parciales, o limitados; y elaboramos nuevas teorías que nos permiten tentar explicaciones de lo que ocurre en las distintas manifestaciones de la realidad.

En ese contexto general, construimos identidades y afectos que se redefinen continuamente. En otras palabras, nos desplegamos en la práctica sin terminar de comprender cómo y por qué ocurre todo. La contradicción de nuestros vínculos y prácticas se hace y deshace permanentemente; y por ello mismo la contradicción se multiplica.

La búsqueda por el control total de la realidad es una aspiración humana aunque no se pueda plasmar nunca dada la transformación perpetua en la que estamos inmersos. En otras palabras, estamos atrapados por la complejidad de la transformación de la que somos parte. Podemos perturbar sus modificaciones, pero ello no nos otorga el poder del control total de la lógica general del sistema en el que habitamos.

El sistema de la vida es un proceso contradictorio. Requiere de energía para transformarse y continuar; y cada transformación implica el colapso del sistema que hasta ese momento se encontraba vigente. El flujo de energía pareciera ser una útil forma de medir la evolución humana. Todas las estructuras de la naturaleza son sistemas abiertos que expulsan e incorporan energía, y es la energía libre y disponible la que perite construir nuevos sistemas.

Los sistemas abiertos (sistemas complejos) se encuentran sometidos a tensiones opuestas producto del ingreso, disipación y degradación de energía constantemente. Se baten entre el orden creado y el nuevo orden emergente; entre el mínimo de entropía y el máximo de entropía. La sobrevivencia y autogeneración de los sistemas depende de la capacidad para renovar energía y mantener una baja entropía.

La sobreabundancia de relaciones y conexiones no hace posible plantear una correspondencia biunívoca y lineal; no puede entenderse como si fueran relaciones de causa y efecto; es necesario incorporar la idea de causalidades recíprocas y de circularidad. El sistema se transformará y producirá un nuevo patrón de vínculos. Para la situación del Perú hoy se puede decir que el predominio de la entropía ha llevado a nuestra sociedad a un momento de colapso. Hay que generar una nueva calidad de energía con mínima entropía para potenciar la energía de cohesión, la que hace posible la transformación y continuidad.







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