¿Cuáles crees que serían los primeros pasos para que una ciudad como Lima, aún catalogada como ciudad de tercer mundo, pueda transformarse en una Smart City?
Lima sufre de graves problemas derivados de un urbanismo desordenado, lo cual ha generado problemas comunes en muchas ciudades del mundo, como la movilidad y la seguridad. Al hablar de Smart Cities, me gustaría señalar que este concepto – en mi opinión – ha quedado algo obsoleto y prefiero hablar de la «buena ciudad». Este concepto integra la tecnología con otros aspectos fundamentales que no se consideraban en los primeros modelos de Smart Cities.
Una «buena ciudad» es un modelo en el que convergen intereses de desarrollo social óptimo, un aprovechamiento sostenible del medio ambiente y una gestión eficiente de los recursos energéticos. Actualmente, en un mundo altamente tecnificado, ninguna entidad — ni una empresa ni una ciudad — debería funcionar sin incorporar tecnología en su sistema. Es una condición necesaria para alcanzar la eficiencia en la prestación de servicios que una ciudad necesita. Así es como surge la necesidad de implementar tecnología en todas las áreas urbanas.
Desde esa perspectiva, ¿Qué desventajas enfrentaría una ciudad que no inicie este proceso de transformación tecnológica? ¿Cuál podría ser el impacto a largo plazo en la vida de sus ciudadanos?
El impacto sería similar al de una empresa que se rehúsa a incorporar tecnología en su gestión interna: terminaría perdiendo competitividad y, eventualmente, fracasaría. Las ciudades de hoy enfrentan un doble desafío: el crecimiento demográfico, donde muchas personas de zonas rurales migran hacia la ciudad en busca de empleo y la deslocalización de empresas e industrias en otras zonas. Para ofrecer servicios eficientes y de calidad, las ciudades deben apoyarse en tecnologías modernas.
Además, es crucial entender que las soluciones no dependen únicamente de inversiones, como comúnmente se asume en el ámbito político. Aunque las inversiones son importantes, también lo son la creatividad y las soluciones digitales, las cuales pueden reducir costos y mejorar la eficiencia. Para lograrlo, es vital que el sector público y el privado trabajen en conjunto, y que las administraciones sean capaces de ofrecer un marco de estabilidad y seguridad jurídica que permita atraer inversión privada.
En cuanto a las medidas para equilibrar el crecimiento tecnológico con la protección del medio ambiente, más allá de las energías renovables, ¿Qué otras soluciones se podrían implementar en las ciudades?
Existen muchas soluciones. La primera es la medición. Es importante tener controlados aspectos como los recursos hídricos, por ejemplo, para optimizar el uso del agua en sectores como la agricultura y la ganadería, donde puede lograrse un ahorro considerable a través de tecnologías que permitan medir y optimizar su consumo. Otra área de impacto es la iluminación. La tecnología LED, por ejemplo, permite reducir hasta en un 30% el consumo energético. Además, sistemas de automatización pueden permitir que la iluminación se ajuste en función de la presencia de personas o de la luz natural, evitando desperdicios y contribuyendo al ahorro energético.
¿Cree que el Gobierno tiene un papel importante en facilitar este proceso? ¿Qué tipo de políticas o regulaciones serían útiles para el desarrollo de estas ciudades?
Sin duda, el papel del gobierno es fundamental. Las administraciones públicas deben tener un compromiso político claro hacia la modernización y transformación a largo plazo de las ciudades, algo que tristemente muchas veces no sucede por la naturaleza de los ciclos legislativos, que son de corto plazo. Para que estas inversiones sean viables y sostenibles, debe existir seguridad jurídica, confianza y un compromiso político que transmita estabilidad a largo plazo.
Finalmente, ¿cuál es tu visión para las ciudades del futuro, tanto en Latinoamérica como en el resto del mundo, hacia el año 2050?
El mundo está cambiando drásticamente. En muchas ciudades, la incorporación de tecnologías ha provocado transformaciones radicales, mejorando tanto los servicios como la identidad de las propias ciudades. Sin embargo, aquellas ciudades que no adopten estas soluciones enfrentarán dificultades graves. A nivel global, los desafíos ambientales, como el cambio climático, requieren políticas que garanticen la transición hacia energías limpias para el año 2050 o antes. Las ciudades que no tomen medidas corren el riesgo de sufrir grandes pérdidas económicas y sociales, y el caos urbano podría volverse insostenible.