El informe anual 2024 de la Agencia de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) indica que 1 de cada 11 personas en el mundo sufre actualmente de hambre.
El hambre significa falta de las defensas más importantes para enfrentar problemas de extrema gravedad como las epidemias, la desnutrición en sus distintas formas, la formación de las capacidades físicas básicas, el desarrollo del cerebro, del sistema neuronal. Se considera que si un niño hasta los tres años no se nutre adecuadamente sus chances de muerte temprana de enfermedades agudas son muy altas.
Según la FAO, el hambre subió en 150 millones de personas en el año 2023, y está alcanzando los 800 millones de afectados. La ONU ha aprobado los Objetivos de Desarrollo Sostenible (2015-2030), cuyo objetivo número dos es Hambre cero. Es imposible que se alcance esa meta, y uno de los pronósticos es que habrá no menos de 600 millones con hambre para dicha fecha.
La cifra de niños hambrientos es 1 de cada 5 en África. Para los menores de 5 años es 1 de cada 4. El 20 % de los niños africanos están afectados duramente por la peor de las enfermedades. En Asia, el 8 % de la población total sufre de hambre. En los dos continentes, varios países experimentan hambrunas durante periodos prolongados. Sobre ellas ha escrito extensamente el premio nobel de economía, Amartya Sen. Relata que cuando era niño vivía entre muchos otros de su edad que fallecían por esta plaga. El hambre, explican los informes de la FAO y las obras fundamentales del premio nobel, no es una fatalidad, no es producto de la falta de alimentos, es producto de la dificultad para acceder a ellos de los más pobres. Actualmente, se producen alimentos que podrían abastecer a 12 000 millones de personas, en el mundo hay cerca de 8000 millones; sin embargo, el 11 % padece de hambre total. Otros 2800 millones sufren desnutrición silenciosa. Comen mal. Ingieren alimentos basura que produce hartura, pero no les da las proteínas y calorías que necesitarían.
«El hambre significa falta de las defensas más importantes para enfrentar problemas de extrema gravedad como las epidemias».
El tema de las desigualdades subyace tras el tema del hambre. Se calcula que 3000 personas muy ricas tienen más que el 51 % de la población del planeta. A ello hay que sumarle que la crisis climática agrava el problema destruyendo las economías campesinas tradicionales.
¿Se puede luchar contra el hambre?
La FAO demuestra que sí. Ha tomado como modelo el Programa Hambre Cero de Brasil, generado durante las presidencias de Lula Da Silva, y basado en mejorar las condiciones de vida del pequeño campesino, y ha logrado resultados.
Actualmente, la presidencia de los 20 países con más potencialidades económicas del mundo ha sido asignada nuevamente a Lula, y ha lanzado una alianza internacional contra la pobreza y el hambre, que planea extender a todos los países en desarrollo. Los análisis de la FAO y el Alto Panel de Seguridad Alimentaria que los acompaña son algunos de los instrumentos que van a aplicar junto con los avanzados estudios en desigualdad que se están llevando a cabo en la Unión Europea.
Según el informe de progreso de la FAO, América Latina tiene perspectivas en este campo por sus riquezas alimentarias excepcionales y porque hay países que han emprendido vigorosas políticas de protección y ayuda a la economía de los pequeños campesinos. Se están produciendo resultados en varios de ellos; como México, una de las mayores economías, el mismo Brasil mencionado, Costa Rica, Uruguay, entre otros.
El informe reseñado abre una nueva esperanza de reducir la pobreza y este terrible enemigo, el hambre. Se requiere que los esfuerzos sean presididos por la ética y la solidaridad.
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(*) Entre ellas “Retos éticos de la postpandemia” (Disponible en Amazon). kliksberg@aol.com