La acción humana está destruyendo la naturaleza del planeta de forma desmesurada. La actividad que más se ha superado, tanto que ni siquiera es posible hacer una estimación precisa, es la contaminación por compuestos sintéticos cuyos efectos no se han evaluado eficientemente.
El impacto de estos contaminantes suele medirse por su toxicidad. Pero no es suficiente: cada vez más estudios están mostrando que la polución no solo puede matar a los animales, sino también alterar su comportamiento de formas inimaginables, lo que puede mermar su supervivencia. Es más, no se trata solo de la acción química de los contaminantes, sino también de los objetos que tiramos a la basura, o de perturbaciones físicas como el ruido excesivo o la luz.
La contaminación plástica es uno de los grandes problemas medioambientales de nuestro tiempo, cuya gravedad se va revelando aún mayor a medida que se entienden mejor las preocupantes consecuencias de los microplásticos que se extienden por todo el mundo. Pero el del plástico es uno de esos casos en los que a su contaminación física se une la acción química, por la toxicidad de sus compuestos.
Un estudio analizó la exposición a solo cuatro de entre los 10.000 posibles aditivos del plástico en un pequeño crustáceo marino europeo llamado Echinogammarus marinus, que forma parte de la dieta habitual de peces y aves. Las cuatro sustancias reducen la fecundidad de estos animales a través de cambios en su comportamiento. De acuerdo con la coautora del estudio Bidemi Green-Ojo, las agencias ambientales deberían “prestar más atención a los datos de comportamiento, porque a veces los datos nos dicen cosas que los test normales de toxicidad no dicen”. Si especies como esta se reproducen menos, peces y aves carecerán de alimento. “Cualquier comportamiento anormal puede disminuir las opciones de supervivencia”, agrega Green-Ojo.
Otra de las grandes perturbaciones del medio natural inducidas por el ser humano, es la contaminación lumínica y la fauna tampoco es inmune a ella. Los animales migratorios se ven confundidos, colisionan con estructuras iluminadas y pierden la ruta. Muchos animales sufren alteraciones en sus ritmos circadianos, y para muchos insectos la luz nocturna es una trampa mortal.
Animales medicados
Los humanos llevan décadas extendiendo la contaminación por medicamentos, especialmente los que expulsamos con la orina, que llegan al 90% de lo que tomamos. Hasta 631 sustancias farmacéuticas se han detectado en las aguas y los suelos de 71 países, según un estudio. Su impacto en la fauna es profundo y diverso: peces que no se reproducen por la ingestión de estrógenos o antidiabéticos, buitres y truchas envenenados por antiinflamatorios, o antidepresivos como el Prozac que perjudican la fertilidad de los moluscos, vuelven a los cangrejos más imprudentes, a los peces menos agresivos, y reducen la conducta reproductiva de los pájaros.
Mares ruidosos
Habitamos en una sociedad ruidosa, y este es un contaminante que no se ve, pero que también ocasiona grandes trastornos en la fauna, tanto en la tierra como en el agua. En las aves se han observado alteraciones en la búsqueda de alimento, en la anidación y en sus propios cantos. Los animales de laboratorio sometidos a un ruido excesivo padecen pérdida de memoria y dificultades de orientación, algo que también lleva a las ballenas a varar en las playas y a modificar sus hábitos de alimentación. Incluso en mares remotos como el Ártico, el ruido de los barcos y de las prospecciones hace que los narvales naden a menor profundidad y busquen menos alimento, incluso en zonas donde el sonido llega tan debilitado que es casi inaudible.