POR MARÍA HINOSTROZA – PhD Candidato en Sostenibilidad Ambiental en la Universidad de Ottawa. Jefe de Innovación de Asociación Unacem
Reflexionaba sobre lo que hace falta a nuestro país para alcanzar los niveles de desarrollo que todos anhelamos. Algunas ideas iniciales incluyen mejorar la educación, dar mayores oportunidades para todos y reducir desigualdades entre ciudadanos. Sin embargo, el camino hacia un país sostenible involucra desafíos sistémicos y las complejas interconexiones entre estos y otros conceptos igualmente cruciales. No existe una fórmula simple o directa que funcione sin el compromiso de todos los actores clave de nuestra sociedad, incluyendo las autoridades, las empresas y la ciudadanía.
El Perú es un país donde la mayoría de la población tiene ingresos bajos, pero posee un sólido potencial para acelerar el crecimiento económico. Tanto empresas privadas como públicas se encuentran en una adaptación continua para mantenerse a la par con las nuevas oportunidades y cambios en la estabilidad política. De acuerdo con Douglass North, Premio Nobel de Economía 1993, es crucial el rol de las instituciones -formales e informales- para el desarrollo y evolución de un país a largo plazo. El marco institucional formal permite la creación de incentivos para la inversión, la innovación y la eficiencia económica. Sin embargo, las instituciones informales también son claves pues enfatizan las normas sociales y valores como reglas tácitas que guían el comportamiento de la sociedad, desde normas de cortesía hasta la ética de negocios y otros intangibles que influyen en la confianza de las transacciones y toma de decisiones. Así, las instituciones informales interactúan con aquellas formales para moldear el comportamiento económico y social, e influenciar el desarrollo sostenible del país.
La colaboración en alianzas es fundamental, así como compartir objetivos comunes para lograr un país sostenible, a largo plazo. Uno de los desafíos cruciales radica en abordar el tema de los valores y la integridad en todos los niveles, y comprender el significado del bienestar común por encima del beneficio personal. Históricamente, nos hemos encontrado con autoridades que no respetan su rol de agencia y papel como representante de los ciudadanos antes que su propio bienestar. Del mismo modo, navegar en un sistema carente de valores, donde la corrupción prevalece, obstaculiza el avance de aquellos pocos líderes con voluntad de progresar.
Esta falta de valores no se limita únicamente a nivel de autoridades, sino también se extiende al mundo empresarial, donde no siempre se actúa con el respeto y la transparencia debidas, ni se considera la armonía con el entorno. La competencia y crecimiento empresarial deben ser repensadas en términos de ir más allá de las ganancias hacia la búsqueda de bienestar social. Según Porter y Kramer (2011), el crecimiento de una empresa depende de su impacto positivo, su colaboración activa, su creación de potencial valor compartido y solo puede ser sostenible si se desarrolla en una sociedad y entorno saludable.
En nuestro rol de ciudadanos debemos lograr sentirnos como vecinos, reconocernos mutuamente y fomentar la igualdad. El capital social, que North también abordó, es un activo intangible que se relaciona con la confianza y las relaciones sociales que se basan en normas y valores compartidos. Es crucial que las oportunidades externas se desarrollen y aprovechen a partir del reconocimiento de las propias capacidades y habilidades de los ciudadanos de nuestra sociedad, entendiendo e incluyendo el potencial que reside en cada individuo. Las redes sociales y las relaciones de confianza fomentadas por las instituciones informales pueden ser activos valiosos para la cooperación y la creación de valor económico. Sin duda, todas estas interconexiones influyen en el desarrollo y progreso económico que todos anhelamos para nuestro país.