POR BALTAZAR CARAVEDO MOLINARI – Profesor de la Pontificia Universidad Católica del Perú
El grado de corrupción y falsedad que se da en los vínculos hoy en día nos plantea la necesidad de modificarlos radicalmente. La verdad se diluye, la confianza desaparece, la trampa se apropia de todos los procesos en cualquiera de las dimensiones por las que nos desplegamos: el “te quiero” a tu mujer o a tu pareja, la promesa de asistir a una reunión importantísima a la que no irás, la confirmación del voto que tú sabes que no harás, la declaración jurada de un hecho del que no fuiste testigo, el encubrimiento de un acto que todos pueden ver que ocurre pero que intentas convencer de que no se da.
Llegar a ese punto es desechar la empatía que hace posible construir familia, organizaciones consistentes, sociedades integradas, transformaciones sostenibles. Asegurar la continuidad de la vida sobre la Tierra, y, especialmente, construir sociedades humanas democráticas, cohesionadas y ampliamente conscientes de los impactos que producimos para evitarlos o modificarlos requiere afecto y emoción. La mentira, la falsedad y el fraude es un acto calculador que solo tiene el interés puesto en uno mismo. En una sociedad así no puede haber reconocimiento de nada ni de nadie. Así se construye el colapso.
La pregunta que me hago es si es posible transformar esas relaciones en un tiempo adecuado; es decir, evitar el colapso. Sin lugar a duda, la educación es una herramienta fundamental. Cada vez más, los especialistas insisten en la importancia de la educación en la configuración de la identidad de las personas. La educación, en términos generales, busca ampliar la consciencia humana, incorporar nuevos conocimientos, expandir y profundizar la mirada y el afecto. En otras palabras, asumir la importancia decisiva de los comportamientos éticos.
La educación no solo es escolar, universitaria o académica. No solo es un proceso racional intelectual. La educación es un proceso emocional afectivo. Es el resultado de los vínculos que establecemos cotidianamente con diferentes personas. No solo depende de los maestros y profesores, aunque hay que reconocer su importancia e influencia. Pero, con nuestros actos, también transmitimos mensajes que llegan a todos los ambientes y espacios; depende de todos y cada uno de nosotros. La educación es un acto colectivo; todos estamos involucrados.
La educación se imparte, también, en la vía pública, en los lugares de aglomeración de personas como en las iglesias, los supermercados, en los centros comerciales, en los cines, en los restaurantes o bares, en las empresas, en las organizaciones de cualquier naturaleza que congregan y facilitan el intercambio social.
Revertir el proceso educativo es complejo. Puede tomar mucho tiempo. Hay que establecer, identificar y preparar el clima colaborativo de la sociedad. Hay que evaluar no solo el nivel de información y conocimientos de la población sino la afectividad predominante. Para llevar adelante una iniciativa como esta se requiere una alianza social entre organizaciones de diferente naturaleza, corrientes de pensamiento, perspectivas, y propósitos constructivos.
Si se pudiera generar un mecanismo de conexión afectiva entre poblaciones, escuelas, universidades, iglesias, empresas, equipos de fútbol, vóley, natación, atletismo, organizaciones de la sociedad civil, artistas, grupos de teatro, productores de cine, comunidades campesinas, organizaciones nativas de selva, del norte, centro, sur y selva del Perú; en ese mismo instante se habría detenido el colapso.