La narrativa es un género literario muy antiguo que viene adquiriendo un especial protagonismo en nuestra política local, cuando se explican los hechos o se comenta la información, con la resultante que la veracidad resulta secundaria y lo importante está en cómo se narra y hacia qué público va la explicación de los hechos. La narrativa puede dar forma a los hechos e impactar en la comprensión de la realidad. Para los que estamos en sostenibilidad el greenwashing y la narrativa tienen muchos aspectos en común.
Resulta cotidiano hoy escuchar a los analistas políticos mencionar a la narrativa como el eje central para interpretar y explicar muchas cosas que resultan inexplicables y que se encuentra en el inconsciente colectivo de sectores de menor nivel educativo. Así, frente a situaciones de corrupción o la comisión de diversos delitos el hecho en sí no es deplorable, sino depende de la condición social de quien los ejecuta. “La narrativa circula por la cultura como válida y la cultura facilita su validación. Permite interpretar, estructurar la vida cotidiana”, de acuerdo con Walter Fisher.
La narrativa entonces tiene un tema, un narrador, personajes, trama y contexto social, político y moral. (Valores y costumbres). Siempre estuvo allí y no fuimos capaces de valorarla en su auténtica dimensión y así poder explicar la descomposición moral y la lectura de los hechos para millones de peruanos, que, siendo pobres, se han sentido postergados por los sectores dirigentes.
Ahora son presa fácil, por tanto, de mensajes faltos a la verdad, y en nombre de la legitimidad se pierde de vista la legalidad. Esos mensajes, esa narrativa, es la que ha conectado con el contexto, los valores y costumbres de los pobladores, a los que nos referimos.
Este debate sobre la narrativa no es sólo un fenómeno local, ocurre en los EE. UU. con Trump, en Europa con el fascismo movilizado por la migración y también ha ocurrido recientemente en Chile y Colombia.
Así que no es propio de un color político, sino que se encuadra mejor en el contexto sociopolítico y en la cultura y valores del colectivo. Frente a ello una propuesta racional, veraz y eficiente no tiene cabida cuando se trata de plantear soluciones serias o mejores alternativas para superar una crisis política, allí donde un tipo de narrativa fatalista o de opresión social se ha consolidado. El mensaje no tiene validez si no se concilia con las expectativas de ese colectivo que está convencido que sólo hay delito si los autores no pertenecen a su grupo social.
En el Perú en las últimas semanas estamos viviendo este fenómeno de desconexión entre lo constitucional y lo legal, a propósito de las denuncias previas a la vacancia de Pedro Castillo y una realidad social que no se condice con lo que puede ser mejor para los propios pobladores.
Reponer a Castillo que ha delinquido, cerrar el Congreso que constitucionalmente no se puede (la legalidad), es lo que demanda un sector de la población y para ello destruye propiedad pública y privada y agreden a las fuerzas del orden y a periodistas. No por un tema ideológico, sino por una narrativa de victimización y hasta de conflicto geográfico, entre la capital y las provincias andinas, sobre todo.
Más allá del debate político y social, merece la pena hurgar un poco más sobre cómo se viene desarrollando la narrativa en nuestro país, en el que se construyen mitos en base a falsos supuestos y luego ya no es posible, siquiera, intentar aclararlos o corregirlos, porque son la única verdad.