Hans Rothgiesser
Miembro del Consejo Consultivo Stakeholders
En 1975 la joven alemana Vera Brandes tenía 17 años y vivía en Colonia. Era una fanática del jazz y particularmente seguidora del pianista norteamericano Keith Jarrett, quien ya tenía una sólida carrera como músico de jazz. Para 1975, Jarrett ya había tocado con músicos célebres como Miles Davis o Charles Lloyd y había experimentado con lo que luego se llamaría jazz fusión. Para cuando Vera Brandes lo contactó, Jarrett ya era una superestrella del jazz, que además había tenido muy buena acogida con la comunidad hippie y otros grupos norteamericanos que no consumían tradicionalmente ese género de música.
De alguna manera Vera lo convenció de ir a Colonia a dar un concierto que ella organizaría. Con apenas 17 años logró convencer ni más ni menos que a la Casa de la Opera de Colonia para que sea el lugar del concierto. Este espacio, que contaba con gran prestigio por las obras de alto vuelo que presentaba, tenía capacidad para 1,400 espectadores. No era un lugar típico para un concierto de solista de jazz. Pero ésta no es la historia de Vera, que era apenas una niña que amaba esta música. Ésta es la historia de lo que pasó cuando Jarrett llegó al lugar para probar el piano que usaría en el concierto.
Resultó que Vera había descuidado ese detalle. El piano que le habían asignado no era el adecuado. Era pequeño, algunas teclas se pegaban, los pedales no funcionaban, las notas más altas estaban gastadas, no sonaba suficientemente fuerte. Lo que era peor, ya no había tiempo de cambiarlo. Jarrett era un perfeccionista, al mismo tiempo que un músico abierto siempre a nuevas experiencias. Era conocido por improvisar en plenas presentaciones. Vera no quería cancelar el concierto y le rogó a Jarrett que toque. Él se niega inicialmente, pero termina aceptando por ella, por una joven alemana amante del jazz que había sufrido por hacer ese concierto posible. Así que el día acordado a la hora programada subió al escenario y tocó un concierto único totalmente improvisado adaptado a las limitaciones de ese piano.
La combinación de un piano imperfecto con un músico perfeccionista, pero abierto a la improvisación arrojó como resultado el concierto perfecto. Esta combinación que se suponía debía traer desastre, nos trajo en su lugar magia. Hoy en día la grabación de The Köln concert es el disco de un concierto de piano más vendido de la historia. Es un vinilo doble que vendió 3.5 millones de ejemplares. Según el crítico Tom Hull, fue la base de su reputación como el mejor pianista de su generación.
La moraleja por supuesto que no es lanzarse a hacer las cosas en condiciones adversas. Solo unos cuantos pianistas en toda la historia de la música habrían podido sacar adelante ese concierto. Jarrett no solo era tremendamente talentoso, sino además dedicado. Había aprendido a tocar piano a los tres años y no había parado de ensayar hasta 2018, cuando su mano izquierda quedó paralizada. Ni qué decir de la motivación. Jarrett no lo hizo por el dinero o por la fama, lo hizo por una niña que había hecho hasta lo imposible por traerlo a su ciudad.
Hoy en día vivimos tiempos difíciles y en particular en el Perú lo seguirán siendo por un buen tiempo. Sería genial poder trabajar en un país con un piano afinado, cuyas teclas funcionan todas ellas a la perfección. Lamentablemente ése no va a ser el caso. Tendremos que hacer lo que se pueda con lo que hay. Y por encima de eso, hay que hacerlo bien: respetando criterios ambientales, cumpliendo con todos: desde trabajadores hasta clientes. Que el piano esté desafinado no es excusa para relajar las exigencias que nos debemos poner a nosotros mismos.