Mauricio Olaya
Socio principal de Estudio Muñiz
Detrás de términos tales como responsabilidad social corporativa, empresas de triple impacto, bicorp, ECG (environmental, compliance, & governance) u otros varios, subyace un entendimiento común acerca del rol que en la actualidad debe jugar una empresa en la búsqueda de su sostenibilidad. El rol tradicional ha virado de manera significativa y ha puesto en jaque la sostenibilidad de aquellas empresas que no han sabido adaptarse al cambio.
Para empezar: ¿a qué denominamos el rol tradicional?
Nos referimos a uno en el cual la empresa considera que su tarea principal consiste en lograr el crecimiento de sus resultados financieros para, a partir de ello, ser distinguida como una empresa exitosa. Las presentaciones de empresas de esta naturaleza destacan esencialmente, en sus líneas de tiempo, cómo fueron incrementando sus ventas y ebitda cada ciertos períodos, las inversiones importantes que realizaron, los mercados a los cuales fueron ingresando, las empresas que adquirieron, el número de trabajadores con los que ahora cuentan, las certificaciones obtenidas, la implementación del mejor ERP, el ingreso de algún nuevo socio, entre otros “grandes” hitos.
Como un nivel de distinción que se busca resaltar por las empresas tradicionales está, “a diferencia de otras empresas”, el respeto de las leyes laborales, el cumplimiento en el pago de impuestos, entre otros. Y claro, se entiende de alguna manera que en un país con un altísimo nivel de informalidad, el cumplir con la regulación vigente es motivo de reconocimiento cuando en rigor es un “must” para ser considerada una empresa formal y no afectar los resultados de los accionistas o la responsabilidad de los representantes legales como consecuencia de posibles sanciones.
Dicho esto, y sin querer menospreciar en absoluto el rol tradicional, una empresa que lo siga podrá aspirar a ser considerada una de las “principales empresas del país o del mundo”, pero sin que ello le garantice sostenibilidad o reputación dada la dimensión que ha pasado a adquirir el nuevo rol de las empresas modernas.
Ahora bien ¿a qué nos referimos por el nuevo rol?
Una manera de explicar la diferencia de los roles, en contraposición con la aspiración ya mencionada de una empresa tradicional, es decir que una empresa moderna busca distinguirse como una de las “principales empresas para el país o el mundo”.
Esa sutileza en el cambio de una sola palabra en la frase, “para el” en sustitución de “del”, explica toda la magnitud de la diferencia de roles entre la empresa tradicional y la empresa moderna. Y es que no se trata solamente de lograr cumplir con aquellos hitos tradicionales mencionados previamente (en absoluto cuestionables, por cierto), sino que a partir de ellos jugar un rol socialmente transformador.
Un rol en el que el cumplimiento de las leyes sea solo el punto de partida para el reto mayor que asume la empresa y en el que los hitos de logros sociales sean tan importantes como los financieros. Un rol que se propone hacer lo que la ley no obliga, pero sí lo hace la visión de una sociedad más justa y un mundo más seguro para todos.
Así, la empresa moderna está dispuesta a “sacrificar” parte de sus resultados financieros en pos de ello. Y, evidentemente, incluimos el término entre comillas porque sacrificio podría interpretarse como una pérdida cuando en el fondo es más bien todo lo contrario: es una forma de mirar el crecimiento de manera sostenible de forma tal que “todos ganemos y ganemos más todos” (frase del autor).