Por José M. Sainz-Maza del Olmo
Editor y Director de Contenidos de la revista Staiy Edit
Cuando hablamos de emprendimiento solemos referirnos no solo a aquellas personas que crean una empresa, sino particularmente a las que lo hacen presentando una propuesta novedosa, a menudo generando un nuevo tipo de negocio o introduciendo un enfoque distinto en un mercado ya existente.
En el imaginario colectivo, el emprendimiento aparece frecuentemente ligado a las startups tecnológicas. Se trata de aquellas compañías que, como Microsoft y Apple, comenzaron su andadura en el garaje de alguna casa de barrio residencial estadounidense y terminaron convirtiéndose en gigantes globales. Pero no es necesario apuntar tan alto ni buscar ejemplos tan llamativos para entender el valor que tiene emprender para la economía de un país.
Los emprendedores ofrecen en ocasiones productos y servicios que nadie había ofrecido aún. Además, tienen la capacidad de hacer tambalear los cimientos de industrias enteras, obligando a grandes corporaciones transnacionales a llevar a cabo cambios, a modernizarse y adaptarse; es decir, a ser más competitivas.
Pensemos, por ejemplo, en la banca digital y su impacto en un mercado tradicionalmente controlado por entidades centenarias acostumbradas a imponer sus normas (tipos de servicios, comisiones, etc.). O en las empresas de carsharing (“autos compartidos”) y cómo han revolucionado la movilidad urbana en muchas capitales del mundo, permitiendo a sus habitantes utilizar los vehículos con total comodidad en el momento en que los necesitan, sin tener que plantearse la adquisición de un bien tan costoso. El emprendimiento puede ser una herramienta de gran utilidad para hacer que la economía de un país avance.
Es importante, claro, generar las condiciones adecuadas para que emprender sea posible. Por un lado, esto requiere promover la creatividad, la curiosidad y el espíritu crítico en el seno del sistema educativo, dotando a los jóvenes de herramientas que les permitan ver qué pueden ofrecer a la sociedad y saber qué se necesita para poner en marcha un determinado proyecto.
Por otro lado, es necesario contar con espacios que favorezcan el intercambio de ideas entre emprendedores y donde se puedan establecer contactos entre las esferas empresarial y educativa. Esto está muy ligado también al desarrollo de marcos institucionales que faciliten la creación de nuevos negocios. Así, puede resultar ventajoso eliminar trámites administrativos superfluos y dotar a las empresas incipientes de beneficios fiscales que les permitan despegar más rápidamente.
En último lugar, pero no por ello menos importante, hay que tener en cuenta el acceso a créditos y microcréditos con condiciones favorables. Este es un elemento esencial para agilizar la actividad de los emprendedores, ya se trate de negocios fácilmente escalables con la vista puesta en mercados internacionales o de comercios de alcance local.
Permitir a toda la población disponer de productos financieros asequibles y de calidad (la gran batalla de la inclusión financiera), así como organizar talleres y cursos de formación acerca de estos y otros temas relevantes para las personas que desean emprender, redundará en beneficio del conjunto de la ciudadanía. Estas actuaciones tienen el potencial para posibilitar la dinamización de la economía y el aumento de la innovación dentro de las empresas.
Muchos autores (desde Maria Minniti hasta Martin Carree y Roy Thurik) han señalado la estrecha relación que existe entre emprendimiento y desarrollo económico. Esto es algo que los Gobiernos —ya sean nacionales, regionales o municipales— no deberían pasar por alto a la hora de diseñar estrategias para hacer frente a la actual crisis económica y cimentar las bases de un crecimiento sólido y sostenido en el tiempo.