Baltazar Caravedo MOLINARI
Miembro del Directorio de CTC Consultores
La democracia representativa implica darle voz e información veraz a todos los ciudadanos a través de su participación en procesos para elegir a sus autoridades; ofrecer oportunidades de representación de otros ciudadanos en las instancias de gobierno; asegurar el respeto a las leyes y disposiciones acordadas constitucionalmente; recoger puntos de vista en consultas generales a propósito de medidas de todo orden.
La democracia no es un contexto para trasgredir las normas, suplantar la representación política de poblaciones, erosionar las bases institucionales y disfrazar procesos institucionales corruptos para que parezcan éticos e impecables. Ese funcionamiento significa crear el camino al colapso social a través de un clima subjetivo de violencia e intolerancia. En el Perú vivimos todo eso. ¿Cómo desmontar ese patrón? ¿Es posible? ¿Cómo?
Las explicaciones que se suelen dar son fragmentadas; se abordan desde una sola dimensión. La mirada integral de la sociedad peruana requiere una perspectiva de sistemas complejos que, desde mi punto de vista, significa establecer la lógica de organización y reproducción de los vínculos entre los componentes del sistema vigente. Aunque parezca contradictorio, la transformación es lo que asegura la cohesión y continuidad; es decir, unidad. Sin transformación no hay sostenibilidad.
En los contextos en los que se dan los procesos y se manifiestan los fenómenos intervienen dinámicas que se despliegan en distintas dimensiones. El esfuerzo interpretativo/explicativo involucra diversas perspectivas disciplinares y por eso se trata de un acercamiento tras disciplinario. Abordar todos esos planos requiere establecer los mecanismos de conexión entre todos los elementos componentes del sistema para hacer factible su adaptación al entorno.
En el caso de los sistemas humanos, las energías que alimentan su organización y reproducción, además de aspectos materiales y biológicos, también son ideas, mensajes, teorías; pero, sobre todo, la afectividad inclusiva. La energía que hace posible la cohesión transformativa es la que se despliega en los vínculos. Cuando los vínculos se tornan entrópicos o repulsivos se debilita la cohesión, disminuye su capacidad adaptativa, se pierde o se degrada la energía social transformativa, y el mismo sistema impide la redefinición de su identidad y su sentido.
La sociedad peruana es un sistema en el que sus componentes padecen de una suerte de volatilidad en su identidad; contiene un carácter subjetivo destructivo. La producción que hace posible la reproducción implica la reformulación de la subjetividad que existe y la emergencia de “lo nuevo”: coherencia y afectividad inclusiva. La continuidad implica, pues, destrucción y creación.
En todo sistema social se despliega una relación de Poder, y la inminencia de su modificación puede generar, simultáneamente, aspiración y resistencia El conflicto aparece y, su manejo depende de la capacidad de administrar la complejidad. Cuánto más complejos se tornan los vínculos mayor riesgo hay de crear energía social destructiva; más aún, si el clima subjetivo adquiere un carácter rígido cargado de elementos de fanatismo ideológico con acento político religioso. Suele ocurrir que en tales circunstancias se distancian los componentes del sistema y se degradan las energías constructivas.
El desafío consiste en saber manejar adecuadamente los vínculos de colaboración y rivalidad, independientemente de los postulados doctrinarios o políticos que se tenga.
En una situación como la que atraviesa la sociedad peruana potenciar los afectos inclusivos puede ser más importante en la determinación de su continuidad o colapso.