Por Stakeholders

Lectura de:

Hans Rothgiesser
Miembro del Consejo Consultivo Stakeholders

Nigel Ng estudió ingeniería y filosofía en la universidad antes de trabajar como científico de data y recién luego dedicarse a la comedia, campo en el que ha recibido varios reconocimientos. Por su singular trayectoria, es un comediante particular.

En una entrevista durante la pandemia comentó que él, a diferencia de otros colegas suyos, sí lee las críticas a sus presentaciones en vivo. ¿No afecta eso a su autoestima?, le preguntaron. No, porque él tiene claro qué puede cambiar y qué no. Si una crítica tiene que ver con algo que puede mejorar, lo anota. Si se trata de algo que está más allá de su alcance, lo ignora. Simple.

De hecho, quizás hayan escuchado la oración que se repite en las reuniones de alcohólicos anónimos, sobre todo la parte que dice “dame gracia para aceptar con serenidad las cosas que no se pueden cambiar, coraje para cambiar las cosas que se pueden cambiar y la sabiduría para distinguir uno del otro”. Nadie sabe mejor de qué se trata esta frase que un buen analista financiero a la hora de evaluar riesgos.

En finanzas lo que no está bajo nuestro control es riesgo. Y eso se calcula y se estima. Esto es particularmente importante cuando se entra a financiar un proyecto que depende de variables altamente incontrolables como el clima o el medio ambiente. Por esto es que por mucho tiempo la inversión en proyectos verdes era casi exclusivamente hecha por el gobierno y lo financiaba con impuestos, tasas y similares. Recién en el siglo XX tuvimos una mezcla de finanzas públicas con intervenciones filantrópicas. Y apenas hace tres décadas hemos encontrado la manera de generar mecanismos financieros que permitan destinar inversiones privadas a proyectos ambientales.

El problema concreto es que empresarios e inversionistas siempre van a preferir operaciones que sean menos riesgosas. Y que si implican más riesgo, se justifiquen porque prometen mayor retorno. Simple. No obstante, proyectos verdes implican más riesgo, porque dependen de variables que otros proyectos no tienen que enfrentar, pero no necesariamente brindan un retorno privado comparable a lo que obtendría si invirtiese en otra cosa. Para poder tener mayor participación del sector privado en este campo, hacía falta encontrar una manera de darle la vuelta a esto.

Se ha avanzado bastante, pero aún falta más. Tenemos que seguir pensando en formas de financiar proyectos que traen un enorme beneficio social, aunque un beneficio privado moderado, de tal manera que atraigan capital privado también. Puede sonar redundante, pero necesitamos acelerar la implementación de una serie de proyectos de conservación y de generación de nuevas tecnologías verdes para poder cuidar el planeta, de tal manera que el planeta nos cuide a nosotros. Las cifras de contaminación y de pérdida de medio ambiente son aún bastante altas. Si esperamos a que todo se haga solamente con capital público, quizás los esfuerzos sean insuficientes y demasiado lentos.

Lo que hemos avanzado hasta ahora es posible porque hay profesionales que han estado empujando las barreras, que han estado entendiendo desde dentro de la industria financiera por qué ésta no puede financiar más proyectos verdes y encontrando formas innovadoras de resolverlas. En el Perú hemos aprovechado estas nuevas alternativas, pero no lo suficiente. Por ejemplo, nunca aprovechamos realmente los bonos de carbono. Mientras que Bolivia y Chile levantaron millones con ese recurso, el Perú apenas lo aprovechó. El futuro nos espera y no va a ser misericordioso con los que se quedaron dormidos en sus laureles. Sí, tenemos mucha biodiversidad, pero eso implica una responsabilidad.







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