El lavado de manos no es posible para uno de cada tres peruanos por falta de agua.
El papel que juega la acción humanitaria en un escenario de emergencia es clave para contrarrestar los daños causados en las poblaciones más afectadas. En Acción contra el Hambre la misión es la misma: luchar contra el hambre como causa y consecuencia de desigualdades; durante la pandemia de COVID-19 el hambre ha aumentado y con ella también la intensidad y la fuerza con la que deben actuar.
Para América Arias, directora de Acción contra el Hambre en Perú, la respuesta del personal humanitario tiene que ser muy rápida y eficiente. “Frente a la crisis, la organización no tarda más de 24 horas en convertir una donación de miles de soles en alimento, ni más de 72 horas en distribuir productos de higiene a las poblaciones más necesitadas”.
Para muchos países de la región la COVID-19 es un recordatorio de la vulnerabilidad que se mantiene escondida no solo en las zonas más alejadas, sino en el caos de las urbes, donde grandes sectores de la población tan solo sobreviven el día a día. Esta condición se desvela desde que hablamos de una práctica de prevención tan básica como el lavado de manos. En el Perú, entre siete y ocho millones de personas no cuenta con acceso a agua potable. En el caso de Lima – a la fecha la ciudad con mayor cantidad de personas infectadas-, 1.5 millones tampoco accede a sistemas de alcantarillado. En contextos como este, donde una práctica tan sencilla como el lavado de manos no es posible para uno de cada tres peruanos, la prevención de la enfermedad se convierte en un ideal y no una realidad.
La segunda cuestión surge a partir de la media de aislamiento social y su impacto en las economías familiares en un país en el que el 73% del mercado laboral es informal. Este rubro representa a los microempresarios y microempresarias, quienes sostienen a la población económicamente activa; el 98% de las empresas en el Perú son microempresas. En una situación de emergencia como en la que nos encontramos, donde el aislamiento social obligatorio es una medida necesaria, la incertidumbre para las familias no solo está en poder adquirir alimentos y artículos de primera necesidad, sino en hacer frente al pago de alquileres, préstamos, educación e incluso salud.
En este contexto es fundamental hablar de la población que se encuentra en una situación de vulnerabilidad adicional: la población migrante y refugiada venezolana que reside en el territorio peruano. Si el Estado no cuenta con bonos suficientes para proteger económicamente a todos los ciudadanos, resulta más compleja aún la situación para las personas migrantes quienes tienen un menor acceso al mercado laboral y están más expuestos a sufrir situaciones de abuso y discriminación. Según la encuesta realizada por Equilibrium CenDE, el 33% de migrantes y refugiados venezolanos se ha quedado sin empleo durante la cuarentena y solo el 8.8% de los que aún lo conservan se encuentra laborando.
Salir de la pandemia nos cura del virus, mas no de las secuelas que quedarán a nivel social. Existirá un daño inevitable en nuestro camino hacia la erradicación de la pobreza, pero con grandes lecciones aprendidas. La crisis nos demuestra que cambiar de prioridades es posible y necesario, como en esta coyuntura, particularmente extraordinaria, en la que la economía, debe ponerse al servicio de los derechos humanos para atender las necesidades de salud, educación y alimentación. Esta es una oportunidad para ser más reflexivos y comprender que los seres humanos somos interdependientes y el bienestar solo será posible si nos cuidamos y respetamos de manera colectiva y solidaria.
Datos:
- A la fecha, Acción contra el Hambre ha distribuido en Perú más ha distribuido 40 000 kilos de alimentos donados desde el sector privado.
- Acción contra el Hambre entregó a 4200 familias tarjetas solidarias por un monto de 170 soles para la compra de artículos de primera necesidad, pago de servicios e incluso para iniciar sus emprendimientos
- Más de 6000 profesionales humanitarios de Acción contra el Hambre trabajan desde marzo para frenar la pandemia en primera línea de frente sobre el terreno en cerca de 50 países.
- El miedo a contagiar a los suyos, los problemas para llegar a las comunidades en contextos de restricción de movimientos o las dificultades de aprovisionamiento de material de protección en los primeros meses fueron los mayores retos para los profesionales humanitarios.