
Para definir un fenómeno cada vez más habitual, la existencia de organizaciones que miran solucionar problemas sociales a partir de mecanismos de mercado, diferentes nombres han sido utilizados. La aplicación de conceptos como empresas sociales (social enterprises), negocios inclusivos (inclusive businesses) y negocios sociales (social businesses) para definir una iniciativa social ha suscitado intensos debates, ya sea entre académicos que entre emprendedores. La falta de una visión homogénea se explica a partir de dos factores principales: primero, las diferentes formas de definir el carácter social de los emprendimientos y segundo, las diversas maneras de evaluar el impacto social y el carácter innovador de ese tipo de organización.
En la literatura es posible encontrar tres principales corrientes que explican los negocios sociales. La perspectiva europea, nascida a partir de la tradición de la economía social (asociativismo, cooperativismo), enfatiza la acción de organizaciones de la sociedad civil con funciones públicas. La perspectiva norte-americana, que básicamente, entiende las organizaciones privadas con lógica de mercado, dedicadas a soluciones de problemas sociales. Una tercera corriente predominante en países en desarrollo enfatiza iniciativas de mercado que miran la reducción de la pobreza y la transformación de las condiciones sociales de los individuos marginalizados o excluidos.
Así, diversas definiciones de emprendimientos sociales que buscan satisfacer las visiones más frecuentes en el mercado actual, pueden ser nuevas, mas el fenómeno es antiguo: las primeras cooperativas modernas, por ejemplo, datan del final del siglo XIX. Más allá de la terminología, la grande novedad hoy es que el diálogo entre las organizaciones sociales y la iniciativa privada no solo es cada día más común, mas también se volvió necesario para alcanzar y ampliar el impacto social deseado. Dos objetivos antes vistos como incompatibles – sustentabilidad financiera y generación de valor social – ahora se volvieron indisociables y son el eje fundamental del funcionamiento de esas organizaciones.
A pesar de la ambigüedad y diversidad de los términos, se puede afirmar que este tipo de emprendimiento social exige un nuevo formato. Nuevas son también las exigencias a que los gestores de ese tipo de emprendimientos son sometidos, quienes, desde su creación deben administrar los eventuales conflictos y tensiones que ocurren en la medida que es necesario maximizar el retorno social con rentabilidad financiera. Por lo tanto, es necesario quebrar los paradigmas presentes en forma tradicional de hacer negocios y de actuar en el ámbito social.
A partir del momento cero del emprendimiento, es fundamental innovar y viabilizar nuevos arreglos institucionales. No es posible reproducir el modelo tradicional de business, insiriendo apenas la dimensión social. Es necesario pensar y obrar diferente. Es necesario que las organizaciones de la sociedad civil le den las manos a las organizaciones empresariales y que ambos piensen como pueden actuar juntos, bajo la ley de mercado, con el objetivo común de contribuir para reverter la situación de exclusión. En ese ambiente, independiente del nombre o de la clasificación que se diere al proyecto/iniciativa, cocreación pasa ser la palabra de orden.
Por: Graziella Maria Comini
Profesora de FEA/USP
Coordinadora de Ceats (Centro de Emprendedorismo Social y Administración en el Tercero Sector)