Hans Rothgiesser
Miembro del Consejo Consultivo Stakeholders
En la excepcional historieta Sandman, del británico ahora celebrado novelista Neil Gaiman, a la Muerte le reclaman que se lleve a alguien que es aun joven. La Muerte responde “tú recibiste lo que todos reciben, una vida”. Y punto, eso es todo lo que tiene que decir al respecto. Todos recibimos una vida y lo que hacemos con ella nos gustaría que dependa de nosotros solamente, pero en realidad depende de mucho más: Del país en el que nacemos, las instituciones que tenemos, la familia que nos acoge, etc. Algunos de nosotros hacemos lo que podemos por apreciar la vida y ayudamos a otros a tener una vida más llevadera. Otros pareciera que tienen desprecio por todo lo que no sea su propia vida. Al final, el universo te dio una vida y eso es todo lo que tienes.
Para la Muerte de Gaiman, una vida es una vida y todas valen lo mismo. Ésa es la esencia de la frase. Y si todas valen lo mismo, ninguna vale más que otra. No obstante, en el mundo real, nos enfrentamos a problemas prácticos que nos obligan a establecer prioridades, lo que en cierta manera implica asignar valores a distintas vidas. El caso más dramático de esto lo vimos en Italia en su punto más alto de la pandemia, cuando tuvieron que discriminar infectados, porque no tenían los recursos para salvar a todos. Con su sistema de salud colapsado, alguien tuvo que tomar la penosa y seguramente traumática decisión de dejar morir a unos cuantos para salvar a todos los demás.
En el peor momento, el Colegio Italiano de Anestesia, Analgesia, Resucitación y Cuidado Intensivo (SIARTI) publicó un documento con indicaciones para que doctores y demás personal de la salud siga en estas circunstancias extraordinarias. Se sugería abiertamente que la distribución de los recursos debía garantizar que los pacientes con la mayor probabilidad de sobrevivir debían tener acceso al tratamiento adecuado, dejando ir a los demás pacientes. En dicho documento además se definía algunos criterios para tomar esa difícil decisión, como por ejemplo, la edad del paciente.
Por supuesto que no se le puede poner un precio a la vida humana. Eso está fuera de toda discusión. Toda vida es preciosa, sin importar de quién estemos hablando. No obstante, a veces nos enfrentamos a decisiones imposibles que requieren definir prioridades. Es una oportunidad para que resurjan viejos resentimientos o criterios de discriminación que nadie quiere que retornen. En la medida en la cual nuestros médicos mantienen lo que el profesor Paul Bloom de la Universidad de Yale llama compasión racional, podremos luego decir que los recursos no se concentraron para favorecer a un grupo determinado de la población. Después de todo, los recursos son limitados.
Por eso es que debemos rechazar el discurso de que los esfuerzos por salvar vidas eran opuestos a los esfuerzos por mantener la economía del país. Tener acceso a mayores recursos nos permite salvar más vidas, decisiones más estratégicas y con mayor racionalidad económica nos permite salvar más vidas y los proyectos de ley nefastos que se proponen desde el Congreso costarán más vidas. Salvar vidas y mantener la economía son dos lados de la misma moneda.
En ese sentido, hay que reconocer el esfuerzo de varias empresas que de manera desinteresada han colaborado permitiendo que un poquito menos de veces se haya tenido que tomar esa decisión imposible. Desde donación de medicamentos hasta entrega de tanques de oxígeno, los que hemos estado atentos hemos podido ver que varias comprometidas con el país han hecho lo que han podido. El escritor norteamericano James Lane Allen dijo hace más de un siglo que los tiempos difíciles no construyen caracter, lo revela. La misma idea se puede aplicar a las empresas.