Foto: ANDINA/Difusión.

Por Stakeholders

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POR: RUBEN VALLE
rvalle@stakeholders.com.pe


El papel del relacionista comunitario en el Perú hace su aparición hace poco más de 30 años, pero su necesidad se hace urgente en el contexto del boom minero de mediados de los 90, incentivado por leyes del gobierno en el momento para atraer las inversiones extranjeras sobre este sector productivo [1]. Como lo explica el especialista en relaciones comunitarias, Lucio Ríos, docente de la Maestría en Gestión Minera de la Escuela de Posgrado de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC), para el portal de la institución de educación y formación profesional BS Grupo, en donde comenta que equipos pequeños de dos personas pasaron a ser Gerencias de Desarrollo Social con equipos multidisciplinarios de hasta 12 personas, conformados por sociólogos, antropólogos, educadores, trabajadores sociales, ingenieros agrónomos entre otros profesionales.

Podemos evidenciar que el crecimiento económico es uno de los factores determinantes en la aparición de estos especialistas con habilidades transversales en distintos campos de estudio que garantizan un adecuado manejo de la comunicación en los conflictos sociales, ya que la ausencia del estado y la falta de inversión pública en las comunidades en donde se realiza la actividad minera marcan aún más la brecha de desarrollo humano y social que existe en quiénes se benefician directa y económicamente de la minería y quiénes son impactados ambiental y socialmente por su actividad.

Kety Jaúregui – Coordinador Académico de los Programas de Responsabilidad Social y Relaciones Comunitarias del Diploma Internacional Relaciones Comunitarias y Responsabilidad Social de ESAN

Kety Jaúregui, coordinador académico de los Programas de Responsabilidad Social y Relaciones Comunitarias del Diploma Internacional Relaciones Comunitarias y Responsabilidad Social de ESAN, declaró para Stakeholders acerca del perfil profesional y personal que debe tener este tipo de especialista. Para una gestión integral, si bien quienes se desempeñan en las ciencias humanas (antropología, sociología, comunicaciones, trabajado social, educación y afines) tienen una ventaja en la interacción social e interpersonal para establecer vínculos positivos y relaciones de confianza, también se requiere profesionales con conocimientos técnicos (ingenieros agrónomos, sanitarios, economistas, forestales, civiles) para trabajar proyectos de desarrollo de acuerdo al diagnóstico de la comunidad.

Ella opina que, aparte de este componente, es vital que el relacionista tenga competencias que le permitan comunicarse con distintas culturas y de acuerdo al contexto de cada actor social: “ser ético, tener empatía, comunicación, capacidad de escucha, adaptabilidad, flexibilidad, tolerancia y negociación”. Resalta el tema ético, puesto que el trabajo se realiza para reducir la pobreza y beneficiar comunidades vulnerables, y aconseja centrarse en tres principios base: “dignidad (derechos humanos), confiabilidad (cumplir la palabra), transparencia (integridad y sinceridad) y equidad (tratar a todos de forma justa)”.

Entendemos que la formación del relacionista comunitario no se ciñe a una carrera o a un periodo de formación o un “paquete” de conocimientos específicos, sino se trata de una especialización, una formación continua y una elección muy selectiva de las capacidades que el profesional cree necesarios para desarrollar su papel. La profesora Jaúregui brinda mayores luces sobre las claves en su formación académica.

Desde su perspectiva, un aspecto medular es que estos contenidos aborden integralmente las áreas de especialización que permitan al profesional desempeñarse con destreza, reflexionar sobre sus habilidades personales e interpersonales a desarrollar dentro de la práctica y los principios y valores que deben sostener su gestión: “Comprender conceptos y herramientas que permitan el desarrollo de la comunidad; conocer conceptos que permitan la formulación y evaluación de proyectos sociales; comprender el marco normativo ambiental y social y las políticas públicas; conocer herramientas de relaciones públicas y gestión de imagen de la empresa con la comunidad y desarrollar las habilidades de negociación para enfrentar posibles conflictos y crisis socioambientales”, apuntala la especialista.

En cuanto a su compromiso moral, aparte de las cualidades éticas antes mencionadas, destaca también el respeto a los principios de propiedad (proteger los activos de la organización) y el fiduciario (honradez). Sin embargo, considera que estas son características intrínsecas a cualquier profesional que busque la excelencia y el beneficio y desarrollo compartido de su organización y las comunidades que su actividad económica impacta.

El rol del relacionista comunitario en conflictos sociales

El trabajo del relacionista es sumamente importante en cada una de las etapas de un diálogo comunitario. Antes de los conflictos las acciones del profesional están enfocadas en establecer relaciones de confianza e identificar las necesidades de la comunidad impactada para generar un ambiente armonioso a través de su misma interacción y proyectos de desarrollo social en los diferentes ámbitos que el espacio requiera, con el debido soporte técnico y profesional que necesite la iniciativa.

“Luego, si el conflicto se vuelve activo, el relacionista comunitario es fundamental para encauzarlo y procurar reducirlo en la fase temprana y de escalamiento. Si el conflicto llega a la fase de crisis, su rol es clave para escuchar las demandas de la comunidad, sus expectativas y razones para tomar las medidas correctivas apropiadas, procurando que la relación entre empresa y comunidad se mantenga dentro de la legitimidad, respeto y seguridad para ambas partes, evitando que llegue a la violencia. En este sentido, su objetivo debe ser que el conflicto, una vez escalado, pase prontamente a la fase de desescalamiento y diálogo, articulando opciones de encuentro, alineamiento de interés y caminos de solución”, señala la especialista de ESAN.

Por otro lado, recalca que desde esta posición hay que reflexionar sobre lecciones que han dejado anteriores o actuales conflictos socio-ambientales. La primera es la importancia de actuar con ética, más allá de apegarse a la ley y cumplirla, basándose en los principios fundamentales antes comentados y ejerciendo una ciudadanía corporativa adecuada. Lo segundo es la relevancia de ser proactivos en la gestión de las relaciones con la comunidad y mantener canales de comunicación abiertos y fluidos para la escucha activa. Suele ser más prioritario un buen trabajo preventivo que la habilidad para solucionar problemas. La tercera lección es entender la necesidad de un enfoque estratégico y de largo plazo para tomar acciones planificadas, con un horizonte en común y acciones integrales que atraviesen a todo el corpus de la organización.

La especialista en RRCC comenta que de esa forma se evitan acciones desalineadas del propósito y objetivos de la empresa, producto de un mal planteado activismo o una filantropía ineficiente. “Finalmente, se encuentra, la importancia de manejar indicadores de gestión, mapas de riegos, los objetivos de desarrollo sostenible, que midan objetivamente avances o retrocesos y la contribución real de las acciones con la comunidad, tanto para la organización como para los beneficiarios”, concluye.

Sobre el relacionista comunitario recaen estas responsabilidades. El desarrollo de este campo de estudio ha ido orientándose hacia la especialización, sin embargo, en campo muchos profesionales sin la especialización o capacidades necesarias tienen actuación, como practicantes o asistentes. En ese sentido, la experiencia podría ser más enriquecedora bidireccionalmente si es que estos conocimientos pudieran concretarse en un programa de estudios que combine tanto recursos técnicos como capacidades propias de las ciencias humanas, ello como una posible carrera o una especialización de carrera que trace objetivos comunes desde el pregrado.

En la actualidad, la academia, en ejemplos como el de ESAN, explica la profesora Jaúregui, valida y transfiere estas capacidades necesarias y herramientas a los profesionales que quieran orientar su práctica en RRCC, desarrolla espacios de discusión sobre la gestión responsable de los stakeholders de la organización, promueve la investigación para el desarrollo teórico del campo de estudio (enfoques explicativos, metodologías) a través de la identificación de los factores que contribuyen a la sostenibilidad de los proyectos mineros y de qué forma, y fomentando la reflexión alrededor de la ética del profesional de RRCC o Responsabilidad social, su actuación empresarial y el de la organización, así como sobre los impactos y proyecciones dentro de la cadena de valor de esta actividad extractiva.







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