Por: Alfredo Draxl
Centro Internacional para la Educación y el Liderazgo
Existe un amplio consenso en la necesidad de alinear el currículo nacional a las competencias laborales que demanda el siglo XXI. Sin embargo, pretendo argumentar que apostar por esto, sin paralelamente trabajar con los jóvenes en dimensión intrapersonal e interpersonal, afecta el capital social del país y su capacidad de construirse a sí mismo como una nación. La educación reducida a entrenamiento laboral es un juego de muy corto plazo.
¿Para qué ir a la escuela?
Si se piensa únicamente en adquirir conocimientos, ir a la escuela ya es casi innecesario y caro. Sin embargo, la educación básica es el tiempo de los fundamentos: es el tiempo de echar raíces de conocimientos, habilidades y valores, que ayuden a los alumnos a “hacer sentido” de sí mismos y de la realidad, y a vivir en comunidad. ¿Cómo preparamos a nuestros jóvenes para la vida en el 2040 y más? No sabemos qué profesiones serán las más cotizadas, pero estamos seguros que una buena cuenta en el “banco del capital social” será fundamental.
Se atribuye a Lyda Hanifan la noción de capital social referido a una nación. Serían aquellos activos muy tangibles, que hacen la diferencia en la vida diaria de las personas: buena voluntad, solidaridad, valores compartidos y algo muy importante: la confianza en que generalmente las normas se van a cumplir y la palabra se va a honrar. Todo esto constituye el “cemento social” de una nación. La imagen de los hinchas japoneses limpiando su lugar en el estadio después de los partidos del mundial explica por sí misma porqué el Japón es lo que es. Si pensamos en las noticias de estas últimas semanas, es fácil comprender por qué, sin capital social suficiente, es inalcanzable el sueño de ser un país de OECD.
Lo mismo pasa con otros activos más interiores: perseverancia, actitud positiva, mentalidad de crecimiento, armonía interior, honestidad y sentido de trascendencia. “Crecimiento económico no es lo mismo que desarrollo”, decía con agudeza Pablo VI.
¿Aprender qué en la escuela?
En tiempos que algunos describen como “Entorno VUCA” (volátil, incierto, complejo y ambiguo, por su siglas en inglés), los estudiantes requieren un currículo integral y multidimensional, lo que Michael Fullan llama “aprendizaje profundo”[1].
En el mundo de la “post verdad” y de las noticias por twitter, necesitamos saber pensar y discernir las verdades que nos orientan. En el mundo de los “indignados” y de la corrupción generalizada, necesitamos corazones tenaces que sigan optando por el bien, por la compasión, por la acogida. Personas capaces de gustar lo bello y producir belleza, sea sobre un lienzo o en una pantalla. Necesitamos personas sensibles al entorno natural, no solo por supervivencia, sino porque es bello y es un bien en sí mismo. El bien y la belleza son como el oxígeno de nuestra vida y le dan sentido. ¿No va por aquí la clave de la felicidad?
Howard Gardner, quien propugnó el reconocimiento de las inteligencias múltiples, ha escrito todo un libro sobre la necesidad de repensar el papel de la búsqueda de la verdad, del bien y de la belleza en el currículo. Dice: “sin ellas nos resignamos a un mundo donde nada tiene valor, o donde cualquier cosa vale“.
El capital social de una nación es tan importante para su desarrollo como su capital económico. Tendremos un mejor país no cuando suba el precio del cobre o tengamos un nuevo boom exportador sino cuando aprendamos a respetar a las mujeres y valorar a los ancianos. Cuando la unidad, la confianza y la amabilidad sean tan peruanos como el cebiche y una buena causa. No es tan difícil. Hagamos un pacto social por la educación. Invirtamos en ella. Tengamos la mejor educación de Latinoamérica.