Por Stakeholders

Lectura de:

Por: Ana Lucía Granda
Gerente general de Leaf


Leí en un artículo reciente una frase que decía lo siguiente: «Nada produce más basura y consume más recursos que los edificios en los que trabajamos y vivimos». Esta frase, tan cierta, viene con una carga de responsabilidad muy fuerte para los que trabajamos en el rubro de edificaciones. Tenemos detrás de nosotros la responsabilidad de diseñar, construir, operar y mantener los edificios de forma que cada vez sean más eficientes, ahorren más agua, ahorren más energía y tengan una calidad del ambiente interior saludable para los que viven y trabajan ahí, con la finalidad de que estas edificaciones se conviertan en elementos que sumen a la vida de las personas y comunidades.

Estamos en el punto donde el mercado ha cambiado y ahora el cliente nos pide proyectos sostenibles. Hoy en día son ellos, los usuarios que viven y trabajan en dichas edificaciones, los que nos solicitan, casi exigen, un producto sostenible. Saben que es mejor para su salud. O que le da incentivos, ya sea monetarios o de seguridad, de que están haciendo algo positivo, o quizás algo no tan negativo, por el planeta.

Lo cierto es que la sostenibilidad ya no es solo para los innovadores o pioneros. Ya no es una moda que simplemente pasará en un par de años o que es solo para los hípsters o millennials. La sostenibilidad está presente en leyes, normas y estándares a nivel internacional, y se está haciendo obligatoria también a nivel nacional. Debemos ser más «verdes» y no tan contaminantes.

Ana Lucía Granda – Gerente general de Leaf

Pero en un mercado como el nuestro, donde la informalidad es un tema del día a día, ¿cómo podemos reconocer realmente qué es «verde» y qué no? ¿Qué nos garantiza que lo que estamos adquiriendo, vendiendo, construyendo es o no sostenible? Aquí es donde las certificaciones, los sellos, pero especialmente las auditorías por terceros, tienen un rol importantísimo.

Existen muchas certificaciones de sostenibilidad a nivel mundial, más de ochenta de hecho. Y muchas de ellas no solo aplican a edificios nuevos, sino también a edificios existentes, condominios, vecindarios, comunidades e incluso ciudades. Pasa lo mismo con los sellos: tenemos el sello Energy Star para productos eléctricos, el sello Water Sense para productos de agua e ISOs para la fabricación de materiales o procesos. Entonces, en un mercado donde todos dicen ser verdes, ¿en quién confiamos? Por ejemplo, ¿cómo saber que nuestro proyecto va a ahorrar 30 litros de agua al día por persona? Aquí es donde las auditorías se vuelven decisivas. Es lo que diferencia a una certificación, un sello o un producto de ser realmente sostenible o de estar haciendo greenwashing, es decir, que algo es sostenible o «verde» cuando realmente no lo es, o que es más «verde» de lo que realmente es. Debemos tener cuidado, ya que hay muchas marcas que se cuelgan del greenwashing, poniendo el término «eco» antes del nombre de su producto o lo llaman «verde», «ecológico» o «sostenible», cuando claramente no lo es.

Un problema común es que el costo de estas certificaciones, sellos, materiales o auditorías no están siempre proyectados en el presupuesto. Muchas empresas buscan alinearse a ellas pero fallan en el camino. Y esto es un problema cuando cada día la valla va subiendo: el alcance, estándar o norma en la que se basan son cada vez más estrictas y minuciosas.

Pero por otro lado, tenemos la demanda creciendo en el mercado y haciendo que las tecnologías cada vez estén al alcance del bolsillo de la mayoría. Hace diez años era imposible reemplazar las luminarias de una vivienda de focos incandescentes por LEDs. Cada luminaria LED te costaba 100 a 200 veces más que un foco incandescente. Hoy, están casi al mismo precio.

Así que, como ven, ser sostenible ya no es un sobrecosto. Hoy en día, ser sostenible se paga solo. Únicamente hay que saber reconocerlo.







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