
En noviembre del 2009 entrevisté a Cassiano Márquez, secretario de Turismo del Estado de Acre en el Brasil. Aquel Estado que hasta hace poco…
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En noviembre del 2009 entrevisté a Cassiano Márquez, secretario de Turismo del Estado de Acre en el Brasil. Aquel Estado que hasta hace poco, era casi inexistente para el resto del Brasil, con índices de educación que lo ubicaban en el puesto 14 del ranking nacional hoy ocupa el quinto lugar y aspira a posicionarse como uno de los primeros no sólo en el ámbito educativo, sino en el turismo y el comercio.
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Escribo sobre Acre porque su ubicación geopolítica y rol dentro del conjunto de megaproyectos que el Perú está promoviendo -sin mayor planificación-, es clave para que la probable integración con el Brasil, contribuya al desarrollo del espacio sur andino – amazónico del Perú.
Por el contrario, esta supuesta integración ha venido generando muchas interrogantes y pocas o ninguna certeza. Cassiano Márquez hizo dos señalamientos claves: “Estamos en conversaciones con Star Perú, para iniciar un vuelo directo desde Cusco a Río Branco y viceversa”. “Nosotros no tenemos mucha experiencia en turismo y necesitamos aprender y mejorar nuestra oferta de servicios. Muy pronto la cadena Inka Terra, se instalará en el Xapuri para mejorar la oferta, junto con las otras empresas nacionales que ya están trabajando en la zona”. Está claro, Acre aspira a convertirse en un destino turístico por excelencia en la Amazonía brasilera y quizá captar el emergente flujo turístico que tiene Madre de Dios. Finalmente tanto Acre como Madre de Dios -con algunas pocas excepciones-, tienen la misma selva, los mismos paisajes, la misma flora y fauna. No obstante, a diferencia de Madre de Dios y nuestras regiones del sur, Acre sí tiene claro los pasos que debe seguir para desarrollar su potencial. Acre no tiene ciudades que crecen sin planificación y con una incipiente oferta de servicios, tampoco una débil institucionalidad y conflictos sociales que en el Perú son una constante. Todos estos elementos podrían superar la vasta experiencia que tienen las empresas de turismo que operan en Madre de Dios, Cusco o Puno. Pero no se trata solamente de Acre y algunas regiones del Perú, por el contrario la problemática es aún más compleja y trasciende la especificidad del sur peruano. La integración peruano – brasilera tiene otras aristas que se deben abordar. En principio respondernos ¿a qué nos integramos?, ¿por qué es necesaria la integración, ¿qué ganamos o perdemos con ella? No pretendo responder dichas interrogantes, sin embargo el caso emblemático del proyecto de la Hidroeléctrica del Inambari arroja algunos indicadores que revelan las limitaciones que tenemos como país para integrarnos no sólo con el Brasil, sino con otros países de América Latina. Diversos especialistas han señalado que el Perú carece de planificación para la ejecución de este tipo de megaproyectos, que los mecanismos de participación de la sociedad civil en decisiones de este tipo son prácticamente inexistentes y que no tenemos las condiciones previas para un aprovechamiento óptimo de los beneficios que podría generar la integración. Mientras tanto, la carretera Interoceánica Sur continúa siendo un mito en lo referido a su aporte real al desarrollo regional, no sólo porque no se ofrecen las condiciones para que logre el desarrollo sino porque parecería que se está convirtiendo en un catalizador de problemas como la minería ilegal. En ese sentido, la integración no se puede reducir solamente a la construcción de infraestructura bajo el supuesto que una carretera o una hidroeléctrica solucionarán casi automáticamente, los problemas de pobreza y el acceso a sistemas de salud o educación en especial en aquellas localidades ubicadas en la zona de influencia de ambos proyectos. La integración pasa porque tanto el gobierno nacional como los gobiernos regionales y locales y la sociedad civil compartan ciertos criterios comunes sobre el desarrollo que se busca. Esta integración debe reflejarse también en la vida cotidiana de las personas. En Iñapari, Madre de Dios, localidad fronteriza con el Brasil, los comerciantes le reclaman al gobierno nacional que establezca acuerdos mínimos para que puedan vender sus productos en el lado brasilero. En ese sentido, poco sirven los acuerdos o millonarios megaproyectos si no se atienden aspectos pequeños pero relevantes para los ciudadanos. Otro aspecto preocupante es que la agenda de la integración no es necesariamente peruana. Por el contrario aparece como una imposición de organismos multilaterales o como producto del interés de nuestros vecinos. El proyecto de la Hidroeléctrica del Inambari es un ejemplo de ello. Se ha comprobado, según lo planteado por instituciones como el Colegio de Ingenieros del Perú, que no recoge el interés peruano. Según Rodrigo Estela, representante de la Embajada del Brasil en el Perú, Brasil requiere la construcción de una hidroeléctrica del tamaño de la del Inambari por año. Que diferente resulta cuando existe planificación y cuando se sabe lo que se quiere. Mientras que en nuestro país se están llevando adelante megaproyectos sin ningún tipo de planificación, llegando al extremo vergonzoso de superponerse unos con otros, como es el caso del Inambari y la Interoceánica Sur. Sólo un país que no sabe lo que quiere, más allá de depredar sus recursos, puede darse el lujo de perder más de 60 millones de dólares ante una probable inundación de la carretera Interoceánica Sur. En ese sentido, la oposición –incluso a ciegas- parece ser el único mecanismo de “negociación” para quienes vemos afectadas nuestras vidas o el interés nacional, mientras que la integración aparece como una apuesta negativa y de espaldas a nuestros intereses. Fuente: |