Por Stakeholders

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En una economía de mercado las empresas deben competir. De la calidad de su producto o servicio y del precio de éste depende su capacidad para crecer, mantenerse o decrecer en el mercado o segmento de mercado en el cual actúa. En el pasado, las empresas estaban organizadas de acuerdo a una pauta que establecía que la mejora técnica y la división del trabajo en el proceso productivo interno a la empresa generaban las condiciones de competitividad. La Alta Dirección definía las políticas y las tareas. Los trabajadores las ejecutaban.
El control de la calidad del bien o servicio se hacía post producción. Y era responsabilidad de la empresa, no del trabajador. El acceso a los recursos financieros hacían posible la inversión en equipos y maquinaria, los mismos que harían más productivos a los trabajadores.

Hoy, la empresa es un espacio más complejo. La competitividad ya no depende únicamente de la técnica. La organización de la empresa es fundamental. La empresa es concebida como un espacio social en el que el individuo transcurre buena parte de su vida. No sólo es un lugar de trabajo. De otro lado, la empresa no depende exclusivamente de la “brillantez” de sus mandos gerenciales.

Depende del saber de sus trabajadores, del grado de identidad que éstos mantengan con la empresa, de la descentralización de la autoridad interna para otorgarles a los funcionarios de nivel medio o bajo iniciativa y control. El control de la calidad del bien o servicio ya no es post producción. Está incluido en el ciclo interno de producción. Depende del propio trabajador, en el tramo productivo en el que se desempeña. Hoy, lo social en el interior de las empresas determina su productividad y su competitividad.

Pero, además, la competitividad también depende de la manera cómo la empresa se relaciona con su entorno; de su manejo ambiental, de los vínculos que establece con la comunidad sobre la cual se asienta o sobre la que se extiende su influencia. En el pasado, las empresas no solían dar a conocer la manera cómo producían los bienes y servicios que ofertaban. Podían devastar bosques o depredar el ambiente, maltratar niños, obligar a jornadas extensas, etc. La sociedad no estaba interesada en tales aspectos. Hoy, el mercado obliga a la transparencia.

La sociedad, los clientes necesitan información para tomar decisiones. Los consumidores quieren saber cómo se produce el bien o servicio que compran, si estos procesos respetan criterios básicos de manejo ambiental y social. Si antes la oferta influía decisivamente sobre la demanda, hoy, cada vez más, la demanda influye sobre la oferta. La intervención de las empresas en los aspectos sociales puede determinar su capacidad de mantenimiento en el mercado.

 







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