En un artículo anterior para Stakeholders, compartimos algunas ideas sobre la economía circular como alternativa al modelo lineal de producir, consumir y desechar. Hoy quiero ir un poco más allá: bajar ese concepto a tierra, vincularlo con los retos empresariales que vivimos día a día y mostrar cómo la circularidad no es solo una buena práctica, sino también una estrategia clave para ganar legitimidad y confianza en tiempos en que los criterios ESG y los ODS marcan la cancha.
El modelo lineal ya no aguanta más. La ONU advierte que generamos más de 2000 millones de toneladas de residuos sólidos cada año y, si seguimos igual, esa cifra crecerá un 70 % para el 2050. Este dato no es solo una alarma ambiental: es también un problema económico y social. Están en juego el ODS 12, sobre producción y consumo responsables, y el ODS 13, de acción por el clima.
La economía circular plantea justo lo contrario: cerrar ciclos, aprovechar materiales, rediseñar procesos y regenerar ecosistemas. Lo interesante es que, al hacerlo, una empresa avanza de forma directa hacia sus metas ESG: proteger el medioambiente (E), abrir empleos dignos en cadenas de reciclaje y reparación (S) y construir modelos de negocio más transparentes y resilientes (G).
Casos que inspiran
Existen ejemplos claros de esta economía en distintos sectores. La moda circular, por ejemplo, alarga la vida de las prendas con esquemas de reventa, alquiler o reparación, para aportar al ODS 8 y al ODS 12. En la construcción, las firmas europeas desarrollan edificios desmontables para evitar toneladas de residuos. En nuestra región, vemos desde residuos de café convertidos en cosméticos hasta neumáticos transformados en asfaltos más duraderos.
Estos casos muestran que la circularidad no solo responde a la presión social, sino que también conecta con inversionistas que hoy filtran sus apuestas mediante el uso de criterios ESG. Es decir, se ha convertido en un nuevo idioma compartido entre sostenibilidad, mercado y comunidad.
«La economía circular no es un apéndice de la sostenibilidad, es su expresión más concreta».
En ese sentido, la circularidad no avanza sola. Las empresas tienen que medir, reportar y transparentar su desempeño: cuánto reducen en residuos, qué tan eficiente es el uso de materiales o qué emisiones logran evitar.
El sector público, por su parte, tiene que crear un marco que empuje este cambio: normas de ecodiseño, compras públicas sostenibles y responsabilidad extendida del productor. No olvidemos a los consumidores: si no exigimos productos circulares o de menor impacto, es difícil que las buenas intenciones empresariales se conviertan en prácticas masivas.
Una oportunidad que vale la pena
La circularidad no es solo un lujo ético, sino también una fuente de valor. El Foro Económico Mundial calcula que puede generar más de U$ S4.5 billones al 2030 y millones de empleos ligados a la logística inversa, la reparación o los servicios digitales.
En un país como el Perú, la economía circular también abre la puerta para incluir a comunidades rurales y a microempresas en cadenas de valor sostenibles. Ello no solo aporta al cumplimiento del ODS 10, sobre reducción de desigualdades, sino que también refuerza la confianza de los stakeholders, un factor clave en cualquier estrategia ESG.
El gran reto es pasar de la intención a la práctica. La circularidad significa innovar, invertir y, sobre todo, colaborar. En ese sentido, los beneficios son mayores que los costos: menos riesgo regulatorio, más resiliencia frente a las crisis y una legitimidad social que hoy marca la diferencia.
En resumen, la economía circular no es un apéndice de la sostenibilidad, es su expresión más concreta. Une los ODS con los criterios ESG y brinda a las empresas un camino claro para generar valor compartido. La invitación es simple: dejemos atrás la lógica del descarte y apostemos por la lógica de la regeneración. Las organizaciones que se muevan con decisión no solo sobrevivirán, sino que también liderarán el futuro.









