Por Ronny Fischer - Director del Centro de Sostenibilidad de la Universidad de Lima

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La degradación del suelo es una de las amenazas ambientales más críticas y silenciosas de nuestra época, con efectos directos sobre la seguridad alimentaria, la calidad del agua, la biodiversidad y la resiliencia climática. 

De acuerdo con un reporte de la Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación (CNULD), el 52 % de las tierras agrícolas del planeta ya presenta degradación moderada a severa, en gran parte debido a prácticas agrícolas intensivas, urbanización, presión demográfica y alteraciones climáticas aceleradas. 

En el Perú, la degradación de suelos aún es un problema crítico, la presión de las actividades antropogénicas —especialmente la minería y la expansión no regulada de la frontera agrícola— son factores clave, según estudios recientes. Además, la erosión hídrica y la pérdida de nutrientes continúan como procesos dominantes, sobre todo en zonas de la Sierra de nuestro país, como Ayacucho, donde el Instituto Geofísico del Perú destaca la vulnerabilidad de las tierras de cultivo. 

Estos factores, sumados a la persistente deforestación en la Amazonía, generan una severa pérdida de productividad, lo que subraya la urgencia de fortalecer la sostenibilidad agrícola y la gestión integrada de los recursos naturales para garantizar la seguridad alimentaria y la resiliencia de los ecosistemas peruanos.

«El Día Mundial del Suelo no es un acto conmemorativo, sino un recordatorio de responsabilidad colectiva».

El 5 de diciembre, fecha en que se conmemora el Día Mundial del Suelo, propuesto por la Unión Internacional de las Ciencias del Suelo y oficializado por la Asamblea General de las Naciones Unidas, es un recordatorio global de que el suelo necesita la misma atención estratégica que el agua, los bosques o la atmósfera. Este día toma mayor relevancia ante una tendencia acelerada de pérdida de productividad agrícola, proyectada a agravarse significativamente por el impacto combinado de la degradación del suelo y el cambio climático. 

A nivel mundial, diversas instituciones como la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura y el Instituto de Recursos Mundiales advierten que, si las tendencias actuales continúan, miles de millones de personas se verán afectadas por la disminución del rendimiento de los cultivos. Esta caída global podría llegar a mermar la productividad entre un 10 y 20 % hacia el 2050, lo que pone en riesgo la seguridad alimentaria mundial, de acuerdo con el Centro Nacional de Planeamiento Estratégico (Ceplan). 

El impacto se siente con mayor intensidad en países en desarrollo, como Perú, donde la agricultura experimentó una caída del 4,1 % en 2023 debido al fenómeno de El Niño y la escasez de fertilizantes, según informes del Instituto Peruano de Economía. 

La CNULD plantea la necesidad de restaurar paisajes productivos mediante sistemas agroforestales, recuperación de cobertura vegetal, protección de cuencas y prácticas de conservación de agua y suelo.

Ante estos datos, es importante reforzar la idea de que el suelo no es un recurso renovable a escala humana y que su estabilidad es clave para enfrentar el cambio climático, garantizar la seguridad alimentaria y mantener los servicios ecosistémicos. Es necesario poner en agenda pública un recurso ignorado con frecuencia, pero absolutamente decisivo para cualquier estrategia de sostenibilidad a largo plazo.

El Día Mundial del Suelo no es un acto conmemorativo, sino un recordatorio de responsabilidad colectiva: sin suelos sanos no hay seguridad alimentaria, adaptación climática ni un futuro sostenible para el país.







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