
Desde la Revolución Industrial, la acumulación de dióxido de carbono en la atmósfera ha seguido una trayectoria ascendente que refleja la evolución del modelo económico global. El crecimiento sostenido de las emisiones, impulsado por el uso intensivo de combustibles fósiles, la expansión industrial y el cambio de uso de suelo, ha configurado un escenario donde la sostenibilidad se convierte no solo en una exigencia ética, sino en una variable estratégica para la competitividad empresarial.
La huella de carbono se ha consolidado como un indicador clave para medir los impactos climáticos de las actividades humanas. Su importancia ha escalado en la agenda corporativa y en los marcos regulatorios internacionales, al punto que se ha convertido en un parámetro que condiciona el acceso a mercados, financiamiento y licencias sociales. En paralelo, la ciudadanía ha empezado a incorporar criterios de sostenibilidad en sus decisiones de consumo, generando presión sobre los sectores productivos para actuar con transparencia y responsabilidad climática.
A nivel mundial, el presupuesto de carbono compatible con mantener el aumento de temperatura por debajo de los 1,5 °C está cerca de agotarse, lo que demanda una transformación estructural del modelo energético. Las grandes economías avanzan con políticas fiscales, incentivos verdes y una creciente inversión en tecnologías limpias. Sin embargo, subsisten barreras relacionadas con el costo de transición, la dependencia de industrias tradicionales y la falta de mecanismos efectivos de gobernanza global.
«La huella de carbono se ha consolidado como un indicador clave para medir los impactos climáticos de las actividades humanas».
En América Latina, la situación es compleja. Si bien las emisiones per cápita son inferiores a las de otras regiones, el avance de la frontera agrícola, la expansión urbana desordenada y la dependencia de hidrocarburos generan impactos significativos. Los países enfrentan el reto de compatibilizar el crecimiento económico con la sostenibilidad ambiental, en un contexto de alta desigualdad y restricciones presupuestales. A pesar de ello, se observan avances en marcos normativos, sistemas de medición y plataformas de reporte voluntario.
En el caso peruano, la huella de carbono ha ganado terreno en el discurso público y en las prácticas de gestión empresarial. El programa “Huella de Carbono Perú” ha permitido institucionalizar el cálculo y reporte en organizaciones públicas y privadas. Si bien aún es voluntario, su adopción ha empezado a traducirse en ventajas reputacionales, acceso a certificaciones y reducción de riesgos operacionales. El desafío es ampliar su alcance, mejorar la calidad de la información y vincularlo a políticas de compras públicas y financiamiento climático.
Desde la perspectiva empresarial, medir y reducir la huella de carbono ya no es una acción filantrópica, sino una necesidad estratégica. Incorporarla en la gestión implica identificar puntos críticos en la cadena de valor, optimizar procesos, innovar en productos y servicios, y alinear la cultura organizacional con principios de eficiencia y responsabilidad. Las empresas que lideren esta transformación no solo fortalecerán su posicionamiento, sino que también contribuirán a redefinir el modelo de desarrollo en clave de sostenibilidad.
En los próximos años, la capacidad de gestionar la huella de carbono será un diferenciador competitivo. Gobiernos, inversionistas, consumidores y comunidades demandarán más transparencia y compromiso climático. La convergencia entre ciencia, ética y estrategia marcará la pauta del nuevo paradigma empresarial, donde reducir emisiones será tan importante como generar valor. La transición ya empezó. El tiempo y la coherencia serán los activos más valiosos.