
Muchos estudios académicos sobre riesgos ambientales se han centrado principalmente en la gestión de las emisiones de carbono, mientras que existe una limitada atención a los riesgos climáticos físicos como olas de calor, inundaciones o tormentas. En consecuencia, la lucha contra el cambio climático se ha orientado principalmente a la transición hacia una economía baja en carbono, impulsada por presiones regulatorias y exigencias de reportes cada vez más rigurosos.
Para el sector privado es fundamental entender que el cambio climático no solo representa una externalidad generada por las emisiones de gases de efecto invernadero, sino una amenaza sistémica derivada de la exposición creciente a disrupciones climáticas físicas. La contribución de carbono de una empresa al calentamiento global no siempre coincide ni guarda relación directa con su exposición o vulnerabilidad a los riesgos físicos. Es decir, empresas con bajas emisiones de carbono pueden estar fuertemente expuestas e impactadas por riesgos climáticos adversos derivados de las emisiones de terceros. En muchos casos, la exposición de las empresas a los riesgos físicos depende de su sensibilidad por sector económico, ubicación geográfica, tipo de infraestructura crítica, entre otras consideraciones ajenas a sus huellas ambientales directas.
Por ello, la evaluación del riesgo climático no puede limitarse al nivel individual de emisiones. La intensidad de los impactos dependerá, en última instancia, de la capacidad colectiva para reducir las emisiones globales, así como la habilidad de las empresas y los sistemas para adaptarse a un contexto cambiante con tendencias que evidencian un aumento acelerado de disrupciones climáticas.
Esto resalta la urgencia de incorporar una mirada sistémica al análisis de los riesgos y soluciones climáticas. Centrar la acción exclusivamente en la reducción de carbono puede conducir a una visión parcial e incompleta del problema, y a estrategias que subestiman la urgencia de adaptación ante impactos físicos existentes. Por ello, es necesario desarrollar una comprensión integral del cambio climático, que combine estrategias de mitigación con medidas de adaptación y resiliencia capaces de reducir la vulnerabilidad de las empresas y los sistemas a eventos extremos y crónicos.
«La contribución de carbono de una empresa al calentamiento global no siempre coincide ni guarda relación directa con su exposición o vulnerabilidad a los riesgos físicos».
En la práctica, sin embargo, muchas empresas aún estructuran su análisis de riesgo con una visión de corto o mediano plazo, lo que limita su capacidad para anticiparse a las transformaciones estructurales requeridas. Las respuestas del sector privado frente a los riesgos ambientales han estado principalmente marcadas por iniciativas de reducción de emisiones en sus propias operaciones y cadenas de valor. No obstante, los riesgos físicos, por su naturaleza incierta y de largo alcance, requieren un análisis distinto, de escenarios, con enfoques adaptativos y resilientes.
Por ello, se requiere una visión estratégica de soluciones climáticas que trascienda las métricas convencionales del corto y largo plazo empresarial. Se debe integrar acciones presentes con consecuencias que se proyectan a horizontes temporales mucho más amplios, reconociendo que los impactos del cambio climático se manifiestan de forma progresiva y acumulativa. Superar el modelo de business-as-usual implica adoptar estrategias que conecten las acciones inmediatas con objetivos de resiliencia a futuro.
Entonces, si bien la reducción de emisiones de carbono sigue siendo un pilar esencial de la agenda climática, no es suficiente por sí sola. El debate sobre el cambio climático debe ser balanceado hacia un enfoque más completo. Ampliar el enfoque hacia los riesgos climáticos físicos permite no solo gestionar amenazas, sino también identificar oportunidades para el crecimiento empresarial. Esta visión integral requiere una mayor articulación entre sectores, así como políticas públicas que promuevan soluciones de largo plazo con acciones inmediatas y una mirada de resiliencia para enfrentar eficazmente los desafíos del cambio climático.