
Con el paso del tiempo, ha quedado claro que la sostenibilidad ya no es solo una tendencia, sino una expectativa creciente sobre cómo las operaciones de una compañía pueden afectar positiva o negativamente a los ecosistemas y las personas. Esta conciencia también ha permeado las decisiones financieras y ha dado lugar a nuevas tendencias de inversión, reflejadas en un amplio espectro de intencionalidades del capital, que va desde las inversiones tradicionales hasta la inversión de impacto.
Este espectro inicia con las inversiones tradicionales, orientadas únicamente a maximizar el retorno económico, las cuales aún dominan el mercado global. Sin embargo, junto a ellas han ganado terreno otros enfoques, como las inversiones responsables, que excluyen sectores sensibles (como armas o tabaco) y, más aún, las inversiones sostenibles (ASG), que integran el análisis de riesgos ambientales, sociales y de gobernanza. Finalmente, aparecen la inversión de impacto, como aquel capital que busca intencionalmente generar impactos positivos y medibles en lo social y/o ambiental, junto con retornos financieros.
Es así que, como primer paso hacia la transparencia y esfuerzo de análisis de entender cómo el capital puede generar efectos positivos o negativos sobre el entorno y la sociedad, traducidos a su vez en riesgos, muchos inversionistas institucionales han comenzado a incorporar estándares y metodologías de reporte de sostenibilidad. Esto les permite identificar los temas “materiales” más relevantes, establecer indicadores estandarizados y elaborar reportes periódicos. En este contexto, han adoptado marcos internacionales como el Global Reporting Initiative (GRI), creado en 2000 para mejorar la rendición de cuentas frente a los grupos de interés y promover la sostenibilidad como parte del desempeño organizacional.
«Con el paso del tiempo, ha quedado claro que la sostenibilidad ya no es solo una tendencia, sino una expectativa creciente».
Otros marcos han ido ganando relevancia, como el Task Force on Climate-related Financial Disclosures (TCFD, 2015), que ayuda a identificar y comunicar los riesgos financieros vinculados al cambio climático. Más recientemente, el Taskforce on Nature-related Financial Disclosures (TNFD, 2021) propone integrar también los riesgos y oportunidades asociados a la biodiversidad y los ecosistemas, en un contexto donde estos temas adquieren urgencia estratégica.
A este avance metodológico se suma el auge de herramientas de posicionamiento como Merco ESG Perú, que en su ranking 2024 ubica en los primeros puestos a organizaciones del sector financiero como Interbank, BCP y BBVA. Estas entidades han asumido roles activos en la agenda ASG, evidenciando no solo compromiso y continuidad en sus acciones, sino también una creciente valorización de los beneficios reputacionales y de responsabilidad que estas prácticas aportan a sus estrategias corporativas. Así, tanto el sector corporativo global como el local viene progresiva y sostenidamente incorporando nuevas consideraciones que favorecen la sostenibilidad, y a la vez generan valor estratégico. La gestión ASG permite a las organizaciones protegerse, diferenciarse y adaptarse en un entorno cada vez más exigente y consciente.
Por supuesto, el avance no está exento de desafíos. Persisten limitaciones técnicas, de incentivos y una insuficiente articulación entre sectores público y privado. Sin embargo, también hay señales alentadoras: más empresas comprometidas, nuevas normativas en camino, y un sistema financiero que comienza a integrar la sostenibilidad en sus decisiones estratégicas. En esta línea, COFIDE, el Banco de Desarrollo del Perú, ha comenzado a impulsar activamente las finanzas sostenibles, mediante la emisión de bonos verdes, azules y sostenibles, y con la creación de Aliados de Impacto, una plataforma que busca fortalecer el ecosistema de inversión de impacto en el país.
En definitiva, el Perú avanza, aunque de forma gradual, en la adopción de finanzas más sostenibles y conscientes. El reto ahora es acelerar el paso: traducir los reportes ASG en decisiones de negocio y escalar desde la responsabilidad, hacia el impacto. Porque solo así, las finanzas dejarán de ser un reflejo del presente y se convertirán en una palanca de transformación para el futuro del país.