
En las ciudades latinoamericanas, la movilidad se ha convertido en uno de los mayores retos urbanos del siglo XXI. Lima, por ejemplo, figura entre las ciudades más congestionadas del mundo, donde los ciudadanos pueden pasar más de 155 horas al año en el tráfico. Esta pérdida no es solo de tiempo, sino también de productividad, salud y calidad de vida. A ello se suma la alta carga contaminante del transporte urbano: en Lima y Callao, el 58 % del material particulado fino proviene del parque automotor, según el Ministerio del Ambiente (Minam, 2023).
Frente a esta realidad, avanzar hacia ciudades sostenibles exige repensar radicalmente cómo nos desplazamos. Ya no basta con optimizar el transporte público: se requiere de una transformación integral de la movilidad urbana, y en este proceso, el sector empresarial tiene un rol estratégico.
La buena noticia es que los modelos de movilidad compartida, como el carsharing o el bikesharing, ya han demostrado su viabilidad en ciudades como Ámsterdam, Bogotá o Ciudad de México. Particularmente interesante es el modelo de CarSharing entre pares (P2P CarSharing), donde los ciudadanos pueden alquilar sus propios vehículos privados a otras personas a través de plataformas digitales. Empresas como Turo en Estados Unidos, o Getaround en Europa, están democratizando el acceso al transporte privado sin aumentar el parque automotor.
Los beneficios de este modelo son múltiples. En primer lugar, reduce el número de vehículos en circulación, al maximizar el uso de los autos existentes. Estudios del Transportation Sustainability Research Center (TSRC, UC Berkeley, 2020) muestran que por cada auto compartido se pueden reemplazar entre 7 y 13 vehículos privados, contribuyendo directamente a la descongestión urbana. En segundo lugar, fomenta una cultura de consumo colaborativo, más alineada con los principios de economía circular y sostenibilidad.
Desde una perspectiva económica, el modelo también representa una fuente de ingresos pasivos para muchas personas. En contextos como el peruano, donde el 71 % de la población económicamente activa se encuentra en la informalidad (INEI, 2024), permitir que los ciudadanos generen ingresos alquilando su vehículo subutilizado puede tener un efecto social transformador.
«Frente a esta realidad, avanzar hacia ciudades sostenibles exige repensar radicalmente cómo nos desplazamos».
Para las empresas, estas nuevas formas de movilidad abren oportunidades concretas. No solo pueden invertir en plataformas tecnológicas o infraestructura asociada a la micromovilidad eléctrica, sino también repensar sus operaciones logísticas, optimizar rutas o facilitar a sus colaboradores el acceso a alternativas de transporte sostenible. Incorporar estos enfoques no solo contribuye al cumplimiento de objetivos ambientales (como los ODS 11 y 13), sino que además mejora la reputación y la competitividad.
No obstante, para que estas iniciativas prosperen se requieren condiciones habilitantes. Primero, un marco regulatorio flexible pero claro, que fomente la innovación sin perder de vista la seguridad del usuario. Segundo, alianzas entre el Estado, el sector privado y la academia, que promuevan la movilidad como eje de desarrollo urbano sostenible. Y tercero, una educación ciudadana orientada al uso responsable de nuevas tecnologías de transporte.
Las ciudades del futuro serán aquellas que logren conjugar eficiencia, inclusión y sostenibilidad. El empresariado peruano tiene ante sí una oportunidad única: liderar el cambio hacia una movilidad más limpia, colaborativa y resiliente. Apostar por estos modelos no solo es una decisión estratégica, sino una responsabilidad ética con las generaciones que vienen.