
Según IBM, una ciudad inteligente es una zona urbana donde la tecnología y la recopilación de datos ayudan a mejorar la calidad de vida, la sostenibilidad y la eficiencia del funcionamiento de la ciudad. Estas se caracterizan por emplear tecnologías de la información y funcionar a través del internet de las cosas. Por su parte, una ciudad sostenible, según el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible de Argentina, es aquella en la que el desarrollo social está al alcance de todos; existe equidad de género y oportunidades de progreso económico abierto a cada uno de sus habitantes, sin comprometer el entorno.
Además, se busca reducir la exposición a riesgos y actuar de manera responsable. Definidos estos dos conceptos, surgen diferentes cuestiones: ¿es posible combinar ambas vertientes en una sola ciudad? ¿Cómo puede una ciudad, que exige un consumo energético superior al promedio, ser menos agresiva con el medio ambiente que las urbes actuales? ¿Llevar las ciudades al punto más alto tecnológicamente es suficiente para hacerlas sostenibles?
En América Latina, la urbanización ha causado graves conflictos ambientales y sociales. La falta de planificación del desarrollo urbano ha generado una sobreproducción de residuos, lo que provoca saturación en vertederos, sistemas sanitarios e incluso contaminación del aire. Las urbes siguen creciendo de manera exponencial, rebasando la capacidad de la infraestructura existente. Es urgente un cambio que alcance a todos: las soluciones pasan por reimaginar el ciclo de vida de lo que consumimos y desechamos (Ellen MacArthur Foundation, 2017). Una ciudad circular es aquella donde los residuos se convierten en recursos y donde la producción, el consumo y el descarte están perfectamente conectados para minimizar el impacto ambiental.
«¿Cómo puede una ciudad, que exige un consumo energético superior al promedio, ser menos agresiva con el medio ambiente que las urbes actuales?»
Si bien la tecnología puede facilitar la transición, por sí sola, es solo una herramienta. Sin una visión sistémica, podemos optimizar el procesamiento de los desechos, pero ¿por qué no pensar en reducir su generación? Del mismo modo, es posible crear plataformas digitales de movilidad sin promover el uso compartido y medios de transporte no contaminantes.
La circularidad ha comenzado a materializarse en proyectos en algunas ciudades latinoamericanas que sirven como ejemplo, como el programa de reciclaje de Curitiba, el cual demuestra que es posible avanzar, aunque el camino esté lleno de grandes obstáculos, como la falta de incentivos financieros y educación ambiental.
Por eso, América Latina debe pensar en ciudades que vayan más allá del concepto de “Smart City” y aspirar a una nueva realidad basada en la circularidad. Esto implica fomentar políticas públicas eficaces, alianzas entre el sector privado, público y la sociedad, y un compromiso firme con la innovación social, no solo tecnológica. Solo así las ciudades de nuestra región tendrán oportunidades reales de alcanzar una sostenibilidad genuina y una transformación verdadera.
Transformar nuestras ciudades es un gran reto, pero también una oportunidad. Apostar por la circularidad no es una moda; es una necesidad urgente que mejorará la calidad de vida, la resiliencia y la justicia ambiental en nuestro contexto urbano latinoamericano.