Por Hans Rothgiesser - Miembro del Consejo Consultivo Stakeholders

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Alrededor de 1430 el franciscano San Bernardino de Siena escribió el revolucionario trabajo “Sobre los contratos y la usura”, en el que justifica la propiedad privada y la ética del comercio, entre otros varios temas. Este clérigo terminó siendo bastante conocido y aceptado. Tuvo una larga trayectoria como predicador en Italia. De hecho, le ofrecieron el cargo de obispo en tres ocasiones, pero las rechazó para continuar predicando. Es más, por su creativa manera de predicar, y por su costumbre de usar respaldo visual para esa labor, es que hoy en día es el patrón de la publicidad, la oratoria y las relaciones públicas.

Tiene un lugar en la historia por muchos aportes. No obstante, no se le da suficiente crédito por haber sido uno de los primeros en formalmente defender la figura del empresario y explicar su lugar en la sociedad. Fue una de las mejores conceptualizaciones de la necesidad de empresarios para que una comunidad crezca. Hizo notar que los comerciantes ofrecían un servicio a la población, al transportar productos que la gente necesita para satisfacer distintas necesidades. Que llevarlos de una región en la que hay mucho de algo a otra región en la que hay un déficit de ese mismo producto tiene un valor. Y que no había que despreciarlos por hacerlo a cambio de un pago, pues al ser un servicio es razonable que se cobre por él.

También reconoció el valor social que tiene almacenar productos para ofrecerlos al público en los momentos en los que el público los va a necesitar, así como transformar materias primas en productos finales. Está de más decir que la tarea de defender a la actividad empresarial se fue transformando en un discurso económico y político que iba de acorde a una visión franciscana que venía de tiempo atrás, la que habla de un sistema de valores que aparece de las relaciones cotidianas entre las personas que a su vez están basado en el trabajo.

«Otro aporte de San Bernardino fue la observación de que los empresarios tienen un talento particular que hacen posible realizar estas funciones».

Otro aporte de San Bernardino fue la observación de que los empresarios tienen un talento particular que hacen posible realizar estas funciones. Es decir, así como hay personas con el talento para hacer mesas de calidad y otros que tienen el talento para navegar, los empresarios tienen un talento para hacer lo que hacen. Por supuesto que, siendo un hombre religioso, él lo atribuyó a dones de origen divino. Hasta los categorizó en cuatro “dones empresariales”: eficiencia, responsabilidad, trabajo duro y asunción de riesgos. Por la aplicación de estos dones consideraba que era justo que el empresario obtenga ganancias como compensación.

Nació en 1380 de una familia noble en Siena. Su padre fue gobernador, pero a los seis años quedó huérfano. Fue criado entonces por una tía bastante devota. En 1404 se ordenó como sacerdote. Como predicador viajó de pueblo en pueblo. unca se quedaba en un mismo lugar más de un par de semanas. Se trasladaba a su siguiente destino a pie. En las plazas la gente se congregaba y escuchaba sus sermones de tres a cuatro horas. A diferencia de otros predicadores, él no elegía los temas de sus sermones por la liturgia, sino de los temas que le preocupaba al pueblo. En Ferrara, por ejemplo, predicó contra los excesos de lujos. En Bolognia, contra las apuestas. Está de más decir que no era popular con todos. En L’Aquila, por ejemplo, alguien serruchó las patas del púlpito de madera desde el cual estaba predicando, causando que se cayera.

Esto fue hace más de medio milenio. ¿Cómo es que la labor que inició este intelectual se ha quedado truncado? ¿Cómo es que hoy en día en el Perú apenas el 23 % de los peruanos confían en los líderes empresariales y apenas el 19 % en banqueros, según Ipsos? Dejen de esperar a que llegue otro santo a hacerles el milagro. En el 2025 van a tener que hacer algo ustedes mismos o resignarse a vivir en un país en el que la población desconfía cada vez más de ustedes.







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