Enfrentamos múltiples desafíos: salud, corrupción, clima, desigualdad, violencia y guerra. Este contexto nos obliga a reevaluar diferentes modos hacia una sociedad más justa y sostenible, en que la generación de valor se aborde con mayor responsabilidad.
Entre las propuestas más radicales en este sentido, se encuentra el “decrecimiento”, propuesto por Serge Latouche, que considera inviable el crecimiento económico perpetuo. Propone pues una mirada de reducción de la producción, el consumo y, muy notablemente, del desperdicio. Por su parte, Kate Raworth propone la economía del donut, en que usa esta forma para representar el espacio seguro entre un mínimo de necesidades humanas y un techo ecológico. Otra corriente es la economía ecológica, de Georgescu-Roegen y Daly, quienes plantean los límites físicos del crecimiento económico dada la finitud del planeta y sus recursos. Este enfoque incluye un necesario rol del mercado y de las empresas, pero con consideración de la capacidad regenerativa del planeta y con un crecimiento limitado.
Aunque estas miradas son criticadas por cierto neomaltusianismo o por su difícil aplicabilidad real, sus preocupaciones subyacentes ciertamente son relevantes. Tenemos también la mirada del well-being o “bienestar”, representada, por ejemplo, en las propuestas de la Comisión sobre la Medición del Desempeño Económico y el Progreso Social, integrada por los premios nobel de economía Joseph Stiglitz y Amartya Sen, entre otros destacados economistas y científicos sociales. En sus informes se propone ir más allá del PBI hacia un enfoque más holístico que considere -y mida- el bienestar (como la salud, educación, seguridad), las desigualdades y la sostenibilidad medioambiental.
Haciendo eco de estas propuestas, Christian Felber, en su Economía del bien común sugiere que se mida no solo el crecimiento económico, sino la calidad de vida, la cohesión social y la salud medioambiental, con empresas con propósitos socioambientales y enfoque de stakeholders.
«Kate Raworth propone la economía del donut, en que usa esta forma para representar el espacio seguro entre un mínimo de necesidades humanas y un techo ecológico».
Finalmente, el concepto de flourishing o “florecimiento”, invita a pensar más allá de un bienestar meramente material. Con raíces aristotélicas en la eudaimonia y la ética de las virtudes, así como en la psicología positiva de Seligman y Ben-Shahar, propone una sociedad no solo libre de carencias físicas, sino con condiciones para que individuos, organizaciones y ecosistemas alcancen libremente existencias plenas y significativas. Bajo esta idea, las empresas no son solo engranajes que generan bienes y servicios, sino organizaciones que producen impactos positivos para alcanzar una prosperidad integral humana y ecológica.
Una firma orientada al florecimiento promueve pues la diversidad, la inclusión, la equidad y la resiliencia ambiental. Ellas entienden el trabajo humano no solo como medio de subsistencia, sino como una vía hacia la realización personal, en línea con lo que Juan Pablo II llamaba la “dimensión subjetiva del trabajo” en Laborem Exercens. Una empresa comprometida con el florecimiento de sus colaboradores procura un entorno justo, creativo y saludable que promueva su desarrollo personal.
La transición hacia este modelo de buenos negocios con impacto positivo requiere cambios profundos, tanto en la mentalidad empresarial como en los marcos normativos y culturales. Es fundamental que los líderes empresariales adopten una mentalidad de innovación y sostenibilidad para un comportamiento empresarial más responsable; esto se operacionaliza usando indicadores de bienestar y sostenibilidad que vayan más allá del corto plazo, ejemplos de ello son las métricas ESG o los ODS de la ONU.
No se trata pues, de elegir entre crecer o proteger el medio ambiente: la rentabilidad y la responsabilidad no son mutuamente excluyentes. Las empresas deben convertirse en motores de prosperidad integral, generando círculos virtuosos entre ganancias y bien común con parámetros éticos y de largo plazo y aprovechando las finanzas verdes, los bonos sostenibles, la inversión de impacto y las nuevas tecnologías limpias para fortalecer sus estrategias superando así la falsa antinomia entre posturas radicales de decrecimiento o de defensa a ultranza de un capitalismo inconsciente.