-Estaba viendo que la economía en América Latina ahora se ha configurado en colores. Tenemos así economía violeta (enfoque femenino), economía naranja (enfoque creatividad) o la economía verde (enfoque en medio ambiente). ¿Cómo ha ocurrido esa segmentación y qué nos dice de la región?
Hay dos necesidades fundamentales por las que estamos viendo esta configuración. La primera es la necesidad de que los ciudadanos podamos insertarnos en los procesos y decisiones económicas de manera mucho más consciente. Y la segunda, que la economía hoy por hoy es vista no solo desde los indicadores macroeconómicos sino desde indicadores tangibles e intangibles —como el bienestar, por ejemplo— donde necesitamos que estos conocimientos empiecen a permear. Tan relevante es esto que, por ejemplo, existen bonos de colores. Perú justamente emitió en noviembre del 2021 un bono azul, relacionado a la economía azul, que busca la conservación y regenaracion de océanos.
-¿Cuál de estos colores está más desarrollado y cómo potenciar el crecimiento de los que tienen menor porcentaje?
Lamentablemente, el más desarrollado es el color rojo, la economía roja, el modelo económico que en la actualidad tenemos. Es un modelo de altos índices de consumo, de alta presión a los ecosistemas, de generación o profundización de las diferencias o de los espacios sociales que tenemos en los países. Sin embargo, existe en la región andina un repunte del desarrollo de la economía naranja, relacionada no solo con la creatividad sino con la preservación del conocimiento ancestral. Aquellos saberes y tradiciones hoy toman un ritmo y visibilización distinta. Eso viene dado de alguna manera porque ya empiezan a existir bonos naranjas, de economía creativa, que busca impulsar a aquellas personas que están dentro del desarrollo creativo, y allí están los medios de comunicación, personas que tienen bordados tradicionales, la gastronomía, el desarrollo de diseño de modas, posibles creaciones audiovisuales, videojuegos y desarrollo en línea. Si bien no estamos involucrados con los índices macroeconómicos porque no nos llegan cada día, sí que estamos involucrados cuando empezamos a aterrizar los conceptos económicos en nuestra cotidianidad.
-¿Qué nuevas formas de negocios o actividades no tradicionales se han conformado a partir de esta colorida segmentación?
Hay un ejemplo que el Banco de Desarrollo Interamericano (BID) trabaja como una de sus primeras tres prioridades. Es el de la economía plateada, aquella que busca reinsertar a personas mayores de 63 años en los procesos de producción y procesos económicos. Quienes nos escuchan o miran pueden saber que, pasada cierta edad, existe esta tendencia a pensar que es mucho más complicado insertarse en una plaza laboral, por ejemplo. Imagínate la percepción que tienen las personas mayores de 60 años. ¿Qué sucede? Cuando estas personas salen del motor económico, tienen cuadros de salud complejos atados a esa falta de actividad.
Eso tiene un efecto económico: en la región empiezan a ser un grupo mayoritario y tener mayor presión social en los sistemas de seguridad y salud. Fíjate cómo una decisión como esta tiene un efecto económico. Entonces, en este momento hay una oportunidad muy grande. El BID tiene foco en desarrollar la economía plateada, que trae dos oportunidades: la capacidad de preservar el conocimiento anterior, el que podamos aprender de los errores del pasado; y segundo, que hay trabajos que se pueden hacer desde casa remotamente por parte de una persona o grupo de personas mayores de 60. Aprovechas la oferta laboral y reduces los riesgos económicos que puede tener.
-¿De qué manera este panorama se convierte en una oportunidad dirigida a nuevas formas de producción y generación de riquezas?
La economía de colores busca demostrar la oportunidad de inclusión que tenemos. Cuando hablamos de economía violeta nos referimos a inclusión de mujeres. Cuando hablamos de economía plateada, a las personas mayores de 60 años. Cuando hablamos de economía azul hablamos de inclusión de comunidades de pescadores, que normalmente no se ven en los grandes procesos productivos o grandes segmentos industriales, pero tenemos una población costera que es muy relevante y que tiene unas necesidades económicas increíbles.
– Perteneces a On Deck, una de las mayores aceleradoras de innovación en el mundo. Hay un movimiento al respecto. ¿A qué se refiere la innovación social y qué relación tiene con la economía social y solidaria?
La innovación social dice que podemos tener grandes ideas, pero si estas se ponen en marcha sin considerar a las personas o impactos directos o indirectos sobre cualquier ecosistema, se deja gente atrás y es algo que no está permitido. La innovación social busca compaginar el triple impacto: desarrollo con personas y ecosistemas. Porque no hay planeta B, no hay opción B. Entonces, o regeneramos, incluimos y entendemos los impactos, o no vamos a llegar muy lejos ninguno. ¿Qué tiene que ver con la economía? Es que si no encontramos esos efectos de inclusión, vamos a tener más gente desplazada. A más gente desplazada, más niveles de pobreza. Entonces, busca cómo generamos desarrollo desde empresas o pymes que puedan generar innovación e incluirse en estos motores que queremos estar todos.
-Según tu diagnóstico, ¿qué innovaciones sociales están surgiendo en la región?
Hay tres temas trascendentales. El primero, la Amazonía compartida entre distintos países de la región andina. En el corto plazo vamos a ver procesos de innovación social y económica muy relevantes porque en este momento ya es visible que necesitamos trabajar la reducción, compensación y mitigación de las emisiones de carbono. El segundo tema relevante es la inclusión no solo de mujeres -diversidad e inclusión, sin distinción de género, raza o preferencias adicionales- y cómo reducimos la presión de los ecosistemas ambientales, sobre todo en agua, porque nos estamos convirtiendo en zonas de alto estrés hídrico.
– ¿Por qué se considera que la innovación y los valores son las claves de las empresas con futuro?
Porque si seguimos haciendo lo de ahora no vamos a llegar muy lejos. Tenemos que pensar fuera de la caja y trabajar en soluciones mucho más pragmáticas que puedan ser inclusivas.
-¿Cuál es el panorama de las empresas, en todo caso?, ¿qué desafíos encuentras?
En las micropymes, definitivamente el acceso a educación financiera y recursos que les permitan apuntalar sus negocios, pero para eso se necesita educar mucho. En las pequeñas, la supervivencia en medio de economías con altos niveles de recesión y la posibilidad de crecer de manera sana. En las empresas medianas, que no tenemos mucho en América Latina, el punto es cómo dar el salto para ser más grande. Y en las grandes, cómo realmente se convierten en anclas de desarrollo e inclusión porque el sector privado a nivel regional, pese a que es amplio e interesante, no tiene la capacidad por sí solo de generar el desarrollo que nuestros países necesitan. Entonces, lo que necesitamos es empresarios que entiendan claramente cuáles son sus grupos de interés para poder insertarlos en cadenas productivas que puedan ser sostenibles en el tiempo.
«La innovación social dice que podemos tener grandes ideas, pero si estas se ponen en marcha sin considerar a las personas o impactos directos o indirectos sobre cualquier ecosistema, se deja gente atrás y es algo que no está permitido».
-¿De qué manera las organizaciones pueden tomar decisiones estratégicas de éxito en torno a prácticas innovadoras y sostenibles?
Hay un principio trascendental que comentamos mucho: la innovación está en las intersecciones. No podemos pensar en innovación sin conocer las expectativas que tienen nuestros distintos stakeholders para hacer que las soluciones sean pragmáticamente aplicables. Sobre esas expectativas, las empresas trabajan su capacidad de respuesta. Una vez que unimos estos puntos y salimos de esta mentalidad de lógica económica de insumo – producto, podemos generar innovación. Esa innovación, además, vendrá dada por la búsqueda de un propósito común. Hoy las empresas empiezan ya a trabajar en el propósito que es, más allá de una declaración, un compromiso público de que eso en que creemos fragüe en el día a día de nuestras operaciones.
-¿El sector empresarial es genuinamente consciente de que su papel y la sostenibilidad ya no es marketing, sino que ocupa un lugar central de sus estrategias?
Creo que es un camino. Por ahora el nivel de conciencia no es absolutamente elevado. Fíjate que las organizaciones tienen siete niveles de conciencia. Al principio es un proceso transaccional, pero luego entendemos que nos necesitamos los unos de los otros. Luego llegamos al punto que no solo nos necesitamos, sino que somos complementarios y a partir de ese nivel de conciencia la magia de la innovación empieza a operar.
-Cuando una empresa apunta hacia cadenas productivas sostenibles, ¿es imperativo que visibilice ese proceso para acentuar su reputación?
Absolutamente imperativo. No se puede hablar de sostenibilidad si no se ha aprendido las expectativas de los grupos de interés. Es impensable, no es sostenible. Es como el proceso dicotómico. Pero más allá de la reputación, va por la economía de los intangibles. Porque si hay crisis reputacionales y cotiza en bolsa, el precio de las acciones va a caer y pierde valor real. Si no cotiza en bolsa, perfecto, pero tiene procesos de soporte de los bancos locales, pues a esos bancos locales ya les empiezan a preguntar cuales son los criterios intangibles por los cuales califican a los que les entregan los créditos. Siento que la pandemia aceleró ese proceso de conciencia.
-¿Por qué se relaciona la producción sostenible con el comercio justo?
No puedes hablar de comercio justo si esos impactos, en términos de justicia —agua, materia y energía de suelos—, no están considerando cuáles son las respuestas en esos ecosistemas. Pasamos de una era del greenwashing a una era distinta, pues con la globalización y la velocidad en la que viaja la información cualquier persona te enrostra esas acciones. Cuando se habla de comercio justo se da en el impacto en el ecosistema completo.
-¿Qué puede ocurrir con una empresa que cae en greenwashing?
Un estudio de Harvard Review dice que tres de cada cinco iniciativas son greenwashing. Esto se coteja con los indicadores de bolsas de valores en el mundo. Empezamos a ver que estos procesos empiezan a caer de manera dramática con efectos económicos. Creo que estamos en un momento trascendental e histórico.
-Bajo una óptica exterior, ¿cómo evalúas el avance del Perú en materia de innovación social y cadenas productivas sostenibles?
El ecosistema de impacto en Perú se está moviendo de manera acelerada. Perú y la región andina están mucho más conscientes. Hay mucha más visión de los multilaterales para poder brindar las herramientas que necesita la región para seguirse desarrollando. Perú fue el primer país que emitió bono azul. Colombia fue el primero en emitir bono naranja. Ecuador es el primero que emite bono fucsia. A nivel regional ya empezamos a tener estos procesos y la región andina tiene una bondad: rápidamente permeamos buenas prácticas.
-¿Este bono azul dice algo del país en un momento en que se debate una ley global que proteja los océanos?
No solo hay iniciativas para proteger los océanos, sino también iniciativas transnacionales de conservación y regeneración en los océanos. Es muy relevante. En economía azul no se ven como fuentes de recursos, sino los mares son fuente de energía.
-¿Conoces otras experiencias ejemplares en el país relacionadas con esto?
Hay una iniciativa de Pachamama que está en Perú y Ecuador. Lo que ellos hacen es trabajar en la preservación del palo santo, que está en peligro de extinción. Esta iniciativa apoya a productores para que exporten palo santo y derivados (aceite de palo santo, por ejemplo). Este equipo sueña en grande. Quieren atraer fuentes de inversión para desarrollar una región más grande.
¿El camino es esperanzador para esta experiencia?
Cuando ves la iniciativa no solo puedes evidenciar la cantidad de personas impactadas, sino el bienestar y calidad de vida mejorada.
¿Este nuevo modelo es la clave del futuro?
La clave del ahora, diría. Estamos muy lejos de cumplir los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), sin embargo la población sigue aumentando en el planeta.