
Estamos en tiempos difíciles. La incertidumbre engrandece los problemas con los que nos enfrentamos o empequeñece nuestro empuje para acometerlos.
Pero en estos tiempos difíciles es muy importante distinguir entre dos tipos de problemas: aquellos que requieren solución, y aquellos que requieren que nos solucionemos a nosotros mismos.
¿Cuáles son los problemas que requieren solución? Lo sabemos perfectamente, porque son el tipo de problemas en el que nos instalamos habitualmente. A lo peor la solución es muy difícil, y está lejos de nuestro alcance, de nuestras capacidades o de nuestros recursos. Pero, en cualquier caso, la solución se sitúa en el horizonte de lo que sabemos hacer (o deberíamos saber hacer, o podríamos saber hacer). Son problemas que requieren un mayor y mejor saber técnico u operativo. E incluso un mayor y mejor saber práctico.
Pero hay otro tipo de problemas. Aquellos problemas que lo que requieren es que nos solucionemos a nosotros mismos. Es decir, problemas que no se pueden afrontar simplemente mejorando e incrementando lo que ya sabemos hacer. Sino que lo que requieren es que nos solucionemos a nosotros mismos: que transformemos o cambiemos nuestros hábitos, nuestras pautas de conducta, nuestras maneras de pensar y de percibir… Son problemas que requieren una mayor y mejor conciencia. Que requieren transformar y reordenar nuestros sistemas de valores y nuestros criterios de referencia.
Obviamente, estos dos tipos de problemas no estan contrapuestos, no se separan tajantemente con un cuchillo. Pero, en el límite y en el fondo, conviene diferenciarlos claramente, porque confundirlos nos lleva ineludiblemente al bloqueo y al fracaso. Y, por consiguiente, saber discernir ante que tipo de problemas estamos es decisivo para tener éxito a la hora de enfrentarlos.
He dicho a menudo que no estamos en una época de cambios sino en un cambio de época. Y en un cambio de época sobreabundan los problemas del segundo tipo. Y, por supuesto, la inseguridad y la incertidumbre. La literatura apocalíptica de todos los tiempos está trufada de narraciones en las que se muestra como, en estos cambios de época, se multiplican las crisis y los hundimientos y las novedades repentinos… pero la manera de vivir los momentos más o menos apocalípticos también es distinto según la percepción, el análisis y el diagnóstico que hagamos. Para alguien instalado en el primer enfoque ante los problemas, estos momentos son angustiosos y caóticos. Para alguien con capacidad de percibir el segundo enfoque de los problemas, estos momentos son difíciles, pero ante todo una oportunidad de cambio y transformación.
Muchos de los problemas que tenemos planteados hoy son problemas del segundo tipo: problemas que requieren que nos solucionemos nosotros si queremos solucionar el problema. Desde el cambio climàtico hasta las pautas de consumo; desde la reconstrucción de los sistemas públicos de bienestar hasta formas de organización del trabajo en las que predomina el estrés y la ansiedad; desde las nuevas demandas de espiritualidad y sentido hasta los nuevos retos de la cohesión social; desde determinadas maneras de vivir las relaciones personales hasta la manera de aproximarnos a la cultura. Son problemas que no ocurren «ahí fuera», sino que són el resultado de nuestra problemática (pero no problematizada) manera de vivir, sea en el orden personal, profesional, organizativo o social. Y más aún: el camino más seguro al fracaso es querer solucionar problemas del segundo tipo con las maneras de proceder con las que solucionamos los de primer tipo. Y por eso el primer reto es desarrollar las capacidades de caer en la cuenta de que si no nos solucionamos también a nosotros mismos, difícilmente muchas situaciones que vivimos tendrán solución.
Y, por cierto: siempre he creído que la emergencia de la RSE era un síntoma de la existencia de un grave problema (empresarial y social) del segundo tipo. Y cada vez estoy más convencido de que lo que ha predominado es una aproximación a la RSE como una manera de resolver nuevos problemas, pero del primer tipo.
Por: Josep M. Lozano
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