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Por Bernardo Kliskberg – Economista argentino, consultor de la ONU
Hasta hace poco los líderes empresariales americanos disputaban posiciones en el ranking de los supermillonarios. Ahora muchos comenzaron…

Por Bernardo Kliskberg – Economista argentino, consultor de la ONU
Hasta hace poco los líderes empresariales americanos disputaban posiciones en el ranking de los supermillonarios. Ahora muchos comenzaron a competir en otra tabla, la de la filantropía. Bill Gates y Warren Buffet, crearon la mayor fundación de la historia con 61.000 millones de dólares.
 
Explicaron que no era simplemente donar, y salir en las fotos. Según “The Economist”, Buffet hizo su donación a la Fundación Gates, condicionado a que Gates dejara Microsoft y se dedicara a la Fundación.

Pocas décadas atrás primaba la idea de Milton Friedman de que la empresa privada sólo debía rendir cuentas a sus accionistas, y producir beneficios. Hoy está en desuso.

Siendo tan importante su peso en la economía, debe rendir cuenta a todos los públicos vinculados con su actividad, y siendo una de las mayores concentraciones de tecnología del planeta, debe aportarla a los grandes problemas globales. Al anunciar su donación Buffet declaró “el mercado no trabaja en términos de la gente pobre”, y exhortó a ayudar en lugar de transmitir herencias cuantiosas.

Se pasó de la etapa de la “empresa autista” de Friedman, a la de la filantropía activa, pero ya está en pleno desarrollo una tercera: la de la Responsabilidad social empresarial (RSE). Se le exige a la empresa buenas relaciones con su personal, gobierno corporativo transparente, juego limpio con los consumidores, preservar el medio ambiente, y ser activa en las grandes causas de interés público. El paso de una etapa a otra fue movilizado por poderosas fuerzas sociales.

Están las luchas históricas de los empleados por condiciones dignas de trabajo. Hoy han integrado cuestiones como el respeto a la diversidad y el equilibrio familia-empresa. Están los reclamos de los inversionistas después de Enron. Exigen transparencia, controles eficientes, reducir los gigantescos paquetes remuneratorios de los altos ejecutivos, y confiabilidad ética. Presionan los consumidores.

Se organizan para sancionar a las empresas que dañan la salud, o destruyen el medio ambiente. Así han causado duros perjuicios económicos a las industrias del tabaco, de los asbestos, y a algunos laboratorios.

Hay sociedades civiles cada vez más informadas, articuladas, y participativas. Están dispuestas a hacer boicots a los que violan principios de derechos humanos, o de condiciones laborales.

Todo ello incide. Las acciones bajan o suben cada vez más según la RSE. Los fondos de inversión más importantes están evaluando la sostenibilidad de las empresas teniendo en cuenta su RSE. La RSE genera diferencias notorias en competitividad en los mercados nacionales e internacionales.

Existen nuevos conceptos como competitividad responsable, empresas verdes, empresas familiarmente responsables.

 
 

  
 
MEJORES Y MÁS RENTABLES
Cada uno de los elementos de la RSE favorece a la empresa. Un estudio sobre empresas que implementaron prácticas de diversidad en Estados Unidos muestra que tuvieron en cinco años retornos anuales del 18,3%, mientras que las que no lo hicieron sólo obtuvieron 7,9%. El 63% de los ejecutivos de las 500 empresas más grandes cree que la diversidad produce un ambiente de trabajo más creativo.

Además de los beneficios para la empresa, están los beneficios para el empresario como persona. Estudios recientes de la Universidad Hebrea de Jerusalem, Harvard y Michigan muestran que la solidaridad tiene altísimas retribuciones en términos de salud personal. El 60% de una muestra de personas de 50 años o más en Estados Unidos dice que quisiera, en su próxima etapa, dedicarse a mejorar la calidad de vida en sus comunidades.

¿Qué tal en América Latina, y la Argentina?
Muchas empresas siguen en “autismo activo”. Otras han ingresado crecientemente en el mundo de la filantropía y ello es un avance muy importante. En Brasil representa ya más de 2.000 millones de dólares anuales.

Comprometer a la empresa en aportar, además de dinero, capacidades gerenciales, espacios en internet, técnicas de producción y de marketing para combatir el grave problema de pobreza (41% de la población de la región) y desigualdad (la mayor del globo) que vive América latina, y que con mejoras muy importantes desafían a la Argentina.

Ello no significa de ningún modo que se pide a la empresa resolverlos sola. Las políticas públicas tienen la responsabilidad primera en una sociedad democrática por garantizar a todos los ciudadanos sus derechos a nutrición, salud, educación, y desarrollo.

Pero la colaboración de la empresa privada es clave. En América latina hay que activar la RSE. Todos ganan con ella. El salto del “autismo” a la RSE es una gran oportunidad, y un reclamo colectivo.

 
 






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