Por Patricia del Río
Hace exactamente 20 años llegué a Macchu Pichu por primera vez en mi vida. No había un alma, el Perú era peligrosísimo y me acompañaban Renzo Uccelli Y Fernando de los Heros. Mochileamos más de un mes en medio del terror, y la crisis, pero …teníamos la irresponsabilidad y la esperanza de que todo iba a salr bien. Y así fue. Renzo y Fernando ya no están más con nosotros y son dos de las personas que hoy más extraño en el mundo. Por eso el comercial de marca Perú me hizo llorar a mares. Por ello escribí esta columna espero que les guste:
Veinte años después
¿Sorprendida? Si estás leyendo esto es porque ya han pasado 20 años. Espero que no estemos recontra gordas y que conservemos los rulos. Si te escribo esta carta es porque hoy nos pasan cosas importantes que no debemos olvidar nunca. Recuerdas que hubo un tiempo en qué vivías con miedo: miedo morir por un coche bomba, miedo a enterarte de lo que ocurría en las zonas de emergencia, miedo a que todo subiera diez veces de precio de un momento a otro. Caminabas con pánico a que te parara un policía justo el día que habías olvidado tu Libreta Electoral, o a que se apagaran de golpe las luces, o a que la crisis económica te obligara a dejar la universidad.
Hubo un tiempo, en que nos íbamos a dormir sin tener la más remota idea si eso que nos rodeaba seguiría ahí al despertar. Si seguiría en pie nuestra universidad, si el pasaje costaría lo mismo, si el juez que había sentenciado a un terruco despertaría vivo. Vivíamos pensando qué será lo próximo que se desmorone, porque de un día para otro se disolvía el Congreso con la misma facilidad con que volaba un canal de televisión, se borraba del mapa un pueblo ignorado, o aparecía el ministro de Economía en televisión pidiendo que Dios nos ayude.
No sé en qué andas hoy, pero te escribo porque tienes la obligación de recordar que vivimos en medio de la locura y el odio entre peruanos. Y no solo te hablo de un odio que se traduce en enfrentamiento, sino que se está transformando en indiferencia. Como ayer, justo antes de entrar a esa práctica sobre revoluciones indígenas en el Perú en la que te inscribiste porque se te habían cerrado otras opciones. ¿Te acuerdas? Sí pues, fue ayer que le metiste letra a Daniel, a quien solo conocías de vista, y él te contó que estaba en esa comisión porque su papá y su hermano murieron asesinados en Ayacucho por Sendero Luminoso y él trataba de entender por qué. ¿Te acuerdas que te sentiste una estúpida? ¿Qué te dio vergüenza explicar lo que hacías tú en esa clase? Y no te olvides que el año pasado te fuiste a Cusco con Renzo y Fernando, y que Macchu Pichu parecía un páramo porque no había un solo turista. Y que al llegar a Ollantaytambo encontramos muerto al dueño del único hostal al que, por supuesto, había matado Sendero Luminoso. No sé si habrás visto más muertos en tu vida, pero ese fue nuestro primero. Y no merece que lo olvidemos.
Qué te puedo decir. No sé cómo la estás pasando hoy, en el momento que lees esta carta: ¿seguimos siendo lingüistas, tenemos una buena chamba, conservamos algo de rebeldía? De verdad no lo sé, pero quiero pensar que nos atrevimos a tener niños porque Abimael Guzmán ya no aterroriza más a la población, Quiero creer que vives en un país más justo, más humano, más integrado. De verdad te escribo con la esperanza de que toda esa locura que estamos experimentando no sea en vano.
¿No es así? ¿Aún hay falta de comprensión? ¿continúa la pobreza? ¿Todavía nos seguimos matando entre nosotros? Entonces, lee y recuerda que el dolor que sentimos hoy es un compromiso con el mañana, Que no podemos rendirnos. Que tenemos que seguir sacándonos el ancho por construir ese país con el que todos soñamos. Ese en el que todos seamos capaces de encontrar lo que sea que estemos buscando.
Columna publicada en «El Comercio».